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Vikingas

Barbijaputa

Cuando tomas conciencia feminista, ya no existe un sólo momento del día en el que puedas desconectarla para intentar disfrutar de alguien o de algo donde brillen tintes machistas. También es cierto que, personalmente, si existiera un botón que parara automáticamente la perspectiva de género, yo no lo pulsaría. No me siento mal estando incómoda con personas o situaciones machistas. Quiero estar incómoda. Quiero cabrearme. Creo que he llevado la venda demasiado tiempo.

A cuenta del feminismo, he dejado atrás libros, personas, películas, actividades y series, entre otras muchas cosas. Las he dejado felizmente atrás, debería añadir. Antes de tener conciencia feminista todo era mucho más turbio. Había situaciones y personas que me rechinaban y no sabía justificar por qué. Y cuando no puedes explicar qué es lo que sientes, te lo callas, no lo compartes, te lo guardas. Y te acaba haciendo bola. Mi vida, como la de cualquier feminista, ha ido transformándose en una experiencia mucho más liberadora gracias a que he sabido ponerle nombre, apellidos y razones a todas esas cosas y personas que nos dañaban o hacían revolvernos en la silla en mayor o medida. 

Ha llegado un punto en el que me he dado cuenta de que ya no veo series ni leo libros que normalicen mínimamente el machismo. Y si elijo un libro o una peli machista por error, sencillamente no sigo leyéndolo/viéndola. Esto, obviamente, reduce mucho el mercado de dos de mis aficiones favoritas... sin embargo, no puede importarme menos. Porque es gracias a esta misma determinación de muchas otras antes que yo, mujeres que no consumen contenido misógino y sí demandan historias alternativas, que ahora podemos las demás disfrutar de un catálogo lleno de obras con mensajes feministas y libres de mensajes tóxicos, machistas y rancios.

En estos momentos, dos de las series con más repercusión este años son Big Little Lies y 13 Reason Why, series con mujeres como protagonistas, que narran experiencias que no se nos hacen ajenas a ninguna. La primera gira en torno a la adultez, la segunda en torno a la adolescencia (ésta hay que verla con precaución, es especialmente dura y no la aconsejaría a quien esté pasando, por ejemplo, una depresión). Distintos enfoques, diferentes problemas, mismo género el que los experimenta.

Las mujeres hemos pasado tanto tiempo sintiéndonos el decorado de la ficción, que cuando se nos representa de forma fiel, sin hipersexualización, sin estereotipos exagerados, y con inquietudes y problemas reales, ¡nos sorprendemos!

Yo he crecido viendo a mi género representado (especialmente en películas de acción) a través de personajes que se limitaban a sufrir al otro lado del teléfono, mientras su pareja desataba guerras, se enfrentaba a monstruos o desactivaba artefactos. Ellas: en el mejor de los casos, a buen recaudo, en casa con los hijos; en el peor, violadas o asesinadas al inicio para darle un propósito al protagonista masculino. Ellos: exponiéndose a cualquier peligro, protegiendo al mundo de una invasión alienígena, pilotando aviones o naves espaciales.

Ellas, siempre guapas y esbeltas, siendo amorosas con sus hijos, sin perder la paciencia jamás, abrazándolos con miedo cuando la cosa se ponía fea. Ellos, siempre manchados por el combate, heridos por los reveses de sus enemigos, sobreponiéndose a balazos, bombas y lo que surgiera. Ellas, preguntando al otro lado del teléfono qué está pasando. Ellos, contestando un “Ahora no puedo hablar, es demasiado peligroso”. Ellas, a la espera. Ellos, despidiéndose –en 2 de cada 3 películas– de su hijo pequeño con un: “Cuida de tu madre”.

¿Cuántas películas no llevan incluidas este tipo de escenas, en las que el macho alfa le dice al futuro macho alfa que él es el encargado de proteger a su propia madre? Niños que aún no saben sonarse los mocos sin ayuda (precisamente sin ayuda de sus madres, que son las que están junto a ellos), que escuchan estas frases y adquieren un semblante serio, como de crecer de golpe: el deber de madurar demasiado deprisa porque su padre puede no volver. Y a ver qué sería de sus madres si ellos, con cinco años, no crecen inmediatamente. Y sus caras suelen responder por sí solas: si su padre cae en el fragor de la batalla X, él mismo protegerá a esa madre que siempre parece a punto de desmayarse.

Si esto ha pasado siempre precisamente en películas y series de acción, es porque es justamente la acción lo que les ha pertenecido siempre a ellos. En el género romántico ya es otra historia, por supuesto: aparecemos más en pantalla, pero también para sufrir por ellos de una u otra forma. Por eso pocas, poquísimas películas superan el test de Bechdel, que sin ser un medidor del feminismo sí lo es de nuestra propia representación.

Ver series o películas mostrándonos tal y como somos, con virtudes y defectos, con aciertos y errores, con vida laboral e inquietudes profesionales, con experiencias de abuso, acoso, condescendencia machista (que terminan por colocarnos en la categoría política que ocupamos como mujeres), y enfrentándonos a todo ello –con mayor o menor suerte–, hace que nos enamoremos de nosotras mismas, que nos sintamos de carne y hueso, y no figuras que cuelgan temerosas al otro lado del hilo telefónico.

Series como Top of the Lake, Happy Valley o The Killing, con mujeres rotas a veces, fuertes otras, unas veces malas madres y egoístas, bondadosas y genuinas muchas otras, son las historias que seguimos necesitando para romper los estereotipos que nos atan a unos cuerpos que dejamos de reconocer como nuestros, y hacen que nuestras mentes se queden pequeñas en nuestras cabezas. 

Desde libros como La Ternura de los Lobos, con historias de mujeres canadienses que ya en el siglo XIX se resistían a convivir con los roles de género y se rebelaban como podían, a Tea Room, la novela periodística de Luisa Carnés, rescatada hace poco –tras más de 80 años sin saberse de ella–, que es historia enterrada de quiénes y cómo fueron las mujeres hace 100 años en este país, y qué dejamos de ser tras el golpe de Estado franquista. Estas historias son las que nos ponen un espejo delante, porque ni yo, ni ninguna mujer que conozca, vive para descolgar un teléfono con manos temblorosas.

Si una novela como Tea Room revive ahora tras casi un siglo, o si series como las nombradas anteriormente son vistas de forma masiva, es porque hay mujeres buscando a otras mujeres, mujeres reclamando contenido feminista, mujeres generándolo y mujeres consumiendo todo aquello que las muestra tal y como son, que responden a la vida tal y como ellas lo harían... y que se defienden de los agresores como éstos se merecen. 

Y es que muchas, muchísimas veces, somos mejores vikingas que princesas.

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