Adictos al drama
Es oficial. La política española se ha convertido en una soap opera. Si dicen los gurús que la política moderna tiene que ser, ante todo, espectáculo, hemos tenido mala suerte. Nos ha tocado una de sus manifestaciones menos elevadas y más exasperantes. Su calidad suele resultar pésima pero ni siquiera eso es lo peor. Lo más terrible reside en que sus dramones se hacen indigestos y las tramas se alargan de manera completamente arbitraria y caprichosa.
En la derecha se han embarcado en un remedo de melodrama decimonónico de la peor calaña, como cuando quieres hacer Sentido y Sensibilidad pero te sale Pasión de Gavilanes. Partido Popular y Ciudadanos son ese matrimonio de conveniencia unido por la hipoteca, el gusto por el poder y la posición social. Vox es el amante peligroso y excitante que se ha cansado de que le pongan un piso donde solo pueden verse en días y horas inverosímiles y sólo para follar.
Cansado de aguantar el ver cómo sus novios reniegan de ellos en sociedad y hacen como que no les conocen, Vox ha decidido hacer públicos hasta los detalles más escabrosos de la relación, desde las cartas de amor llenas de promesas incumplidas hasta la escritura del nidito de amor. Ahora queda por ver si, pasado el subidón del momento “a mí no me chuleas más”, se verán con fuerzas para iniciar una nueva vida en la oposición, o se darán cuenta de que fuera del gobierno hace mucho frío y no tienen otro sitio adonde ir con sus votos. A populares y naranjas se les ve confiados de que va a ser la segunda opción.
En la izquierda parecen inclinarse más por protagonizar uno de esos seriales americanos de familias poderosas y corporativas, tan diversas y plurales como complejas y cargantes. Todo se vuelve un psicodrama donde nadie parece saber muy bien ni quién es ninguno, ni de dónde viene nadie, ni a dónde va ninguno y todos vuelven a echarse en cara oscuros y truculentos episodios del pasado que han mantenido ocultos para salvar el buen nombre de la familia. Se odian a muerte pero siempre hay algo que les mantiene juntos: ni un dólar para los extraños.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han vuelto a verse en Moncloa. Parece que han constatado de nuevo que están de acuerdo en casi todo, incluso en que no se ponen de acuerdo; justo como en una de aquellas sagas televisivas de familias petroleras o viticultoras. Es como si estuviéramos en un episodio de Dallas y nos lo pasáramos discutiendo quién se parece más al noble y angelical Bobby Ewing y quién se comporta como el pérfido y calculador JR. Si se pregunta quiénes somos nosotros, la respuesta es obvia: todos los demás somos Sue Ellen.