¿Y ahora qué?
¿Quién no se ha preguntado 'cómo es posible que hayamos llegado a padecer, a estar inmersos, en una pandemia como esta generada por la COVID-19? La mayoría de nosotras necesita entender y dar una explicación a lo que estamos viviendo. Yo desde luego me incluyo dentro de esta generalización, y me he encontrado a mi alrededor a la hora de reflexionar sobre las razones que, quitando algunas excepciones, la mayor parte de la gente apenas hace referencia a la crisis climática como una de las causas del nuevo virus (o mutación de uno ya existente, según la investigación y la medicina de laboratorio, pero nuevo para el resto de los mortales).
Muchas personas comentan sobre la generación en laboratorio del susodicho virus y el desarrollo de una “guerra económica” entre China y Estados Unidos, alimentando las teorías conspiranoicas. Dejando a un lado lo que puedan tener de cierto estas afirmaciones, lo que parece seguro, y además desde hace tiempo, como advertía por ejemplo la OMS en febrero de 2018, es que las enfermedades van a ir aumentando, que hay mayor riesgo de pandemias y que debemos estar preparados, con sistemas sanitarios bien dotados, para afrontar estos escenarios futuros o, ya podemos decir, presentes.
Este argumento está respaldado por muchas voces expertas, como Juan A. Gimeno, miembro de Economistas sin Fronteras y del grupo impulsor del Foro Futuro Alternativo, quien lo expone de manera muy clara en este artículo titulado La bolsa o la vida, en el cual afirma: “la comunidad científica lleva tiempo advirtiendo de que, en nuestra situación de emergencia climática, nos espera un escenario igual o peor que el que estamos viviendo. La situación actual no es un hecho coyuntural sino estructural, producto de un modelo socioeconómico intrínsecamente frágil, donde la inseguridad global aflora con gran facilidad.” También Yayo Herrero, una de las voces de referencia en Ecología Social y Ecofeminismo, nos lo explica de manera muy didáctica en esta entrevista en Madrid Diario donde, entre otras cosas, nos recuerda que “El IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) alerta también desde hace tiempo de que tanto las pandemias como la recuperación de enfermedades erradicadas o el aumento de vectores de infección van acompañando a la lógica del cambio climático”.
Lo importante de ver la relación entre la crisis climática y esta pandemia, u otras posibles futuras pandemias e incremento de enfermedades, es que nos permite conocer cómo nos imaginamos el futuro. Por eso me parece preocupante no oír esta explicación a la gente a pie de calle. Sí he notado que estamos mucho más concienciados del cambio climático –gracias, Greta Thungber-, pero parece que poco dispuestos a cuestionarnos nuestro modo de vida.
Para este futuro inmediato que todas las personas nos imaginamos, parece claro que tras el parón de la actividad económica se plantean dos escenarios, tal y como establece Eduardo Perero, responsable del área de economía circular y agua de Fundación CONAMA, en su artículo Una transición ecológica para mitigar nuevas crisis globales e interconectadas:
El de aquellos que consideran que es necesario reactivar la economía de la forma más rápida posible poniendo en marcha todos los mecanismos que faciliten tal propósito, incluyendo la desregularización de las normativas fiscales y ambientales, consideradas como lastres de la economía.
El de quienes consideran, ahora más que nunca, que es una oportunidad para activar la economía bajo el enfoque del Pacto Verde o Green Deal que incluye mitigación y adaptación al cambio climático, desarrollo de la economía circular y conservación de la biodiversidad y de los servicios ecosistémicos.
Si no consideramos que existe una crisis climática que nos puede afectar como ha ocurrido en esta pandemia, que como mínimo el hecho de tener el aire poco saludable en las ciudades ha incrementado la gravedad de los casos y ha aumentado los problemas respiratorios, y que podemos llegar a tener serios problemas de salud o de capacidad sanitaria para atender estas situaciones, difícilmente se exigirá por parte de la sociedad civil a las instituciones responsables que se tomen medidas encaminadas a atajar esta situación. Aunque esto suponga un cambio en nuestro modelo de vida, en cuanto a menor consumo, quizás menos horas de trabajo, comercio de proximidad, etc.
Si no intentamos imaginarnos otra futura pandemia o el aumento de enfermedades erradicadas, difícilmente nos cuestionaremos, por ejemplo, si debemos hacer un viaje en vuelo low cost de fin de semana para nuestro entretenimiento. En este sentido, ¿somos capaces de visualizar una pandemia que afecte mayoritariamente a otro grupo de población, como los niños? ¿Cómo sería nuestro escenario en el supuesto de un aumento de las enfermedades como la diarrea infantil? Esto ya es un problema a día de hoy a nivel mundial ya que, según la OMS, las enfermedades diarreicas provocan cada año aproximadamente 760.000 muertes en menores de cinco años. No es, por tanto, un escenario de ciencia ficción. Siguiendo el mismo artículo de la OMS: “La creciente variabilidad de las precipitaciones afectará probablemente al suministro de agua dulce, y la escasez de esta puede poner en peligro la higiene y aumentar el riesgo de enfermedades diarreicas”.
Finalmente, tampoco exigiremos con la contundencia que se merece que los servicios de salud sean considerados como un bien preciado, que sean universales, gratuitos y suficientes, y que los cuidados reciban el reconocimiento social y el salario en función del valor que tienen, con sus trabajadoras (tanto de cuidados específicos, como generales o de limpieza) valoradas adecuadamente en la sociedad y en sus contratos. Así, también hay grandes nombres que entienden que este es el gran reto que tenemos por delante, como se extrae de las declaraciones de Michelle Bachelet y Filippo Grandi, los dos Altos Comisionados de la ONU para los Derechos Humanos y los Refugiados, respectivamente, en un artículo publicado en The Guardian en el que se dirigen a toda la Humanidad. En él destacan el gran reto que debemos afrontar todos los países de cuidar de los más vulnerables: marginados, refugiados, ancianos en residencias o reclusos, personas sin recursos y sin acceso al sistema sanitario.
Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión de la autora y esta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.
3