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Apocalypse News

Alcoholismo en tiempos de confinamiento
5 de febrero de 2021 22:14 h

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En la primera juventud leía con gusto las historias de terror de Howard Phillips Lovecraft y cuentos como El barril de amontillado, de Edgar Allan Poe. Eran otros tiempos y, a veces, me sentía un poco extraño por devorar con fruición historias creadas en la mente de aquel escritor de Nueva Inglaterra. Me interesaba también por lo que se dio en llamar terror gótico con obras como la de El Monje, de Mathew G. Lewis.

Años después, descubrí que el universo creado por escritores como Lovecraft estaba presente en buena parte de la creatividad de videojuegos y series de televisión. Así que, observé, que no era sólo yo. El terror profundo salpimentaba el ocio. Se creaba así una ventana a mundos espeluznantes que uno podía abrir a voluntad para darse una vueltilla por ellos, y luego volver a la calidez y seguridad del mundo real.

Hasta que llegó la pandemia y, de pronto, nos vimos plenamente inmersos en ese mundo terrorífico, como parte de los personajes de una historia cotidiana. Entonces, leer La Peste de Albert Camus resultó ser algo parecido a leer el periódico del día.

Y aquí nos encontramos con el quid de la cuestión. La información, aquello que nos decían era el cuarto poder, tras el ejecutivo, el legislativo y el judicial, parece convertirse en el primer poder. El recién cesado Donald Trump lo utilizaba así a través de la red social más seguida. Sabía que lo primero era informar, desinformar o mentir directamente a sus seguidores de forma masiva para crear un estado de opinión favorable a sus intereses.

Pero con la pandemia hemos descubierto muchos Trumps, sobre todo gracias a un pequeño detalle. Los medios de comunicación como elDiario.es, tanto digitales como tradicionales, están sujetos a decisiones editoriales. Lo harán mejor o peor, pero hay un criterio y una decisión basada en elementos éticos. Las redes sociales, al contrario, publican sin seguir ningún tipo de criterio, y sólo actúan cuando el desaguisado es de tal envergadura que se ven obligados a tomar una decisión como la de cortar los tuits de Trump.

A su vez, la pandemia ha permitido una carrera de cuanto peor, mejor. Epidemiólogos que anuncian un apocalipsis tras otro, tienen más chance que los que ven un atisbo de esperanza en tal o cual novedad. Parecen potenciarse las malas noticias sobre las más esperanzadoras y el personal está que se tira de los pelos o, directamente, se da a las drogas legales o ilegales. 

No es de extrañar que ante este Apocalypse News, esta mezcla perversa de noticias espeluznantes, rumores, bulos o mentiras publicadas, en el que estamos inmersos, el personal se dé a la bebida, a los ansiolíticos, o al juego, como señalan las cifras. Meses seguidos de comunicaciones que nos ponen los pelos como escarpias han provocado un aumento desmedido de las ventas de alcohol online en 2020. El sector, fuertemente dañado porque muchos bares y restaurantes han estado cerrados y las ventas a estos establecimientos se han desplomado, ha visto aumentar, en modo exponencial, la procesión de distribuidores de cajas llenas de bebidas alcohólicas a hogares en los que la necesidad de evadirse de esta realidad apocalíptica, aunque sea por breve tiempo, se ha convertido en una necesidad básica. Hay que elevar como sea  en nuestros cuerpos los niveles de neurotransmisores como la serotonina o la dopamina. Es una urgencia. Alguien dirá que para eso es mejor el pescado azul o la avena, pero vete tú a convencer a esos robinsones modernos escondidos de todo y de todos, defendidos sólo por mirillas y mascarillas en la seguridad de sus hogares.

Esta misma semana se dan a conocer ciertas noticias que parecen abrir una puerta a un futuro promisor. “Datos para la esperanza: la tasa de contagios entre los vacunados en Israel es insignificante después de la segunda dosis”, titulaba este diario el pasado miércoles refiriéndose a un país que está en primera línea en número de vacunados en el mundo. “Macron promete que toda Francia estará vacunada antes de que acabe el verano y así lo hará”, titulaba otro diario digital, también este pasado miércoles. Uno se agarra a ese tipo de titulares como a un clavo ardiendo para poder seguir esperanzado en una salida rápida y definitiva de este sinvivir, rodeado de titulares macabros y terroríficos del tipo: “Una nueva cepa más contagiosa y mortífera avanza sin control”. Me río yo de Lovecraft, Poe o Ambrose Bierce.

No es de extrañar que algunos ciudadanos, acuciados por informaciones y desinformaciones dantescas, hayan decidido cerrar a cal y canto las puertas de sus casas, y queden encerrados en ellas sumergidos en la más profunda de las desesperanzas. Entre los grandes problemas de esta pandemia, no es baladí el miedo, ese miedo irracional que provoca un enemigo invisible y ubicuo, que puede instalarse en nuestras vidas insuflado por la corriente de comunicación apocalíptica imperante. El problema es hasta cuándo. 

Una de las pocas ventajas de este virus, por encontrar alguna, es que nos libra de ese carcamal que sale del váter sin lavarse las manos con jabón y nos tiende la derecha para que la apretemos en un presunto saludo cordial. Los saludos están anatematizados. El oficio de rey mejora un poco más, porque se libra de besamanos y saludos cordiales mano contra mano a desconocidos. Incluso la pandemia tiene sus ventajas.

Mientras tanto, los ciudadanos de a pie esperan que políticos como Isabel Díaz Ayuso, autoproclamada liberal, con 1.000 casos por cien mil en su comunidad vean la luz, se les aparezca el ángel de la guarda o quien sea, y actúen con sentido común, con ese sentido común que le piden hasta barones de su propio partido. Ayuso anunciaba este pasado lunes con un tuitt, como no podía ser menos, que “desde el viernes la mascarilla será obligatoria en bares y restaurantes”. Su propia consejería de Sanidad le recordaba, a renglón seguido, que ya existía esa orden de uso obligatorio de la mascarilla en los bares. Ahora nos enteramos de que la Comunidad de Madrid pagará más de dos mil euros por día y cama UCI en clínicas privadas para evitar la saturación del espacio sanitario público.

Es lo que tiene el ahorrar en servicios públicos de primera necesidad cuando la economía viaja boyante por las vías del crecimiento, si llegan las vacas flacas, que llegan, el que no tenga recursos que se las componga. “En España siempre ha pasado lo mismo: el reaccionario lo ha sido de verdad, el liberal ha sido muchas veces de pacotilla”, decía don Pío.

En este nuevo mundo repleto de mentiras, medias verdades y, directamente, falsas informaciones, Ayuso espera que la verdad de los resultados de las elecciones catalanas le den el impulso para dar un salto más en su carrera política a poco que Vox se coma al PP en el territorio de la barretina.

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