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El Gobierno debe obligarnos a alejarnos los unos de los otros

Telefónica confirma su primer caso de coronavirus en un empleado de Aravaca

Raquel Ejerique

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El ser humano es un animal social, y por esa capacidad de relación y colaboración hemos sobrevivido a lo largo de los siglos y las selvas. Gracias a desarrollar un lenguaje y la aptitud de imaginar mitos, objetivos y estrategias hemos subsistido a especies más feroces como los osos o los leones, que de otro modo nos habrían hecho desaparecer del planeta de un zarpazo. La persona tiene sentido en relación con otras personas, una característica que hay que poner en el congelador estos días, porque tenemos que alejarnos los unos de los otros si queremos que no nos gane el león, que ahora es un microorganismo llamado virus.

Ante la evidente emergencia sanitaria, económica y política hay ciudadanos a los que les sale el atavismo y el egoísmo, que también es una pulsión genética, y construyen un muro de indiferencia o displicencia con variadas y miopes excusas. Por eso estos días se ven las estanterías de los supermercados vacías y algunos bares llenos, cuando debiera ser justamente al revés. El peligro al que nos enfrentamos no es la falta de comida, sino el exceso de contacto humano.

Las autoridades españolas han tomado algunas medidas que reducen la socialización, cerrando colegios, universidades y cancelando eventos masivos. Es algo, pero es insuficiente. El contacto en las aulas se ha transformado en el contacto en los parques. La tarde se corona con unas cañas afterwork en algunas terrazas despreocupadas, mientras en los hospitales se empieza a decidir quién vivirá y quién morirá por falta de personal, respiradores y camas. Los españoles no somos especiales en esto: ya pasó en Italia, que ha acabado por ceder a la evidencia y, después de medidas escalonadas fallidas, ha dado la orden de cerrar todos los comercios salvo supermercados y farmacias. Antes los italianos se reían o se escandalizaban cuando se hablaba de reclusión por decreto y el desastre económico del cierre. A estas alturas ya nadie se ríe, obedecen ante un estado de emergencia que solo pueden liderar las autoridades, los políticos, sus leyes y sus decretos.

En su comparecencia telemática de este jueves, Pedro Sánchez insistió varias veces en la “responsabilidad y disciplina social”. Cuando acabó su discurso, miré por la ventana y mi parque seguía igual de lleno de niños y abuelos. Ante las telepreguntas de los periodistas sobre por qué no ir directamente al escenario italiano, Sánchez dijo que todo lo que hace su gobierno se basa en los “expertos científicos”, como si solo hubiera unos, como si la ciencia no fuera interpretable y todos sus miembros fueran de una opinión unívoca y homogénea. O igual quiso sugerir que a la República Italiana no la asesoran “expertos científicos” sino un grupo de madres calabresas. 

El ser humano, que ansía la libertad, solo se recluye por causa mayor o a la fuerza. Esa libertad, el bien más preciado para todos nosotros, se debe preservar siempre, salvo si nos jugamos un problema de salud pública y económica de dimensiones desconocidas cuyas consecuencias pueden acabar por limitar más la libertad y el bienestar económico que queríamos proteger al no tocarla. El Gobierno de Sánchez y las comunidades autónomas no pueden dejar la única medida eficaz, que es el distanciamiento social, en manos de la buena voluntad y el compromiso de la ciudadanía o las empresas. Y si lo siguen haciendo así, tendrán que empeñarse en explicar mejor por qué. El personal sanitario está haciendo su parte con un gran coste personal y profesional. Por respeto a ellos, a las víctimas y los enfermos, el Gobierno de España tiene que asegurarse de que la ciudadanía cumple la suya: quedarse en casa.

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