Elecciones: una olla a presión a rebosar
España ha terminado siendo como una olla a presión a la que se le han ido echando todo tipo de ingredientes, entre ellos unos cuantos bastante insanos -democrática y éticamente- que llevan al punto de explosión. La gente sensata y con visión de futuro lo que hace, en la cocina por supuesto, es desechar lo que perjudica la salud. En España, no. Y de repente cuanto se ha ido malmetiendo en el agujero de la historia emerge haciendo notar su presencia. Y no aporta solo mal sabor. En periodo electoral la tensión se acrecienta.
Tiempo ya de descuento. Esta semana han de fijarse las candidaturas para las elecciones generales del 23J y ya no caben sino análisis muy racionales si de verdad se quiere aportar lucidez a la situación. La realidad de los datos nos sitúa en un triunfo del PP el 28M menos drástico del que parece. En 2011, el PP registró sus mejores logros¸ 8,47 millones de votos, ahora han sido 7,0. La diferencia neta con el PSOE es de 800.000, según el magnífico resumen de Aitor Rivero en elDiario.es. incluyen además los del fenecido Ciudadanos que nunca fueron al centro izquierda. Si con toda la masiva y obscena propaganda mediática los resultados fueron estos y no es lo mismo el voto municipal y autonómico que para el gobierno del Estado, no todo está definido. Y lo primero a erradicar es el efecto euforia que difunden la derecha y los medios a su servicio. Asombra, con tanto que tapar, la alegre vitalidad con la que se muestran y los muestran.
Los ataques a Pedro Sánchez arrecian fuera y dentro de su partido como forma de degradarlo entre las huestes de su ámbito de influencia convencidas de antemano. Para otros ha sido, con sus defectos, un presidente muy válido y no hay color con el prestigio que cosecha en Europa comparado con Feijóo. Esa misma UE, tan tibia con los fascismos que durante años no ha logrado enderezar las derivas antidemocráticas de Hungría y Polonia, en la que se ha colado una Italia neofascista, teme el añadido de una España a la par con PP y Vox. La Europa plenamente democrática quiere que siga Sánchez -al margen de que él puede tener otras salidas de envergadura-.
Porque la alianza inevitable de PP y Vox está dando la cara de forma muy preocupante. Ganaderos de Castilla y León reivindican el “derecho” que quiere concederle su gobierno, el de ambos partidos, de vender, si es el caso, carne infectada con tuberculosis bovina. Quieren rebajar los controles de la ley. Y acaban de hacerlo a la brava: asaltando violentamente la Consejería de la Junta en Salamanca. Nada de esto viene en las portadas de la caverna mediática y sí en ABC la falacia de que el Gobierno alienta la visita de diputados alemanes a Doñana a resultas de la campaña ciudadana iniciada en su país de boicot a la fresa de Huelva. Que además parece que han suspendido el viaje. Este par de polvorines de envergadura nos ofrece -entre otros- la incorporación de la ultraderecha a las instituciones que todavía ha de dejar muchas más evidencias de su sello.
Otro problema arduo está en la izquierda. Es evidente que el PSOE siempre ha querido librarse de Podemos. Más allá, las batallas de conversaciones para pactos no son precisamente una balsa de aceite. Los Comuns acusan a Podemos de amenazar con pactar con ERC si no hay acuerdo en Sumar. Pablo Iglesias que los tres territorios ya en Sumar, Catalunya, Comunidad valenciana y Madrid, vetan a Podemos. La armonía a varias bandas se ve difícil a pocas fechas del límite.
Y a diferencia de otros muchos colegas, pienso que es Sumar quien se equivoca en sus sumandos y restandos por muy atronador que sea el coro mediático de sirenas que le cantan a Yolanda Díaz. Sinceramente, me molesta hablar de este tema tan obvio, pero hay millones de personas que se juegan mucho si se impone esa derechaultraderecha montaraz a la que ya vemos repartirse el pastel de la involución, los derechos y las prebendas sin haber siquiera formado todavía sus gobiernos locales.
Yolanda Díaz ha demostrado ser una muy capaz, efectiva y dialogante ministra de Trabajo. Pero ser número uno obliga a mantener la cabeza muy fría, computar a fondo los análisis, los precedentes y filtrar consejos y halagos. Entre sus asesores mediáticos triunfa el ideario del gran Maquiavelo de la eficacia y el pragmatismo, aseguran que la política no es una competición de valores morales. Es evidente que no son elementos fundamentales para buena parte de los votantes de derechas, es imposible que lo tengan en cuenta votando lo que se ha visto en mayo en algunos lugares en particular. Pero la izquierda es otra cosa y sí le importa la lealtad, la decencia y el buscar el bien común antes que la división por matices e incluso por saldos de cuentas en rencillas personales.
Creo que una ministra, luego vicepresidenta, de un gobierno de coalición progresista por Unidas Podemos, si se escinde de su grupo y no lo suma, es ella la que resta. Algunas exclusiones en el mantra de la unidad supondrían una enmienda al gobierno progresista que tantos avances ha logrado en feminismo, hay que tener mucho cuidado. Y, en conjunto, las heridas de los hechos y de declaraciones poco afortunadas son ya difíciles de curar, pero con una actitud inteligente y reflexiva igual todavía puede lograrse.
Es cierto, palmario, que Unidas Podemos ha cosechado un resultado desastroso el 28M. Era la culminación de una abominable campaña - sin precedentes- contra ellos por intentar y lograr políticas sociales y valientes en derechos. Con la participación de Díaz también, desde luego. Hay gente a la que le importan estas cosas. Al punto de preferir votar los defectos conocidos de Sánchez antes de entrar en ese juego. Porque no es un juego, es algo vital lo que se decide en las urnas.
Además, ni siquiera es un buen negocio. Tal como se avisó y se demostró para el 28M, la división resta resultados en los votos. Y es incuestionable que juntos obtendrían mas escaños.
Las elecciones del 28M tampoco han sido espectaculares en los aliados ya de Sumar. Ni siquiera en Más Madrid, que en su momento partió con más posibilidades. Ada Colau ha perdido la alcaldía de Barcelona y el enroque de Compromís influye para privar a la Comunidad Valenciana de uno de los gobiernos mas efectivos y progresistas de España. Unidad, sí, con mucha racionalidad, bajando los humos todos y pensando en la ciudadanía como compete a la izquierda. El voto podría ir al PSOE y ni siquiera garantizar el gobierno. Y cualquier político con la cabeza fría habrá podido comprobar que cuando se pierde los halagos desaparecen como por encanto.
La derecha es otra cosa. Son los votantes diferentes, los propios y los que se adhieren asombrosamente en circunstancias como las vividas en España. Les funciona un marketing como prometer terrazas con cervezas en pandemia mientras se encierra a los ancianos enfermos en los geriátricos o se emplea dinero de los contribuyentes en dar trabajo a las constructoras para levantar un almacén de ladrillos inútil como hospital o se brinda un odio cerril hacia el gobierno que ha hecho todo lo contrario.
La olla a presión rezuma.
Hablan de emocionar a los votantes de izquierda; el entusiasmo, el amor incluso, es más profundo y duradero si se basa en elementos racionales. Si cualquiera cae por un precipicio es preferible contar con una rama sólida, infinitamente mejor a las ensoñaciones, en segundos no se aprende a volar. Rescatar para la decencia el periodismo turbio no es esperable, pero quizás dotar de alguna vía más limpia en los medios públicos, sí. Hacer entrar en razón a las enloquecidas mesnadas de odiadores y odiadoras irracionales tampoco. Pero tal vez hablar con verdad y razón funcione entre quienes lo valoran y por más que lo duden, esas personas existen.
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