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Bingo para Putin: convierte a Ucrania en nación y cohesiona a la UE

Vladímir Putin.

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Uno de los misterios de la política y la historia es cómo las naciones llegan a ser sentidas en los corazones de los ciudadanos: ¿qué hace a millones de personas sentirse parte de un todo nacional, inmutable y a la vez cambiante a través del tiempo? A veces es una historia que habla de una identidad forjada por la lengua y la cultura, la religión, la raza u otros factores étnico-lingüísticos que tantos disgustos han dado a Europa en el siglo XX. En otras ocasiones se trata de una narrativa del pasado común: la exaltación de tradiciones compartidas y a menudo inventadas, como señaló Hobsbawm en La invención de la tradición. Pese a su carácter fantástico esas tradiciones a menudo hacen creíble la visión de un futuro compartido. Eso también une. Pero sin duda la narrativa más poderosa, que cuaja con rapidez, y tiene más posibilidades de perdurar en el tiempo es la de la resistencia contra un invasor. La del 2 de mayo en España, con sus imágenes icónicas en los cuadros de Goya. La de la resistencia francesa frente a los nazis magnificada por De Gaulle para refundar sobre ella la república francesa.

Hoy esa narrativa nacional se abre paso en Ucrania. Y la ha desencadenado Putin. 

La paradoja es enorme. Hace unos días, en su estremecedor discurso previo a la invasión, Putin llamó a Ucrania “un error histórico que hay que arreglar”. Negó que existiera como país. Desde su universo paralelo neoimperial y victimista, Putin reivindicó el derecho a elegir de los habitantes del “actual territorio de Ucrania”. A continuación lanzó la invasión y poco después llamó al ejército ucraniano a alzarse en un golpe de estado contra el gobierno democrático del país. Se ve que estaba convencido de que militares y civiles ucranios recibirían a las tropas rusas con flores y aplausos. Su ensoñación se ha dado de bruces con la realidad. 

Las tropas rusas se están encontrando lo contrario: desde estudiantes que se alistan voluntarios al ejército, hasta milicianos en las calles, pasando por el peatón que planta su mera carne ante los tanques rusos, las ingenieras que se instruyen en el manejo de armas o las profesoras que aprenden a hacer cocteles molotov en YouTube y después salen a la calle a fabricarlos, mano a mano con sus compatriotas. Como ha escrito Yuval Noah Harari: “Gorbachov dejó a rusos y ucranianos como hermanos; Putin los está convirtiendo en enemigos”. 

La reacción del pueblo ucraniano ha escrito ya varios capítulos de esa narrativa de resistencia. En ella tendrá un lugar destacado el presidente. Francia se ofreció a acogerlo en los primeros días, cuando parecía que las tropas rusas llegarían a él en cuestión de horas y lo liquidarían para imponer a toda velocidad un gobierno títere. Sin embargo, Volodímir Zelensky ha conseguido inspirar y alimentar la valentía de su población. Con un teléfono habla con todos los gobernantes amigos y les pide ayuda. Después se dirige a su ciudadanía: sube a twitter vídeos propios. En uno de ellos, grabado en el entorno del edificio presidencial, afirma: “Estoy aquí, no nos rendimos. Estamos luchando. Gloria a Ucrania”. Por último, habla al mundo, relata en redes sociales las conversaciones que mantiene con los gobernantes, agradeciendo la colaboración de todos. Frente al Putin amenazador y su recurso a la fuerza bruta, Zelensky representa el liderazgo social, amable y democrático, acorde con los valores que está defendiendo.

Pero Putin no sólo está activando la conciencia nacional de Ucrania.

En las manifestaciones del Maidán que tuvieron lugar en 2014 ondeaba la bandera de la Unión Europea. Aquel recuerdo se nos fijó en la retina a los europeístas: eran momentos sombríos para nuestra UE. Las políticas de austeridad hacían a muchos repudiar la autoridad bruselense. Se hablaba de un posible Grexit, pese a lo absurdo de imaginar una Europa sin Grecia. También fueron momentos difíciles para el euro, la moneda común, pese a que Draghi ya había pronunciado sus tres célebres palabras: “Whatever it takes”. En aquellos momentos críticos, los ucranianos del Maidán parecían creer más en los valores profundos de la UE que muchos de nosotros. 

La brutalidad de Putin está fortaleciendo una identidad y una acción comunes en la UE. Bruselas está tomando decisiones que significan inequívocamente tres grandes compromisos: el primero, con lo que está en juego: nuestros valores de democracia y libertad. El segundo, con quien los encarna en este momento: hemos mandado armamento a un tercer país por primera vez en la historia de la UE; el tercero es el compromiso de ejercer nuestro poder económico, infinitamente mayor que el de Rusia, aún con los sacrificios que comporta. La UE, a pesar de sus errores, también emergerá más cohesionada y más fortalecida de este envite.

La bandera de la UE ondeó en la plaza del Maidán en 2014, indicándonos que allí estaba en juego el alma de Europa. Hoy la bandera de Ucrania ondea en los corazones de todos los europeos. 

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