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¿Ha empezado la agonía?

Pedro Sánchez en una rueda de prensa en el Congreso de los Diputados.

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El Gobierno sale muy tocado de la crisis de los espías, que aún no ha terminado. Porque sus alianzas para conservar el poder parecen definitivamente dañadas. Porque los errores cometidos en la gestión del asunto son graves y sugieren un serio problema de liderazgo. Y porque lo que se ha conocido hasta el momento puede tener consecuencias tanto en el plano interior como en el exterior. La pregunta no es si Pedro Sánchez sobrevivirá a la tormenta que está cayendo, como creen los más optimistas de sus fieles, sino si lo ocurrido en estos días es el comienzo de una agonía que inevitablemente terminará en unos cuantos meses.

No habiendo a la vista citas parlamentarias que requerirían del apoyo de una mayoría de la moción de censura que hoy por hoy parece imposible, el Gobierno puede llegar al verano siempre que nuevos e imprevistos acontecimientos no lo impidan. Y acoger a una cumbre de la OTAN en la que muy probablemente el espionaje español será muy comentado: digan lo que digan algunos medios, Pedro Sánchez es el único presidente europeo que ha sido víctima de escuchas.

Después del verano la cosa se pondrá más complicada. No sólo porque las tensiones entre los socios de gobierno deberían agravarse -la coalición está ya rota, aunque unos y otros hagan como si así no fuera-, sino sobre todo porque el 19 de junio se votará en Andalucía y todas las encuestas prevén un batacazo del PSOE y también de los distintos componentes regionales de Unidas Podemos. El impacto de esa derrota no podrá sino incidir en la difícil situación que atraviesa la izquierda.

Por mucha imaginación que se ponga, en estos momentos es imposible vislumbrar sobre la base qué ideas y acciones concretas puede el gobierno recuperar la iniciativa a partir de septiembre. Sí, la economía no va mal, incluso va bastante bien dadas las circunstancias, y el verano turístico puede ser muy bueno. Pero a Pedro Sánchez no le va a ser fácil recomponer la imagen sólo con eso, que podrá servir de argumento para una campaña electoral pero que no va a poder contrarrestar el efecto negativo de los hechos que antes se mencionaban.

El Gobierno puede firmar más adelante una especie de cese de hostilidades con Esquerra Republicana de Cataluña. A ello está dedicando ahora sus mayores esfuerzos. Pero renovar el entendimiento que existía hace algunas semanas va a ser imposible mientras el otro sector del independentismo siga en guerra abierta con Madrid. Y más cuando en la sesión de la comisión de secretos oficiales, la directora del CNI haya reconocido que Pere Aragonés era uno de los investigados por su servicio. El catalanismo ha encontrado una causa por la que movilizarse y salir de la relativa inmovilidad en la que se encontraba. Y está claro que no la va a dejar pasar porque sí. Cataluña es de nuevo un frente de batalla para el gobierno central y los avances logrados en ese camino por Pedro Sánchez pueden haberse quedado en muy poco.

La ruptura de negociaciones entre los sindicatos y la patronal para acordar un pacto de rentas, que acaba de producirse, no augura buenas noticias para La Moncloa en este terreno. En el horizonte se atisba así algo de lo que se viene hablando hace algunos meses: que el único pacto posible para hacer frente al drama de las cuentas públicas que se está gestando, y que la previsible subida de tipos de interés del BCE no hará sino agravar, es el que podrían firmar el PSOE y el PP. Sólo que, en estos momentos, cuando el viento de unas elecciones generales anticipadas empieza a soplar en los pasillos del poder, un acuerdo de ese tipo -para encauzar la subida de las pensiones o los salarios de los funcionarios y unas cuantas medidas impopulares más- es impensable.

En definitiva, que Pedro Sánchez está más sólo que nunca y encima haciendo frente a graves tensiones entre la ministra de defensa y el titular de presidencia por la errática gestión de las revelaciones sobre espionaje. El presidente del Gobierno parece colocado por encima de esos problemas que aún pueden deparar mayores problemas: por ejemplo, la dimisión o el cese de alguno de los contendientes. Pero no hace falta saber mucho para intuir que Sánchez tenía que saber con antelación los pasos que iban a dar dos de sus principales colaboradores.

Y apoyar a Félix Bolaños en el intento de cargar las culpas del problema a Margarita Robles no parece haber sido una buena idea. Entre otras cosas porque, aparte de su popularidad en ámbitos situados más allá del PSOE, la titular de defensa es una batalladora que no se rinde: que el gobierno haya descartado la dimisión de la directora del CNI después de haberlo pregonado varios días a fin de limar asperezas con Esquerra es un buen indicador de ello.

Tampoco es un acierto haber aceptado la primera versión del espionaje al independentismo, la que publicó The New Yorker, que aseguraba que eran 63 las personas espiadas, cuando ayer la directora del CNI ha asegurado que han sido sólo 18 y todas ellas tras la correspondiente autorización judicial. Alguien en La Moncloa se ha despistado al respecto y ahora no va a ser fácil que los independentistas acepten la versión oficial.

Con todo, el error más serio en la gestión de esta crisis es que el Gobierno haya sido quien ha anunciado, a iniciativa propia, que también los teléfonos de Pedro Sánchez y de Margarita Robles -ahora parece ser que asimismo el de Fernando Grande Marlaska- habían sido expiados por entes “externos”.

Es de suponer que esa denuncia tenía como fin principal el de quitar hierro al espionaje sobre el independentismo. Pero habría sido mejor pensar en otra salida. Porque todas las sospechas sobre la autoría de ese espionaje recaen sobre Marruecos. Y lo más probable es que no se pueda probar. Eso es grave: un gobierno no debería lanzarse a hacer acusaciones si no puede dar el nombre del autor y encima no tiene capacidad alguna de tomar represalias por la afrenta. Pero más grave aún es la situación en queda el impopular cambio de rumbo que de buenas a primeras hizo respecto del Sahara Occidental. Sin explicar los motivos. Hay quien no ha tardado en sugerir que ese giro, en buena medida inexplicable, fue fruto de un chantaje del Gobierno marroquí sobre Pedro Sánchez, con material obtenido en su espionaje telefónico.

No es fácil comparar los errores de estos días con otros de la gestión de Pedro Sánchez en el Gobierno. La oposición debe de estar preparando un nutrido dossier para usarlo en la futura campaña electoral. Dejemos a los especuladores adivinar en qué fechas tendrá ésta lugar. Lo único que cabe esperar es que la izquierda no llegue a la misma aún peor que lo está hoy.

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