Preguntas que ahora no toca hacer
¿Ah, que el copiloto decidió estrellar el avión? Pues nada, ya podemos cerrar el amago de debate sobre seguridad aérea que otra vez habíamos abierto, el mismo que abrimos tras cada accidente. En cuanto nos aseguren que está solucionado el fallo y que no volverá a ocurrir, pasaremos página y nos olvidaremos. Hasta el próximo accidente.
Entonces, cuando se caiga el próximo avión, en esas primeras horas de incertidumbre repetiremos las mismas preguntas que nos hicimos el martes: ¿se cumplen los protocolos de seguridad?, ¿están las compañías demasiado preocupadas por reducir costes?, ¿relajan el mantenimiento de los aviones?, ¿están bien formados los pilotos?
En cuanto se cae un avión, reaparecen idénticas las mismas preguntas, que desaparecen cuando la investigación las va descartando. Preguntas que surgen de una sospecha ambiental, una sensación muy extendida que solo pronunciamos cuando cae un avión: puede que volar no sea tan seguro, quizás en el enorme negocio de la aviación lo de menos son las vidas de los pasajeros.
Al final, se descubre la causa del accidente, y entonces apagamos las preguntas y nos centramos en ver si tapan bien el agujero. Si fue un fallo mecánico, revisan los aviones. Si fallo humano, nuevos protocolos. Si atentado, más medidas de seguridad. Y si acaba siendo un copiloto loco, pondrán más tripulantes en cabina y más controles psicológicos, y a seguir volando.
No hace falta que me recuerden que volar en avión es más seguro que el coche, o que es más probable que te caiga una maceta por la calle. Más allá de la estadística, yo me quedo con todas esas preguntas que nos hacemos con cada avión caído, y que se resumen en una sola sospecha: ¿alguien está ganando dinero a costa de nuestra seguridad?
El negocio de la aviación ha cambiado mucho en los últimos años. Fusiones en grandes grupos, low cost, externalizaciones, subcontratas, ingeniería financiera. Lo mismo que en cualquier otro sector: capitalismo versión siglo XXI. La duda que flota en el ambiente cuando cae un avión es si con las aerolíneas pasa lo mismo que con farmacéuticas, bancos, petroleras, telefónicas o industrias alimentarias: que el dinero manda, que la búsqueda del beneficio máximo está por encima de cualquier otra consideración.
Ya sé, no parece que en principio tenga nada que ver con el accidente de esta semana. Pero en los últimos años hemos estado muy preocupados porque no suba a bordo un terrorista, y no tanto por qué está pasando en las empresas. Por ejemplo, con las condiciones laborales, que como en otros sectores también en el aéreo se han deteriorado. Lo saben mecánicos, personal de tierra, tripulaciones, pero también los pilotos.
Insisto, no tendrá nada que ver con este accidente, pero a mí me preocupa la precarización que los pilotos llevan años denunciando. Ya sé, ya sé: los pilotos son unos jetas, millonarios e insolidarios, y, si denuncian algo, será porque quieren más dinero. Estuvimos años demonizándolos, y celebramos cuando finalmente les doblaron el brazo. Desde entonces vienen denunciando bajos sueldos, falta de formación, contrataciones irregulares o el uso de pilotos en prácticas. En un accidente anterior, el de Swiftair en Mali, se habló de esas condiciones precarias, pero la investigación no sacó conclusiones y el debate se cerró apenas abierto.
Hoy no toca hablar del tema, porque nos han dicho que un copiloto decidió estrellar el avión. Esperaremos al próximo accidente, a ver si para entonces toca hablar de informes como este.