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Empantanados en todo y sin salidas en nada

Carlos Elordi

Mientras la ciudadanía observa cada día con menor interés y más desánimo sus cotidianos aspavientos, los partidos se siguen mirando el ombligo. Todos ellos están debilitados, todos sufren serios problemas internos y su única preocupación es cómo evitar males aún mayores en ese frente. Las necesidades políticas generales, entre ellas la de que España tenga un gobierno, el que sea, no figuran en la lista de sus prioridades inmediatas. Porque manda el egocentrismo partidario y porque los líderes no tienen precisamente amplitud de miras. Pero también, y sobre todo, porque no hay urgencias que obliguen a cambiar de registro. Mientras el petróleo siga barato, el BCE mantenga abierto el grifo del dinero y la crisis catalana no dé un salto cualitativo, la política española seguirá bloqueada. Nada obliga a evitar unas terceras elecciones.

En contra de lo que se dice y se repite, no es muy serio pensar que los resultados de las elecciones vascas y catalanas vayan a cambiar sustancialmente el panorama. Aunque podrían provocar la aceleración de alguna de ellas, las dinámicas hoy en curso seguirán siendo las mismas. Ni el PP ni Rajoy van a renunciar al gobierno porque Núñez Feijóo pierda en Galicia, ni eventuales batacazos del PSOE en esos territorios van a llevar a ese partido a abstenerse en una nueva sesión de investidura. Eso sí que sería un suicidio. Y la hipótesis de que el PNV apoyaría a Rajoy a cambio de que el PP diera sus votos al futuro gobierno nacionalista no se sostiene. Urkullu no hará nunca ese regalo a Bildu y al Podemos vasco y, además, las bases nacionalistas lo rechazarían de plano.

Queda en el aire la posibilidad de que el PSOE, Ciudadanos y Podemos acuerden permitir que Pedro Sánchez sea el nuevo presidente del gobierno. Pero sería un milagro que eso ocurriera. Por mucho que Albert Rivera y Pablo Iglesias no quieran que haya terceras elecciones, porque pueden perder votos en ellas, los intereses que, desde dentro y desde fuera, mueven a Ciudadanos no admitirán esa salida a menos que Podemos renuncie a tantas cosas que este partido estallaría en 24 horas.

Visto por tanto que el presente no da más de sí, no hay más remedio que tratar de imaginar el futuro. Y se mire por donde se mire éste no es nada halagüeño. Lo que más se dice últimamente es que tras las elecciones de diciembre, Mariano Rajoy conseguiría ser elegido presidente. Eso seguramente ocurriría no porque entre el PP y Ciudadanos consiguieran los escaños suficientes para ello –porque el eventual crecimiento del primero se lograría sobre todo a costa de la caída del segundo-, sino porque el PSOE cambiaría finalmente de postura y aceptaría la abstención. Pero esto tampoco es seguro. En el supuesto de que para entonces siga siendo el líder de los socialistas, Pedro Sánchez podría volver a comprometerse con el 'no' durante la campaña electoral. Porque está claro que el PSOE irá a esa batalla con el objetivo de quitarle votos a Podemos. Y dejar en el aire la posibilidad de apoyar a Rajoy no sería la mejor manera de lograrlo.

No está dicho, por tanto, que unas terceras elecciones vayan a aclarar significativamente el panorama. Un relevo en la cabeza del PP, o del PSOE, podría modificar algo esa impresión. Pero, hoy por hoy, los formidables trasvases de votos -al PP y también al PSOE- que algunos comentaristas han pronosticado tras conocer el último sondeo del CIS son sólo hipótesis interesadas. Porque la fidelidad de voto a los cuatro partidos ha sido hasta ahora muy alta. Y ninguno de los líderes –y el que menos de ellos Mariano Rajoy- ha hecho hasta ahora mérito alguno para seducir al electorado de sus rivales. Sólo una abstención masiva podría provocar un vuelco. Pero puede producirse o no.

Tanta incertidumbre responde al hecho de que el sistema político que estaba vigente desde hace más de 30 años ha sufrido un seísmo que ha hecho imposible su supervivencia sin reformas de gran calado, pero que no ha sido lo suficientemente contundente como para despejar el terreno para crear uno nuevo. El cambio se ha quedado a medias. Aunque tocados, los protagonistas de la etapa anterior siguen vivos y los nuevos actores no han conseguido la fuerza necesaria para determinar las prioridades políticas. El riesgo mayor es que el inmovilismo, la permanencia de lo caduco, logre imponerse paso a paso y justamente amparado por el bloqueo político. Lo cierto es que la idea misma del cambio necesario, en todas y cada una de sus facetas, se diluye cada día que pasa en el marasmo de la inanidad. Es un término que ha dejado de usarse, que empieza a sonar incluso a arcaico.

Todo puede cambiar, pero puede que a peor, el día que el nuevo gobierno –el que sea y cuando sea- tenga que gestionar la realidad. Para empezar, recortando el gasto público en 10.000 millones de euros, o más, para atender los requerimientos de la UE. Que no es algo ajeno a nuestras cosas, sino la entidad que, con el concurso del BCE, dirige nuestra política económica y financiera y hace posible que la crisis política española no haya tenido aún consecuencias económicas importantes. Para continuar, el problema catalán, que todo indica que va a agravarse. Entre medias los problemones de las pensiones y de la financiación autonómica. Y para rematar, la crisis económica y social que siguen ahí, por mucho que el turismo haya ido bien.

La actual configuración de fuerzas políticas, por llamarla algo, no parece muy en condiciones de hacer frente a desafíos tan serios. Habría que empezar a preguntar a nuestros líderes qué piensan que debería ocurrir para poderlo intentar en mejores condiciones que las actuales.

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