Los 'ayusers' nunca lloran
Hartos de la crispación. Hartos de la falta de respeto. Hartos de personajes inanes. Hartos de la soberbia. Hartos de los malos modos. Hartos del insulto. Hartos de tanto ruido. Hartos del griterío. Hartos de la excitación, la convulsión y la chabacanería. Hartos, en definitiva, de la política de bajo vuelo.
Los españoles se declaran hartos de la crispación y a favor de rebajar la tensión. Reclaman pactos de estado para asuntos como los desorbitados precios de la energía o la violencia machista. El panorama lo ha dibujado el último sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), cuyo trabajo de campo ha coincidido en el tiempo con el escándalo del espionaje con Pegasus y la tramitación del decreto de ayudas para paliar las consecuencias de la guerra. Pero podía haberse realizado cualquier miércoles de la semana, después de los vituperios de la ultraderechista Macarena Olona en la sesión de control al Gobierno o cualquier jueves, después de escuchar las insultantes respuestas de Isabel Díaz Ayuso en la Asamblea de Madrid a los líderes de la oposición.
Nueve de cada diez encuestados considera imprescindible que acabe ya la bronca pública, cuya responsabilidad achacan sobre todo a los políticos. Y es que, a falta de un Roosevelt, un Churchill o un De Gaulle, qué menos que exigir un comportamiento intachable, unos modales exquisitos y una expresión impecable que evite el bochorno general a quienes nos representan en el Parlamento, en las autonomías o los ayuntamientos.
Justo todo lo que le falta a Ayuso. Ganadora incuestionable de elecciones y perdedora absoluta del campeonato de la buena educación, la presidenta madrileña hace tiempo que ha traspasado los límites de lo aceptable en la Cámara regional, donde cada semana se despacha con un insulto o una ofensa a sus adversarios, lo que demuestra que lo de ganar elecciones no es siempre proporcional a la medida necesaria para ocupar un cargo de representación pública.
El respeto es a la convivencia lo que la sangre al corazón. En la escuela, en el trabajo, en la política y en la sociedad. Es sinónimo de deferencia, tolerancia, cortesía o atención. Es sobre el miramiento a los demás sobre lo que se construye cualquier tipo de relación. En el amor, en la amistad, en la familia y debería ser así también en la política. Que Ayuso insulte cada semana a Mónica García (Más Madrid) habla mucho de ella y muy poco de su educación. Nadie ha debido de contarle aún que el cementerio de políticos está lleno de líderes que derraparon por su soberbia en la primera curva, después de creerse que todo les salía gratis y que los votos, los medios o los sondeos les hacían impunes.
Este miércoles la dicharachera presidenta ha vuelto a mofarse en público de su oponente. Esta vez para decirle que “a la política se viene llorada de casa”, después de que García le advirtiera de que su “bullying” no le haría “agachar la cabeza”. En capítulos anteriores, la había llamado “okupa”, “amargada”, “bolivariana”, “desesperada”, “rebequita en misa”, “cara mustia”... “En política he llorado mucho, claro, y espero no perder la sensibilidad y la humanidad nunca. Quien la pierda no debería estar en política”, le respondió después García desde las redes sociales.
Debe ser que los ayusers nunca lloran. Mal asunto. Llorar libera sentimientos y alivia el duelo. Canaliza emociones y arranca rabias. Se llora de felicidad, pero también de pena o de impotencia. ¿Por qué no hacerlo cuando a uno le dé la gana? En casa, en público, en privado, en política, en el médico o en la oficina. La libertad también consiste en eso. En dejar que caigan las lágrimas sin tener que reprimirlas. Lo contrario genera frustraciones y hasta puede provocar úlceras.
El llanto no es un signo de debilidad, sino de autenticidad, que es lo que hoy hace más falta en esta política del esperpento, donde los relatos se imponen a los hechos, los escenarios a las decisiones, los personajes a las siglas y Ayuso se ha convertido en la reina del descaro, la falta de respeto y el neopopulismo.
¿Es o no para llorar? A moco tendido.
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