Dame la A, dame la M, dame la N, dame la I...
Cuando a final de año toque elegir “la palabra del año”, no tendremos muchas dudas: amnistía. Pocos términos van a llenar tantos minutos de telediario, tantas declaraciones políticas y tantas páginas de periódico. Y conversaciones de calle. Si antes del 23J casi no la habíamos oído (fuera del mundo independentista), desde hace mes y pico no hablamos de otra cosa, es el monotema político, va a ir a más en las próximas semanas con las negociaciones de investidura, y no decaerá una vez haya acuerdo, pues la derecha política, mediática y judicial no soltará ese hueso en mucho tiempo.
Pero esperen, hay un español que todavía no ha pronunciado la palabra, ¿cómo es posible? Nada menos que el presidente del Gobierno. Este jueves respondió por primera vez de forma directa a la pregunta sobre la amnistía, admitió que “estamos negociando”, y defendió el diálogo, el reencuentro, la convivencia y la normalización política en Catalunya. Bravo por el presidente, no lo pudo decir más claro. O tal vez sí: para una mayoría de medios, la noticia no fue que Sánchez admitiese las negociaciones, sino que “el presidente evitó la palabra amnistía”, “Sánchez sigue sin pronunciar la palabra amnistía”…
Los que ya tenemos una edad nos acordamos del expresidente Rodríguez Zapatero en los primeros momentos de la crisis global de 2008. Durante meses evitó pronunciar la palabra que monopolizaba portadas, telediarios, tertulias y debates políticos, pero también la calle: crisis. Y la noticia, casi en tono de cachondeo, fue esa durante semanas: “Zapatero sigue sin pronunciar la palabra crisis”. Le preguntaban una y otra vez a ver si le pillaban en un descuido, pero se resistía. Hasta que no le quedó más remedio.
Si el PSOE confiaba en aliviar la controversia usando eufemismos jurídicos, esa pantalla ya pasó: la llamen como la llamen (y la prosa BOE es muy rica en giros, rodeos y esguinces sintácticos), todos hablaremos de “ley de amnistía”; tanto sus partidarios (entre los que me incluyo) como sus detractores. Ese “marco”, por hablar en términos lakoffianos, está más que repujado y clavado en la pared, no hay quien lo mueva y es imposible no verlo. Así que, aunque sean comprensibles sus cautelas, más le vale al presidente ir haciendo ejercicios de vocalización delante del espejo: am… am… amnis… amnis…
Lo cierto es que Sánchez sabe pronunciarla, no necesita logopeda: le oímos decir varias veces “amnistía” en el pasado, solo que para rechazarla, como le recuerdan hoy sus adversarios. Solo tres días antes de las elecciones la nombró en una entrevista en televisión para recordar que era una reivindicación que el independentismo no había conseguido con él en el Gobierno.
En vez de andarnos con elipsis y eufemismos, reivindiquemos la palabra “amnistía”, reapropiémonos de ella, no se la dejemos a la derecha para que la vuelva turbia, sospechosa, criminal, inmoral, algo que da vergüenza decir en voz alta (o que reserva para sus amnistías fiscales). Pero tampoco le concedamos la exclusiva de su uso al independentismo. Aunque a lo largo de la historia hay ejemplos de amnistías miserables, es una palabra hermosa, que implica perdón, generosidad, superar conflictos, reconciliarse, pasar página. Justo lo que necesitamos, no para investir un gobierno, sino para cerrar en lo posible un conflicto que nunca debió enfrentarse por la vía penal o policial, y devolverlo al cauce político. Repita conmigo, presidente: amnistía, amnistía, amnistía, amnistía…
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