Defender la alegría incluso de la propia alegría
Hace una semana escribía en este espacio que defender los derechos desde su universalidad es defender la alegría como una trinchera, tal y como bien dice el bellísimo poema de Mario Benedetti. Parafraseaba para ello sus versos subrayando la necesidad de defender la alegría frente al caos y las pesadillas, la ajada miseria y los miserables, los graves diagnósticos y las escopetas, los males endémicos y los académicos, las buenas costumbres y los apellidos, los pocos neutrales y muchos neutrones. Pero también, como decía el poeta uruguayo, defender la alegría es hacerlo de la propia alegría.
Para quienes venimos asistiendo con preocupación e inquietud al crecimiento de la retórica del odio que se ha desatado desde que Vox ha tomado protagonismo en la vida política, el nuevo Gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos es un motivo de alegría y también de alivio. A pesar de lo ajustadísimo de la votación de apoyo parlamentario al nuevo Gobierno, este es una bolsa de oxígeno al asfixiante clima de hostilidad y hostigamiento que vemos que promueve la derecha más desinhibida y descentrada (la política, la intelectual, la eclesiástica y la mediática). Además, es tranquilizador observar cómo el programa de legislatura del nuevo Ejecutivo proyecta un cambio de paradigma en cómo gobernar al poner en el centro de este los derechos sociales, económicos y culturales que están recogidos en nuestra Constitución.
Sin embargo, precisamente por la dificultad y la dimensión de este reto es necesario “defender la alegría también de la propia alegría”. El horizonte está repleto de obstáculos, no solo por la oposición belicista que recibirá el nuevo gobierno sino, sobre todo, por las propias contradicciones que existen en el seno de las instituciones que tendrán que poner en marcha las medidas. Ya sabemos de otras veces que no basta articular políticas y derechos si están vacíos de capacidad. De nada sirve ser progresista si las políticas no pueden impactar en los problemas reales de cada una de las personas que habitan las calles de las ciudades, las fronteras de los no lugares y los pueblos que han sido vaciados. Ese es el verdadero reto de este gobierno.
Es momento, no hay mucha alternativa, de hacer política para la gente. Esa es la única esperanza real -y espero que no la última- de que se pueda frenar a la derecha neofranquista y reaccionaria que cabalga cual Atila desolando los puentes de diálogo y convivencia. Más allá de los sillones, los despachos y de los repartos, este país necesita una maniobra de emergencia en la que las políticas públicas hagan posible lo imposible: rescatar a la gente de esa desconfianza, frustración y decepción de la que se sirven los caudillos y los sátrapas.
Siguiendo con Benedetti, al gobierno de Sánchez y de Iglesias solo podemos decirles aquello de 'no te salves'. En este contexto de guerracivilismo por parte del PP, Ciudadanos y Vox, necesitamos un gobierno que no se quede inmóvil al borde del camino para buscar salvarse a sí mismo. Su misión va mucho más allá de la emoción para tratar de comprender cuál es la hondura de la herida social que se ha abierto en estos últimos doce meses. Urge un gobierno que proponga medidas rápidas y eficaces que ayuden a afrontar desafíos y proyectos colectivos y proyecten ese horizonte éticamente distinto que aborda el último informe de Foessa y hace referencia -entre muchas otras claves de análisis e investigación- a Zygmunt Bauman y a lo que este denominó como la 'gran desvinculación'.
De hecho, el pensamiento del reconocido sociólogo y filósofo puede ser una buena clave de análisis para abordar las fracturas sociales cuyo origen él achacaba a un individualismo rampante sin sentido de comunidad, a ese “activismo de sofá” que invade las redes sociales y permanece desvinculado de las acciones que realmente pueden hacer que mejore la vida de todas y cada una de las personas. Ojalá que entre los miembros del nuevo gobierno haya muchos de esos talentos que desde hace tantos años vienen aportando discretamente al análisis de los problemas sociales y de los dolores de la gente. Y es que lo que necesitamos como sociedad es un gobierno que no solo piense en ocupar los cielos o romper los techos de cristal (que también) sino en lograr acabar con 'los suelos pegajosos' que tanta injusticia social acumulan y tanto sufrimiento innecesario almacenan. Las respuestas están en los márgenes y las periferias, no en los extremos ni el centro.
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