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El año de narrar el fin del amor

Corazones de madera.

Luna Miguel

Me gusta mucho ese verso de Juan Carlos Mestre que dice “Cada amor que termina es un cementerio de abrazos”. Lo recito para mis adentros cada vez que a mi alrededor alguien termina una relación, se separa, decide odiarse con alguien que antaño amó, o creyó que amaba, o le provocaba sentimientos de amor, o… da igual. El caso es que el cementerio de Juan Carlos Mestre se me ha aparecido en los últimos meses más que nunca. A saber: amigos que se separan, amigos que escriben sobre amigos que se separan, películas de Netflix que elevan la complejidad del divorcio a tema de discusión familiar en todas las mesas de Navidad. Quizá exagero.

En realidad no: recientemente, varios medios de comunicación han elegido como mejor poemario de 2019 una reedición de La belleza del marido (Lumen), de Anne Carson, texto que ya cumple casi veinte años y con el que la autora canadiense ya retrató mucho antes que Noah Baumbach de qué manera fulminante una pareja de clase media-alta, artistas, blancos, hermosos y hermosamente casados pueden precipitarse hacia el abismo, haciendo muchos aspavientos, como si nunca nadie antes que ellos hubiera vivido un desamor así. “¿Qué es lo contrario a prometido?”, musita Scarlett Johansson en algún momento del filme de Netflix. “El intervalo de la serie eres tú”, escribe Anne Carson en algún momento del aclamado poemario.

Pero no solo los medios de comunicación han regresado casi hambrientos al libro de la poeta canadiense: también varias decenas de fotografías en Instagram reproducen desde hace algunos meses la historia del ¿suave? divorcio de Carson. O las páginas de ese adiós que un amante cualquiera dedica a Annie Ernaux en la también-reeditada-curiosamente-este-dos-mil-diecinueve- Pura pasión –¿Cómo se separan dos personas que técnicamente nunca llegaron a “estar juntas”? ¿Qué cementerio se edificará para ellos si ni siquiera sabemos de cuántos abrazos estamos hablando?–; o el “te quiero pero afuera” de Bad Bunny; o el “Liam y yo hemos estado juntos por una década. Lo dije antes y sigue siendo cierto, amo a Liam y siempre lo amaré”, de Miley Cyrus; o este fragmento dolorosísimo y perfecto de El coste de vivir (Lit Random House), de Deborah Levy: “Deshacer un hogar es como romper un reloj. Ha pasado mucho tiempo por todas las dimensiones del hogar. Por lo visto, un zorro oye el tictac de un reloj a cuarenta metros de distancia. En la pared de la cocina de nuestra casa familiar había un reloj, a menos de cuarenta metros del jardín. Los zorros debieron de oír su tictac durante más de una década. Ahora estaba empaquetado, boca abajo en una caja”; o todas esas líneas en las que el Desierto sonoro (Sexto Piso) de Valeria Luiselli retrata pacientemente el fin del deseo, el fin de la confianza, el fin de los finales entre un matrimonio a punto de romperse, y que hasta Barack Obama ha alabado y seleccionado como una de las narraciones más importantes de 2019 y de la década.

“No te preocupes por nosotros, nuestra historia ya está muerta”, vuelve a cantar Bad Bunny, y yo me acuerdo de todas esas veces en las que los relatos de la separación nos han servido de guía en la sala de urgencias de nuestro propio amor. Tal vez porque las historias de “lo que acaba mal” son más útiles, menos utópicas, más reales que las historias de “lo que empieza bien”, a menudo edulcoradas, romantizadas, impregnadas de egoísmo, escritas desde la impaciencia. Si para muchos 2019 ha sido “el año de narrar el fin del amor”, me gustaría creer que se debe solo a que el amor al que llevábamos toda la vida aspirando estaba mal planteado. Se nos había vendido equivocadamente. O ni siquiera existía. En ese caso: por supuesto, hagamos que ese amor se acabe, que deje de poblar la tierra, que no vuelva a consumirnos.

Reventémoslo. Expongámoslo. Entreguémonos a su extinción, para que en un futuro próximo “amar” signifique otra cosa muy distinta a lo que hoy plantea. Como dice Brigitte Vasallo: “El Amor, con mayúsculas, no es un bien escaso, sino un órgano que crece cuando lo ejercitas, un ser vivo que responde al alimento. El amor debería ser energía renovable, ese estado ideal que no resta, sino que suma. Que no te mengua, sino que eleva tu potencia y te hace grande”.

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