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Amnistía, Koldo, Gaza, Ucrania y yo tampoco me encuentro muy bien

Decenas de personas protestan durante una reciente manifestación contra el genocidio en Palestina en Madrid.

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Empezamos marzo, y echas la vista atrás y no sabes si respirar aliviado porque hayan quedado atrás enero y febrero, o temblar de lo que puede traernos el nuevo mes, pues el comienzo de año no ha podido ser más trepidante, ni más desolador. La legislatura que no acaba de arrancar, la ley de amnistía empantanada, jueces saboteando al parlamento, el caso Koldo; y en el exterior la guerra de Israel contra Gaza convertida en matanza indisimulada y hambruna desesperada, y la guerra de Ucrania estancada sobre el terreno, acumulando más armas, más destrucción y más muertos, y alimentando los discursos belicistas en Europa.

Suma a todo lo anterior el estallido del malestar en el campo, o la emergencia climática que sigue acumulando récord de temperaturas y van ya ocho o nueve meses consecutivos superando registros históricos. Añade si quieres el incendio terrible de Valencia, y paro de recontar malas noticias del primer trimestre, que a este ritmo acabaremos recordando el nefasto 2023 como un buen año. Ah, espera, que todavía falta Trump, que está al caer. Y algunos que deseábamos aburrirnos un poco en 2024 tras tantos años “interesantes”…

Después de una semana que toda la prensa ha coincidido en llamar “semana negra” para el gobierno, con el dolor del pueblo palestino masacrado, y con alguna portada nacional atragantándonos el desayuno del domingo con tambores de guerra en Europa, me venía a la cabeza aquella famosa e ingeniosa frase que no sabemos si dijo Groucho Marx, Woody Allen o una pintada de Mayo del 68, que por igual se les atribuye: “Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo tampoco me encuentro muy bien últimamente”. Hoy diríamos algo parecido: el gobierno en apuros (con la amnistía y el caso Koldo), guerras en Gaza y Ucrania, y yo tampoco me encuentro muy bien últimamente.

Porque esa es la otra mala noticia de este comienzo de año: que al margen de las grandes crisis políticas o internacionales, tampoco nosotros nos encontramos muy bien últimamente. La legislatura que no arranca está retrasando medidas y leyes sociales que son urgentes, mientras la cesta de la compra sigue disparada, la vivienda fuera del alcance de cada vez más ciudadanos, aumenta la población en riesgo de exclusión y seguimos a la cabeza de Europa en pobreza infantil, sin que se resuelvan los problemas del ingreso mínimo vital para llegar a las familias que más los necesitan. Ya digo, no nos encontramos muy bien últimamente, pero algunos se encuentran especialmente mal.

Uy, te veo un poco de bajón. No era mi intención. O sí, igual nos hace falta decirlo, decírnoslo: que 2024 ha empezado de pena y, como no hagamos algo, solo puede ir a peor. De la frase anterior lo importante es la segunda parte: “como no hagamos algo”. Hablo por mí, no generalizo que sé que hay gente dando pelea en todo tipo de ámbitos, pero tengo la sensación de que llevamos un tiempo largo instalados en la posición de espectadores palomiteros, quejándonos (poco), asumiendo el fatalismo de los tiempos y esperando a no sé qué giro del destino o cambio de viento para que las cosas empiecen a mejorar. Como si no fuera responsabilidad nuestra, también.

(Para levantar un poco el ánimo, aquí va mi modestísima contribución: un libro. Una recomendación de lectura. Una defensa del “optimismo militante”, frente al agobiante “no hay alternativa”. En 'Utopías cotidianas', la norteamericana Kristen Ghodsee conecta con el neoutopismo reciente pero llevándolo a un terreno menos habitual: la vida privada, nuestros hogares y familias. Todo aquello que solemos dejar para el final cuando pensamos en transformaciones sociales, y que seguramente es crucial para construir sociedades más habitables.

Ghodsee hace un repaso al pensamiento utópico desde la antigüedad, pero también se fija en intentos actuales para “liberar nuestra imaginación política colectiva”. Por ejemplo, formas de vivienda más allá de la rígida casa unifamiliar, lo mismo falansterios, comunas y kibutz, que comunidades presentes de vivienda colaborativa, ecoaldeas y hasta el controvertido coliving. Pero también mira a formas comunitarias de crianza, o a propuestas para el sistema educativo, y hasta le da una vuelta al modelo de familia y las relaciones afectivas. Una buena lectura para sacudirnos un rato el mal cuerpo que nos pone la actualidad y atrevernos a imaginar un poco más allá de los límites de un decreto-ley. Falta nos hace.)

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