Cuarta ola
El ministro de Sanidad, Salvador Illa, declaraba este domingo a El País que “las autonomías ya pueden imponer lo que otros países llaman confinar”. Esa misma mañana, el Ejecutivo central recurría la decisión de Castilla y León para adelantar el toque de queda a las ocho de la tarde, como han dictado otros países europeos. Illa, además de ministro, es filósofo. Seguro que reconoce lo insostenible de semejante contradicción. Mas parece que al ministro le esté pasando lo mismo que a la mayoría de los gobiernos y los ciudadanos; teníamos un guion escrito para un final exitoso de la pandemia, la realidad ha empeorado dramáticamente y muchos no están sabiendo adaptar ese libreto; prefieren seguirlo sin cambiar una letra, como si al hacerlo así las cosas fueran a suceder igual que preveíamos hace mes y medio.
Avanza mortalmente la tercera ola y se afianza la percepción de habernos cogido, a los gobiernos los primeros, con el paso cambiado. Estábamos ya todos viendo la famosa luz al final de túnel, llegaban las vacunas y las cuentas de la lechera de la vacunación, habíamos logrado contener al virus bajo unos indicadores soportables para el drama que encierra una pandemia donde ya anticipábamos la salida, los avisos navideños nos sonaban a ritual opcional y quien más y quien menos ya andaba imaginando planes para el verano, o para presentarse a unas elecciones. Los mismos científicos y sanitarios a quienes nos cansamos de reclamar que se escuchara avisaron por activa y por pasiva, pero tampoco los escuchamos esta vez.
Los términos del estado de alarma en vigor se han vuelto insuficientes. Únicamente quien se niegue a aceptar la realidad y se aferre a un guion taquillero con final feliz puede negarlo. Escuchemos de verdad a los científicos por una vez, no solo cuando nos conviene. Existen medidas efectivas que se pueden y deben implementar ya, el marco legal actual no lo permite y ha de cambiarse. Adelantar el toque de queda, prohibir toda reunión fuera del núcleo familiar, cerrar la hostelería y el comercio en todo el Estado con las compensaciones debidas, parar la actividad no esencial y confinar en domicilio, aunque sea por zonas, son decisiones que no deberían esperar.
Esto es lo urgente, aunque ni siquiera lo más importante. No saldremos en muchos meses de este bucle siniestro mientras sigamos vacunando pensando que podemos hacerlo a coste cero, tirando al límite de la atención primaria; o reforzando el sistema sanitario en precario cuando se nos llenan las plantas de los hospitales y despidiendo al personal al día siguiente de que las altas hayan superado a los ingresos; u olvidándonos de la importancia de los rastreadores para ahorrarnos sus jornales; o siendo el país que no se atreve a cerrar aquello que debe para mantenernos a la cola de los estados que menos invierten en compensar a los sectores a detener para frenar los contagios, menos de un paupérrimo 18 por ciento de nuestro PIB, frente al doble que están gastando Italia, Alemania o el Reino Unido (Datos Informe Octubre FMI).
La diferencia clave ahora reside entre quienes se han dado cuenta de que estamos más cerca de afrontar una cuarta ola en primavera que de un verano con su operación salida, su sombrillita y su verbena.
11