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Tiempo de descuento

Uno de cada 4 habitantes del planeta no sabe lo que es el cambio climático / EFE

Sira Rego / Carlos Sánchez Mato / Samuel Romero Aporta

Eurodiputados de IU y militante —

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Estamos jugando el partido más decisivo de nuestras vidas. Y pese a tener en la conciencia colectiva la mejor herramienta para hacer de este partido el medio de transformación social, perdemos por demasiados puntos. La repercusión del cambio climático en este tiempo de descuento no lo marcará ningún árbitro. Tampoco partimos de las mismas condiciones, ni hay reglas justas del juego.

Y por eso es inevitable afrontar el conflicto.

En un lado están quienes pretenden perpetuar su negocio basado en el consumo ilimitado y la depredación de nuestro planeta, la alteración del metabolismo de la biosfera y el juego con nuestras condiciones de vida. En el otro estamos quienes buscamos un planeta sostenible, justo, socialmente comprometido, equitativo y construido colectivamente sin dejar a nadie en el camino.

Salvo para taciturnos negacionistas de codo en barra, las consecuencias del colapso ecológico son a día de hoy tan evidentes que su negación solo acentúa el servilismo hacia el sistema económico que lo causa. Afortunadamente, la ola de movilizaciones juveniles en todo el mundo ha sabido poner el foco en la exigencia de soluciones más allá de las vacías declaraciones de emergencia que, una vez aprobadas sin medidas concretas, quedan relegadas a posavasos de los brindis más elitistas. Estos gritos de rabia de la juventud exigen medidas concretas e inmediatas sabiendo que no es una circunstancia aislada, sino que es el resultado de décadas de capitalismo.

“El capitalismo mata el planeta” leemos en tantas y tantas pancartas.

Represión, recorte de libertades, tensión comercial, agotamiento de recursos, greenwashing, descafeinar la emergencia ecosocial… El capitalismo juega sus bazas avanzando mientras agudiza las desigualdades sociales. Multinacionales, sector energético, sector mediático y los principales partidos políticos de países ricos han construido un entramado de poder cuyo brazo se alarga hasta la actuación antidemocrática sobre gobiernos que se resisten a entrar en su rueda. Y para afrontar los efectos negativos de la contaminación, plantean “más mercado”. Es decir, potenciar la entrada a este “zoco” de los principales bancos y fondos de inversión, que acceden al mercado de emisiones simplemente para especular con nuestro futuro. Todo ello en el caso de la UE con una absoluta falta de transparencia por parte de la Comisión Europea, que es la única que tiene acceso a los derechos entregados y a la gestión de las emisiones por parte de quienes contaminan.

¿Nos toman acaso por idiotas? ¿Alguien en su sano juicio puede creer a estas alturas que hacer más negocio con el aire que respiramos va a parar la deriva suicida de este modelo económico?

Solo nuestra conciencia colectiva y organizada será capaz de construir la alternativa ecosocial que resista las embestidas de quienes pretenden asegurar la pervivencia de un sistema que nos condena al fracaso. Hay que actuar sabiendo que el coste de no hacerlo es disparatado en términos ambientales, sociales y también económicos. La Unión Europea prevé perder a finales del siglo XXI el 1,9% de su Producto Interior Bruto (PIB) anual, es decir, unos 240.000 millones de euros, si el calentamiento global supera los tres grados centígrados, como indican las proyecciones actuales.

Así que, dar un paso al frente no solo tendría el gran efecto positivo de reducir la incertidumbre asociada al cambio climático, sino que también llevaría consigo muchos beneficios colaterales, también económicos. Una mejor calidad del aire y una reducción tanto de la mortalidad prematura como de la morbilidad asociada no son temas menores. Acompañarlo de una mayor justicia en las relaciones económicas y un mayor bienestar junto con la creación de millones de empleos asociados al rescate de nuestro planeta, lo convierten en la mejor opción de inversión posible.

Habrá quién dirá que es una buena idea pero que, lamentablemente, su elevado coste la hace imposible. Nos intentarán desanimar, como si fuera una ensoñación de utópicos. Por eso, para acallar esos absurdos argumentos basta con señalar que para mantener a flote al sistema bancario, el Banco Central Europeo ha creado de la nada cuatro billones de euros en estos últimos siete años. ¿Intentarán acaso convencernos de que es imposible actuar con decisiones firmes para abordar la emergencia planetaria que amenaza a nuestra población, especialmente la más vulnerable, al tiempo que se siguen dedicando ingentes recursos a salvar a las élites?

Tal y como grita nuestra juventud en las manifestaciones, “si el planeta fuera un banco, ya lo habrían rescatado”.

La Cumbre por el Clima que se celebra en Madrid se desarrolla en un contexto crítico. La tensión en torno a la represión en Latinoamérica, especialmente en Chile y Bolivia, juega un papel trascendental en la crisis ecosocial actual. Las reservas de litio y el avance en derechos democráticos se aúnan en la reivindicación social de un sistema que deja, una vez tras otra, abandonada a la gran mayoría. La tensión comercial entre China y EEUU también se sustenta sobre un tablero alejado de ambos países y refuerza un modelo comercial que basa su despliegue en la energía que proviene de los combustibles fósiles y en las políticas extractivistas. El expolio de recursos naturales continúa al alza.

Mientras, los primeros coletazos de esta Cumbre ya nos indican que el resultado de la misma no alterará la rueda de consumo ilimitado que el sistema capitalista necesita para su reproducción ya que, ante períodos de decadencia, las crisis del sistema están aseguradas. Las supuestas alternativas ecológicas precisan de una cantidad ingente de recursos naturales. El círculo de poder se encarga de presentarnos estas nuevas vías como el antídoto contra la crisis ecosocial, pero ¿en manos de quién cree el lector o la lectora que están esos recursos?

Por eso debemos tomar el mando. Si la transición ecológica la hacen los poderes económicos que nos han llevado al colapso climático, seguramente solo conseguiremos aumentar su cifra de negocio y los indicadores macroeconómicos, pero no conseguiremos que se resuelva el problema de la emergencia ecosocial y correremos el riesgo de que salgan reforzadas las salidas reaccionarias, e incluso ecofascistas.

Si por el contrario queremos una salida con futuro es imprescindible que la transición ecológica sea de carácter popular y por abajo, poniendo en el centro el cambio de modelo económico: redistribución, reducción, justicia, derechos y equiparación del ámbito productivo/reproductivo.

Y, por supuesto, será imprescindible que corramos, porque el tiempo hace mucho que se agotó. Toca reiniciar el sistema.

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