El relator como señal de alarma
En condiciones críticas, con debilidad, polarización y división interna, se avanza con sobreentendidos y retórica solo para las convencidas, lo que suelen dar lugar a malentendidos y desencuentros. Mientras tanto, es un terreno fructífero para la oposición, sobre todo si de explotar la precariedad del Gobierno en minoría se trata, como es el caso. En eso hemos parado.
Hasta hoy no sabíamos bien qué significaba “Relator”, término polisémico y por tanto abierto a interpretaciones, aún más si cabe en política. Pero sobre todo, al parecer, sus propios autores no conocían lo fundamental: QUÉ relatar y con QUIÉN. Tampoco se valoró la trascendencia simbólica que por los antecedentes tenían estos términos de Relator o Mediador para el imaginario español. Para más inri, conocido pública y solemnemente por boca de la vicepresidenta Calvo, se abrió de inmediato un debate entre los firmantes sobre si el marco era estatal, catalán, bilateral y sobre las materias negociables.
La deducción, empero, era mucho más fácil para los de la teoría de la conspiración, la felonía y la traición a España: El presupuesto de 2019 a cambio de los veinte puntos ocultos de Torra en Pedralbes. A estas alturas, que un buen titular no te lo estropee la realidad.
Poco importa si era solo un desafortunado nombre para no obtener nada a cambio, demostrado con la presentación de las correspondientes enmiendas de totalidad. El problema no es el diálogo, porque siempre se puede hablar de todo, lo malo es cuando se pretende negociar en torno a posiciones de máximos: los prejuicios y la desconfianza nunca traen buenas consecuencias.
Porque al contrario del relato de los veinte puntos, España no es un régimen postfranquista, ni la Justicia española depende del Gobierno, ni respetar a Cataluña consiste en reconocer el derecho de autodeterminación. Tampoco Sánchez puede cansarse primero de excluir la negociación política y judicial para luego apresurarse a hacer del Relator moneda de cambio antes de la votación de totalidad del Presupuesto.
El Gobierno español, y en particular la Generalitat, no han sido realistas ni claros. Cada cual ha continuado con su relato particular. Estamos sin programa compartido, o con nuestro relato propio de inicio de partida. La comunicación ha sido confusa, contradictoria y ha propiciado la crítica de propios y ajenos. Se ha puesto en evidencia la falta de definición en los temas y el calendario, así como la desconfianza entre las partes.
El contexto presupuestario ha echado por tierra el discurso de unos y otros. Ni circunscrito a las cifras, ni ampliado a cuestiones políticas o judiciales. Por si no fuera suficiente, el clima preelectoral lo ha agravado aún más. Por tanto, ambos gobiernos salen peor de lo que entraron. Ahora sólo queda esperar también el fallo del contrario, esta vez por sobreactuación.
La derecha ha visto en el miedo a la ruptura y la traición nacional y en el nacionalismo español reactivo sus posibilidades futuras, aunque su competencia puede dejar de ser virtuosa, sobre todo para Ciudadanos, atrapado en una derecha cada vez más extrema.
La manifestación ha sido solo un punto de encuentro, un aquelarre de expropiados y agraviados por la moción de censura junto a extremistas que patrimonializan la Constitución de la España eterna reduciéndola al Código Penal. Huelen cambio de ciclo desde Andalucía y se apresuran a forzarlo. Otra cosa es que su competencia en la estrategia de crispación nacional haya dejado de ser virtuosa y se hayan pasado de frenada.
La legislatura se acorta por momentos y el problema es si estos errores son también extrapolables como más generales. Si afectan al conjunto de los apoyos, a las políticas, y si marcan la imagen débil y declinante del Gobierno. La coalición negativa de la moción de censura por la corrupción, la austeridad y el conflicto catalán se ha demostrado insuficiente para durar.
El momento feliz de la política de imagen de nuevo Gobierno se devalúa por momentos. Ni medidas de regeneración ni distensión, la agenda social sigue en un segundo plano y bloqueada. Solo la veintena de decretos ley se salvan. Se echa de menos un programa de mínimos compartido y posible, una comunicación al menos inteligible y un tiempo suficiente para su desarrollo. La estrategia de tirones, rectificaciones y malentendidos no puede continuar porque está siendo letal. Porque, salvando las distancias, algo similar ha ocurrido en la negociación del Presupuesto y en relación a los compromisos con los sindicatos, o más recientemente en la política internacional.
Mientras tanto, entre la mayoría de la moción de censura las cosas no van bien: el mundo de Podemos aparece en crisis y con una estrategia en zigzag en la que van primero de suspicaces, luego de conseguidores, delegados del presidente, o finalmente de reproches en relación al presupuesto y vuelta a empezar. Los sindicatos, por otra parte, acaban de dar una llamada de atención al Gobierno en relación al retraso en la derogación de la contra reforma laboral, las medidas protección social, de las pensiones y los presupuestos. El 8 de Marzo, a la vuelta de la esquina, volverá a ser una fecha importante en la visibilidad y exigencia del movimiento feminista. Sin embargó, también la imagen inicial de Gobierno femenino se debilita. Por otra parte, el papel seguidista en relación a la crisis de Venezuela muestra también en la política internacional la inercia, la falta de liderazgo y de valentía del PSOE. Ni siquiera han sido capaces de situarse con el diálogo de Zapatero. Ahora, con el reconocimiento del Gobierno ficticio de Guaidó, el problema se encona con la amenaza de intervención militar de Estados Unidos y la interlocución de España ha pasado a ser casi nula.
Nos asomamos peligrosamente a un final anticipado de la legislatura con un escaso bagaje circunscrito a “lo que quise hacer, pero no me dejaron”. Pero la impotencia de lo que pudo haber sido y no fue no es una buena baza electoral. Por eso, el Relator debe ser una llamada de atención para un programa de mínimos y una agenda compartida. Es cuestión de supervivencia.