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Lo condeno, pero

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, y el líder de Vox, Santiago Abascal, en una reunión en el Congreso.
12 de diciembre de 2023 23:09 h

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El Partido Popular de Feijóo sigue teniendo un dilema por resolver. Y como todo dilema, ni es fácil ni el desenlace sale gratis. Vox es su solución a la gobernabilidad y Vox es su problema para la gobernabilidad. Por eso a veces encontramos a un líder popular que intenta mantenerse en dos orillas que cada vez están más alejadas. El riesgo que asume es que el río, embravecido y poco dado a los matices, se lo trague. Ese soplar y sorber se ha evidenciado ante las barbaridades dialécticas de su socio de la ultraderecha, que intenta subir su popularidad tras el batacazo electoral cogiendo por los cuernos el toro de esa España macha que combate en nosequé guerra cultural e ideológica que se ha debido declarar nosecuando. Por si alguien se ha perdido algún capítulo, al parecer España es una dictadura. 

A Feijóo le pasó factura la ubicuidad en la que quiere instalarse durante el asedio violento de las sedes del PSOE y le ha vuelto a pasar cuando Abascal ha traído al imaginario colectivo la idea de un Sánchez colgado por los pies como Mussolini. En ambas ocasiones ha condenado la violencia (física en el primer caso, política en el segundo) para añadir un pero, varios peros y acabar por meter en el saco de la condena al propio Partido Socialista como iniciador o responsable. Que Abascal lo ha hecho mal, pero el PSOE es el origen de los males. Lo condeno, pero. Te quiero, pero. Estuvo mal, pero. En las bifurcaciones, lamentablemente para el actual PP, solo se puede tomar un camino, a menos que quieras estamparte contra el árbol de en medio. En el debate del Congreso sobre la amnistía este martes le dieron respuesta desde la ultraderecha por blando. El día anterior, desde la izquierda, por duro.

El PP es un partido de Estado que debe condenar la violencia pero también es un partido que quiere quedarse con la parte más indignada e inflamada de la sociedad, la parte que muerde Vox. En ese camino, ya no se distingue el partido de las obligaciones institucionales. Por eso vemos a Almeida llamando “mamporrero” a un ministro y a un ministro que hace campaña desde el sarcasmo, entrando al barro pese al perfil de gobernar para todos. La nueva legislatura va de eso: oposición a degüello y sin decoro, pero esta vez con un gobierno que no las deja pasar, porque han concluido que quien calla otorga y da espacio al adversario. Ahora, el Gobierno responde a los envites y va a la melé. 

Un ejemplo de este cambio de estrategia –aparte de que Sánchez se prodiga mucho más y han preparado más bromas en esta temporada– es que el PSOE responde y ha anunciado que lleva a la Fiscalía las declaraciones de Abascal sobre colgar por los pies a Sánchez, aunque no sirviera para nada. El primer día grande de la amnistía en el Congreso se hablaba de un dictador de Italia. En eso tiene razón Feijóo: el líder de Vox es el pegamento de la trainera. Cuando los ocho partidos políticos que armaron la investidura se miren a los ojos para entender qué tienen en común y se planteen si esa relación vale la pena, imaginar a un Abascal de vicepresidente les hará volver al confort conocido de los 178.

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