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Una cosa es “cotillear” y otra es “referir”

Gente hablando

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Hay palabras que… um… que no encajan muy bien con lo que quieres decir. Que las pronuncias a medio pelo porque no es eso, no es exactamente eso, a lo que te refieres. A mí me pasa con la palabra cotillear

A veces se cotillea, por supuesto. Y hasta se pone a alguien a caer de un burro. Pero la mayor parte de las veces lo que hacemos es hablar de otras personas y muchas veces, bien, ¡muy bien! 

El cotilleo suena sucio. El diccionario de la RAE dice que es hablar de alguien de una manera indiscreta o maliciosa, o contar algo con indiscreción o malicia. El María Moliner lo ve de un modo más relajado. Dice que es “charlar por gusto sobre pequeñas faltas de alguien” o... “contar cosas que afectan a otros”. 

Esto último se va pareciendo más a esas conversaciones que, en realidad, nos ocupan la mayor parte del tiempo. Hasta el 70% de todo lo que hablamos, según el psicólogo experimental Robin Dunbar. 

Hay muchos estudios que tratan de explicar por qué nos gustan tanto estas charlas ligeras sobre la vida de otras personas, y a falta de una palabra mejor, las llaman gossip (en inglés) y cotilleo (en español). Pero no es ni una cosa ni la otra. Porque no se trata de criticar ni despellejar a nadie. Es hablar, comentar, relatar. 

Por eso muchas investigaciones empiezan con una alerta y explican que usan la palabra gossip en un sentido más amplio. Ahí meten todas las conversaciones en las que unos hablamos de otros: las que ponen verde a Fulanico (negativas), las que informan de la mudanza de Menganica (neutras) y las que cuentan ese detalle tan bonito de Zutanita (positivas). Pero tener que empezar un estudio desmintiendo la palabra clave o reformulando su significado es la prueba más clara de que cotilleo no dice lo que de verdad queremos decir.

Robin Dunbar redefine cotilleo como “el intercambio informal de información sobre acontecimientos sociales contemporáneos, incluyendo el comportamiento y el carácter del orador o de terceros no presentes”. Pero… ¡qué complejidad! No tiene sentido usar una palabra para decir otra cosa, para disculparse por pronunciarla, para matizarla y decir que no estás diciendo lo que el otro está oyendo.

Andaba yo incómoda con esto del cotilleo (y de paso, con el chismorreo y el chafardeo), porque, como muestran los estudios sobre el comportamiento de la conversación humana, la mayoría de las veces contamos cosas de otros sin ponerlos a caldo. Y una noche, poniéndonos al día de esos pequeñísimos acontecimientos sociales que tanto nos gustan, mi madre dijo:

—Qué rato llevamos de cotillear. 

Y mi prima contestó:

—Esto no es cotillear. Esto es referir.

¡Por fin! ¡Por fin tenía la palabra! ¡La palabra perfecta! ¡La adecuada!

La busqué en el diccionario y encajaba: “Dar a conocer (...) un hecho verdadero o ficticio”. Miré en el María Moliner y me gustó aún más: “Decir o escribir algo que ha sucedido: una historia, un cuento, etc. Contar, narrar, relatar”. Y lo que más me gustó de todo fue esta acepción: “Enviar al lector a otro lugar, por ejemplo de un diccionario o del catálogo de una biblioteca”. Lo que nos gusta de las historias es que nos envíen a otro lugar, pero no a un catálogo, sino a otra vida. Cuando escuchamos un relato de alguien, nos ponemos por un momento en sus zapatos. Salimos de nuestra vida para meternos en otra. Para imaginar otros acontecimientos y otros sentimientos. Por eso nos encantan las series, las novelas y los cotorreos. 

Mi prima me contó que sus amigas y ella llevan unos 20 años diciendo referir en vez de cotillear. Es ya una palabra consolidada y tiene fecha de nacimiento. Apareció una noche, después del pádel. Estaban en la puerta, cascando, que si este, que si la otra… Y una de ellas dijo:

—¡Mira, ya está bien de cotilleos!

Y otra, una periodista, respondió:

—Esto no es cotillear. Esto es referir sin maldad.

Pues es verdad, pensaron las demás. Estaban intercambiando información. Estaban actualizando el timeline, pero en persona y de viva voz. Era el “¿qué está pasando?” de Twitter, pero cara a cara. O el “me ha dicho un pajarito…” de toda la vida.

Y no solo no hay que reprochar a la gente que hablen de otros. La ciencia ha descubierto que es necesario. El biólogo, antropólogo y psicólogo Robin Dunbar dice que es imprescindible referir para que podamos aprender a manejarnos en las relaciones sociales y saber los comportamientos que gustan y disgustan a nuestro grupo. 

Pero, además, es que referir une. Al compartir información se crean lazos de amistad y confianza. Los que refieren juntos tienen esa estupenda sensación de complicidad y ese calorcillo tan agradable del comadreo. Y aquí la ciencia contradice a la creencia popular de que nos encanta poner a los otros como hoja de perejil. Pues parece que no. Un estudio de la British Psychological Society afirma que nos pone de mejor humor echar un ratico para hablar bien de alguien que darle un repaso.  

¿Y cómo no nos va a gustar referir? ¡Si aumenta nuestros niveles de oxitocina (la hormona de la felicidad)! Eso dice un estudio de la Universidad de Pavía. Y no me extraña, porque nos divierte más hablar del vecino de abajo que de la subida del IPC.

Ahora que por fin tenía mi palabra limpia y esplendorosa para nombrar lo que hacemos la mayor parte del tiempo, referir, pensé que estaría bien buscarle un sinónimo. Acudí de nuevo a los diccionarios y encontré uno fabuloso de Sinónimos castellanos de 1910. 

Fui a la R y ahí estaba. ¡Qué maravilla! Definida en una especie de rap:

Referir es relatar para que el hecho conste. 

El que refiere anuncia.

La referencia es dato.

La referencia es maquinal.

Todo hombre refiere

Pero en vez de dar un sinónimo, este diccionario hacía una advertencia: ¡Psché! que referir no es narrar. Así que seguí buscando como loca… En un diccionario, en otro, ¡en otro!, ¡en otro más! hasta que, de pronto, en las páginas del Oxford English Dictionary, la encontré: chit-chat. ¿Puede haber una palabra más fabulosa? 

La pasé por una prueba de aptitud y consiguió la mayor puntuación posible: cinco estrellas. Chit-chat es la palabra perfecta para el mundo ultratikitiki de hoy. Es divertida, infantilona, desmontable, descafeinada y pronunciation friendly. Es más, tiene una etiqueta nutricional impecable: apta para pieles finas, libre de prejuicios y sin trazas de retintín. Y ya… que ya sé que no es una voz española, pero es que nuestro hogar es el planeta entero. De arriba abajo. A ver cuándo nos vamos acostumbrando… 

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