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¡Bendito Caos!

Los indecisos se debaten entre PP y PSOE, y entre PSOE e IU, según el CIS

Antón Baamonde

Lo que sabemos del sistema de partidos es que está en estado magmático. Según el último informe del CIS sólo el 50,5 % de los votantes del PP en 2011 tiene claro que repetiría el sufragio. El PSOE sólo logra la fidelidad del 38% de los votantes. Las cifras que daba el CIS en enero eran, respectivamente, del 39,4% para el PP, y del 40% para el PSOE.

Aun suponiendo que la cocina no haya quemado la carne, con esa tendencia las próximas municipales y autonómicas van a ser el comienzo de un giro y tal vez de un ciclo. Habrá un antes y un después. Eso no prejuzga la dirección del viento. Puede que a la Segunda Restauración le pase lo que a la primera: que renquee unos lustros antes de agotarse. O puede que el ciclo combinado de municipales, autonómicas y generales provoque una erupción de magnitud incalculable. Que emerja un paisaje nuevo. No es imposible.

Todo indica que el PP va a ser la minoría mayoritaria. La España basal, que fue socialista durante casi dos décadas y que podría haber sido popular al menos otras dos si no se le hubiese cruzado la crisis, está hoy en estado de shock.

A veces, España da la sensación de ser un personaje pirandelliano, en busca de un autor que le escriba el guión y le dé sentido a su historia. Pero también se percibe –y ese es el lado oscuro- el bajo continuo de la ira que busca un chivo expiatorio que le permita absolverse a sí misma de sus pecados. El mapa mental de los españoles está virando y esa es la causa última de la recomposición política en curso.

Sea como quiera, el PP va a seguir siendo expresión de una cierta alma española, pero de un modo más modesto y circunscrito. Será el acento, pero no la voz. Eso quiere decir que no podrá gobernar en solitario en casi ningún sitio. Dentro de poco se le va a acabar el virtual monopolio del poder del que disfrutó en los últimos años. La reforma electoral que pretende el PP es la respuesta a esa amenaza, y constituye una exacta fotografía de su miedo. Pero es improbable que surta efecto.

En realidad, el PP, después de las próximas generales, pasará a depender del escenario a su izquierda. Buscará pactos con el único partido solvente con el que puede hacerlo: el PSOE. No le darán las cuentas con UPyD, Ciudadanos o Vox. No podrá formar mayorías con los que son sus previsibles compañeros de viaje.

Tampoco parece que el PNV o CiU puedan apoyarle, dada la profunda fosa que les separa. De un modo curioso, los dos grandes partidos están encerrados en sus propias casillas, cada uno a su modo. No son felices con ello. Ven que se les escapa su sangre ubicua, la que hace funcionar el organismo, el poder.

Y ¿qué pasará en la izquierda?. Que el PSOE aunque no se pasokize y acabe convertido en cenizas -no es probable, pero que levante la mano el Arriola que pueda dar garantías de que no sucederá- tendrá que escoger entre: a) el gobierno de coalición con el PP, que no es imposible, pero sería un harakiri poco honorable, b) una alianza con los grupos a su izquierda, tan horrenda para un partido de orden, o, c) la política de mesa de billar, es decir, jugar a dos bandas: apoyos puntuales a un gobierno del PP en el Estado –una versión menor de la Gran Coalición- pero conformación de otras mayorías en ciudades y comunidades autónomas. Andalucía sería un espejo. Al fondo -pero lo que suceda, sucederá antes- Cataluña: lo gravemente incierto.

Tampoco el futuro del PSOE está en sus propias manos. Tendrá que optar, porque se ha acabado el bipartidismo, no en general, sino tal y como lo hemos conocido en el último período. Hay nuevos actores en la obra y el reparto de papeles ya no puede ser el mismo.

Puede que lo que venga en España no sea el fin de la Segunda Restauración y el cambio de régimen. Tal vez las mutaciones tectónicas busquen un punto de equilibrio y de asentamiento, pero la clave política de España está hoy en lo que suceda con Podemos e IU y, en general, con la orilla izquierda: Compromis, AGE, Chunta, Equo, BNG, etcétera.

Si Podemos y el conjunto de la izquierda consiguen su objetivo: sustituir -siquiera en parte- al PSOE, este tendrá muy poco margen para moverse. Aunque el PSOE sea la minoría mayoritaria dentro de la izquierda, estará obligado a retratarse en todas y cada una de las actitudes que tome. En definitiva, la fragmentación electoral hará que entremos en una situación incierta, de cajas chinas, en la que ninguno de los dos grandes partidos gozará de autonomía.

Por tanto, volveremos a algo parecido a la Transición, en el sentido de que los pactos habrán de ser múltiples y de geometría variable. Se acabó el ordeno y mando. Los grupos de presión y las grandes corporaciones del Ibex 35 –esa oligarquía para la que la crisis no es más que un vago rumor de fondo, el sonido de las olas en un día de playa- tendrán que pensar bien qué dirección tomar. Cualquier error en el rumbo podría tener consecuencias no calculadas para el tipo de estabilidad que buscan. Se abre un período de labilidad, de incertidumbre, de un cierto caos, ¡bendito caos! que lo hará todo más incontrolable para los de siempre. Y ello, en el paisaje más vasto de un mundo de capas tectónicas también en movimiento, agárrense. Todo esto no ha hecho más que empezar.

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