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Cuatro economistas en su salsa pero solo dos políticos en el plató

Alberto Garzón, Luis de Guindos, Jordi Sevilla y Luis Garicano en la presentación del debate económico de El Objetivo

Belén Carreño

Un debate a cuatro sobre economía. No suena sexy ni para los más enganchados a la política económica pero el resultado que se consiguió en El Objetivo el domingo por la noche estuvo por encima de las expectativas. Un debate ágil, con momentos de tensión e intercambios de palabras duros e inesperados. El secreto para que la receta televisiva resultara contundente fue el mismo que en la cocina tradicional: ingredientes de calidad. Alberto Garzón, Luis de Guindos, Jordi Sevilla y Luis Garicano son cuatro economistas muy solventes, con sobrado dominio de la materia y tablas. Cuando los políticos defienden el área que dominan se nota y lo notan. Ellos están cómodos y se pueden enzarzar con soltura en debates de cifras y estadísticas que pondrían los pelos de punta a los candidatos a la presidencia. Sin embargo, solo Garzón y De Guindos tuvieron una buena calidad dialéctica, dejando claro que para vender un programa econónimo no solo basta la formación. La experiencia de los dos contricantes se dejó ver, ensombreciendo totalmente a los otros dos participantes.

También contribuyó el formato, una puesta en escena amena, una presentadora, Ana Pastor, que se atreve con los números y una unidad de 'factchek' que comprobaba datos en tiempo real que rompía los momentos más monótonos y tenía en alerta a los candidatos. “¡Que compruebe esta cifra el equipo de factchek!”, clamaron en varios ocasiones De Guindos y Sevilla.

Con todo, el papel que interpretó cada uno fue muy desigual. A grandes rasgos, esta es la impresión que se vivió en el plató (El Objetivo invitó a un grupo de periodistas económicos a ver el debate en una suerte de 'Fila 0'). El orden es el mismo de la intervención.

Luis Garicano

Luis GaricanoLa propuesta para arrancar el debate se basaba en que cada candidato anunciara la primera medida que tomaría al llegar al Gobierno. Garicano se quiso desmarcar ya desde el principio y lanzó una propuesta sobre educación, algo improvisada. Aunque bien intencionado (poner la educación en la base de la política económica), esta ansia por diferenciarse le situaba en la estratosfera del debate de forma recurrente. Mucho más chocante fue su propuesta para las pensiones en la que mezcló los neumáticos de Seseña, la corrupción en Senegal, la educación y un largo etcétera de conceptos deslavazados cuya conexión con las pensiones era, como mínimo, exótica.

Tampoco le favoreció el ostracismo al que le sometieron el resto de los contrincantes. Garzón le ninguneó porque estaba en las antípodas físicas (al otro extremo del plató) e ideológicas como para gastar con él la valiosa saliva en el debate. Y De Guindos y Sevilla lo tienen como aliado natural, algo que quedó muy evidente por sus escasos roces.

Con todo, Garicano intentó poner contra las cuerdas al ministro en funciones, enseñando el extracto de la carta que Mariano Rajoy ha enviado a la Comisión Europea prometiendo ajustes en el segundo semestre del año. Fue su golpe más certero. Casi el único en una serie de intervenciones muy desestructuradas.

Alberto Garzón

El candidato de Unidos Podemos tenía la tarea más difícil esa noche. Le tocaba defender un programa económico que desde Podemos han defendido por activa y por pasiva como socialdemócrata. Una seña de identidad que no está en el código génetico de Garzón. Por eso el economista se centró en ejes ideológicos que podía asumir sin despeinarse, enviando mensajes más difusos que el resto de los contrincantes pero más accesibles al gran público (reforma del sistema productivo, ciencia, innovación, mejora de los salarios...).

Aunque arrancó con el pie cambiado, las tablas como político le sirvieron para capear con holgura el debate. Diputado desde 2011, se le notó la práctica en discutir con el ministro en funciones. Ambos tuvieron varias contiendas vis-à-vis de altura. También fue el que más acusó el agotamiento de las dos campañas electorales y del proceso de la confluencia. Pese a moverse bien en el terreno dialéctico, estaba visiblemente cansado y sobre todo, serio.

Uno de sus mejores golpes fue la respuesta al primer increpamiento de parte de Jordi Sevilla por sus raíces comunistas y su querencia por salirse del euro. Con la habitual calma que le caracteriza, Garzón le contestó: “No somos enemigos, estábamos condenados a entendernos”, desarmando el discurso 'anti' con el que había saltado a jugar el PSOE. La mano tendida no fue suficiente para Sevilla, que volvió a insistir con las contradicciones ideológicas del líder de Izquierda Unida en más ocasiones.

En realidad, Sevilla estuvo acertado evidenciando uno de los puntos débiles del maridaje del programa de IU con Podemos. La agrupación de Garzón tiene plantamientos mucho mas radicales con respecto al euro y a la deuda que el candidato se cuidó mucho de defender pero que quedaron sobrevolando el ambiente en el plató.

Jordi Sevilla

El exministro apostó por el cuerpo a cuerpo con De Guindos y Garzón lo que bañó sus intervenciones de un tono más a la defensiva que propositivo. Con De Guindos llegó a enredarse en varias discusiones que elevaron los decibelios del debate y le dieron el toque agrio. El aún ministro en funciones llegó a perder los nervios con Sevilla, que entró en los comentarios personales (como recordar la presidencia de Lehman Brothers España) y también quiso dejar claro que dominaba la materia al mismo nivel que el representante conservador.

Sevilla estuvo atinado al echar varias veces en cara a De Guindos que sus optimistas estadísticas no reflejaban la precariedad que sufre el ciudadano de a pie. Pero sus ganas de pelea con Garzón deslucieron la tónica general de su discurso. En el recuerdo quedan los ataques a los otros contrincantes pero a duras penas logró colocar el mensaje con las medidas que quiere introducir el PSOE.

Luis de Guindos

De Guindos hizo de De Guindos en estado puro. No es militante del PP ni candidato a las próximas elecciones pero fue a defender lo suyo, su gestión. Su currículo. Esa labor de autopromoción le permitía ser el más convencido y firme de los cuatro contendientes. Tres factores influyeron para que el ministro hiciera un buen debate: está pegado al día a día de las cifras por su labor de doble ministro (recordemos que también ha asumido la cartera de Industria tras la marcha de José Manuel Soria); lleva ya cuatro años haciendo este papel en el hemiciclo y en Europa, y además no acusa el desgaste de las dos campañas electorales.

Precisamente, este exceso de autoconfianza terminó siendo contraproducente. El tono del exbanquero fue muy soberbio, llegando incluso a decir a Ana Pastor que no iba a intentar explicarle (ni a ella ni a la audiencia) en qué consistían los ajustes que ha pedido Bruselas porque la gente no los iba a entender. También quiso sacar pecho de su dominio de los conceptos económicos y él solo entró en un galimatías sobre si en las estadísticas de paro y contratos se ha de tomar como referencia los ocupados o los asalariados sin pies ni cabeza.

También resultó chocante que arrojara a Garzón los recortes de las pensiones que ha acometido Syriza en Grecia, cuando precisamente han sido impuestos por la troika. “Nosotros, en el eurogrupo”, había dicho durante sus intervenciones, dejando claro que él era parte del tridente también. En un momento determinado, el aún ministro se sintió acorralado y hubo una escena que evoca a esos momentos en los que Obélix o Bud Spencer le dicen a un montón de malos 'venid a por mí que puedo con todos'.

¿Hubo un ganador claro?

Casi nunca lo hay en estos debates. En mi opinión, Luis de Guindos y Alberto Garzón estuvieron a la altura de las expectativas de sus simpatizantes. Incluso mejor. Sus tics pudieron no convencer a ningún votante nuevo, pero sería raro que hubieran defraudado a alguno de los suyos.

Jordi Sevilla y Luis Garicano no levantaron pasiones ni entre el público socialista ni entre los fans de Ciudadanos. Es muy improbable que ganaran algún voto, y muy plausible que perdieran unos cuantos.

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