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No es no, también para ERC

Junqueras: ¡Independencia, amnistía, autodeterminación y justicia!

Esther Palomera

Hablar de la memoria es a menudo hablar de momentos o de palabras que quedan grabados. Todo depende de quién y cómo, claro, porque en ocasiones esos recuerdos se borran, se cambian, se inventan o se apropian. Es lo que tiene el pasado reciente o remoto. Unos lo olvidan, otros lo modifican, otros lo edulcoran y solo algunos lo conservan intacto. Este último caso es hoy el de los dirigentes de ERC ante la investidura de Pedro Sánchez.

Gabriel Rufián lo advirtió con rotundidad el 25 de julio: “Septiembre nos complica la vida política a todos y el otoño no será un buen momento para hacer política por motivos obvios”. Por manifiesto entendía el portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados que, una vez dictada la sentencia del juicio del procés, los republicanos no tendrían fácil prestar gratis sus votos para que Sánchez pemaneciese en La Moncloa. En julio era posible. En noviembre, todo sería distinto.

Recuerdan una por una cada palabra de aquel momento en el que Rufián, desde la tribuna del Parlamento, clamó para que no se perdiese una oportunidad histórica para la izquierda de evitar que las derechas y Vox, “que aplauden con las orejas”, les pasen a todos “por encima”. Otra cosa es que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, prefieran borrarlas y hacer como si todo fuera nuevo y el camino estuviera expedito para un gobierno de coalición.

La investidura no será sencilla. Más bien apunta a un trabajo de ingeniería política. Y no tanto por la sopa de siglas necesarias para sacarla adelante, sino por la suma de intereses a los que tendrán que hacer frente y el precio a pagar por ellos. Nada nuevo en democracia, cierto. Todo gobierno en minoría, de derechas o de izquierdas, lo ha hecho. El ahora “replicante” Aznar, el primero. Sin embargo, ha empezado a cundir el pánico en la izquierda. Lo que hace una semana parecía hecho, hoy nadie lo da por seguro.

El problema al que se enfrenta Sánchez tiene que ver con el discurso hilvanado en su campaña y su apuesta por redoblar una calculada firmeza ante los independentistas. Ni llamadas, ni diálogo, ni acuerdos, ni mesa de partidos, dijo. Hoy toca desandar el camino transitado en busca de una mayoría más amplia que nunca llegó en las urnas. ERC ha puesto precio a la investidura. El gratis total de julio no volverá nunca. Y así se lo ha trasladado al PSOE. Lo sabe Adriana Lastra, lo sabe Carmen Calvo y lo sabe Pedro Sánchez.

El independentismo de Junqueras, que jamás avanzó la abstención de su grupo desde prisión como se publicó hace unos días, quiere concreción y no solo gestos. Tiene a su militancia cabreada; a los posconvergentes, deseando colgarles la etiqueta de traidores y unas elecciones autonómicas, a la vuelta de la esquina. Así que han pedido que en la interlocución con el PSOE no haya interferencias ni de Podemos, ni de los comunes, ni de nadie. Hay interlocución abierta y se pretende que todo transcurra fuera del foco mediático.

Si Sánchez quiere sus votos tendrá que ir a buscarlos más allá de Pedralbes. Los republicanos están abiertos a una abstención, pero solo si el PSOE se muestra dispuesto a entrar en una negociación sobre el conflicto catalán entre iguales en la que se pueda hablar de todo, con un calendario que vaya más allá de la investidura y con garantías de cumplimiento para lo acordado. De lo contrario, el “no es no” que hizo célebre Sánchez contra Rajoy y del que se apropió Rivera contra Sánchez, lo han hecho suyo también los independentistas, para el caso de que no haya avances ni precisiones.

En un ambiente polarizado en el que el diálogo es sinónimo de cesión y el acuerdo, una traición imperdonable, el candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno está obligado a explicarse y a hacer pedagogía para que los ciudadanos entiendan. Negar que en Cataluña, además de un problema de convivencia, existe un obstáculo político es no entender nada ni tener voluntad alguna de arreglarlo.

Una mesa de partidos no es nada extraño y un intercambio de posiciones sin vetos en la agenda, menos. Lo que hace falta es contarlo, y no esconderse tras un abrazo, como en el que se fundieron sin transición Sánchez e Iglesias, después de haberse negado el uno al otro durante meses. La palabra sirve para eso, y los líderes políticos están obligados a usarla tanto para reafirmar sus posiciones como para cambiarlas. Y si se trata de explicar contradicciones es si cabe mucho más necesaria. Lo contrario es tomar por idiotas a los ciudadanos, creer que aceptan cualquier trágala y dejar el campo libre a los profetas del Apocalipsis.

Si Sánchez acepta las condiciones de ERC tendrá mucho trabajo por delante, además de una buena ocasión para exigir él también contrapartidas. Si no es así, tendrá que mendigar el apoyo de las derechas. Pero esa ya es otra historia. De momento, no hay investidura que valga.

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