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Bailongos

Cristina Pardo

La actualidad política se ha visto sacudida esta última semana por la aparición de la vicepresidenta moviendo las caderas en 'El hormiguero'. Vaya por delante que a mí, en general, me parece estupendo que los políticos se humanicen y se nos muestren de una manera desenfadada. La clave, creo, es que los ciudadanos lo perciban como algo coherente, sensato y medianamente espontáneo. En el caso que nos ocupa, el de Sáenz de Santamaría, me suscita muchas dudas. Lo digo porque se ha pegado los tres primeros años de legislatura atrincherada en Moncloa y compareciendo solamente una vez a la semana. Y no estoy dando mi opinión, sino la de muchos de sus compañeros de partido. Sáenz de Santamaría desapareció del mapa durante el estallido del caso Bárcenas, comentan en el PP. Cospedal se quedó sola dando la cara porque, incluso cuando tocaba rueda de prensa en Moncloa los viernes, la vicepresidenta repetía una y otra vez que ella en esa sala no podía hablar de asuntos de partido. De esta forma, Cospedal se fue achicharrando hasta límites insospechados -también es cierto que va en el cargo-, mientras la imagen de Sáenz de Santamaría permanecía inmaculada. De ahí que me resulten chocantes sus apariciones desde hace pocos meses en medios de comunicación. No os digo nada si encima sale dando saltitos y asegura mirando a cámara que Rajoy -el de “ya tal”- es un “bailongo”.

El presidente del Gobierno, de hecho, hizo un cameo en una serie cuando era ministro. Participó en 'Jacinto Durante, representante' y su interpretación fue francamente graciosa. Sin embargo, no creo que el Rajoy actual, el presidente, se prestara nunca a algo así. Ahora han optado por sacarle del plasma ante la cercanía de las elecciones, pero sus comparecencias públicas siguen siendo un horror. No deja de ser chocante que el dirigente político que más tiempo ha pasado dentro de un televisor en esta legislatura, sea al que más nos chirriaría ver en según qué formatos.

En todo caso, lo mejor del debate suscitado por el baile de la vicepresidenta me parece una vez más la guinda que le ha puesto Esperanza Aguirre. La líder del PP de Madrid ha venido a decir que tampoco es que Sáenz de Santamaría haya inventado la pólvora: “No es nuevo, porque yo en campaña también canté y bailé”. En campaña y fuera de ella, añadiría yo. En mi opinión, las salidas de tono de Aguirre sí son espontáneas, aunque a estas alturas está siendo devorada ya por su histriónico personaje. Poco le queda por hacer a Aguirre. Ha cantado un chotis en inglés, ha bailado, se ha disfrazado, le ha cantado a Rubalcaba el cumpleaños feliz... Ella lleva el espectáculo incorporado. Da igual que despliegue sus números en un plató de televisión que en la pradera de San Isidro. Más o menos te la crees, llegas a la conclusión de que no tiene ningún sentido del ridículo, incluso para decir sin sonrojarse que ella destapó la trama Gürtel. Aguirre trabaja para ser la niña en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro.

La conclusión a la que llego es que para mí sería deseable que los políticos hicieran todo esto de forma más habitual, no solamente cuando tienen que pedir el voto. De entrada, salvo excepciones muy forzadas o insensatas, me parece sano que Carmona cante boleros, que Pablo Iglesias le enseñe su cocina a Ana Rosa Quintana, que Aguirre se desparrame en un momento dado, que Pedro Sánchez participe en 'Planeta Calleja' o que la vicepresidenta hable con Trancas y Barrancas. Pero me parece obsceno cuando todo esto se hace por conseguir un fin, por interpretar el papel de dirigente político haciéndose el simpático para llegar o mantenerse en el poder. De hecho, García Albiol y Andrea Levy se mofaron del candidato del PSC por bailar en sus mítines de campaña. Y seguro que ahora les parece muy estilosa la vicepresidenta. Hay miembros del PP que justifican su doble discurso diciendo que no es lo mismo, que Sáenz de Santamaría estaba en un programa de televisión e Iceta en un acto de partido. En mi opinión, la diferencia entre ambos es que al candidato socialista le salió de dentro y le dio visibilidad durante la campaña, consiguió amortiguar el desastre. Y ahora todos quieren bailar. Pues vale. A ver cuántos siguen comportándose así una vez que finalice el escrutinio.

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