Esperanza Aguirre y la perversión de la historia
Hay una perversidad cíclica en nuestra vida política consistente en que determinados personajes, que tuvieron que abandonarla de manera poco honrosa, cobran de nuevo protagonismo pasado un tiempo y se les presta una atención inmerecida que les sirve de lavado de imagen. Ahora nos toca Esperanza Aguirre. La que fue presidenta de la Comunidad de Madrid entre 2003 y 2012 y presidenta del PP madrileño entre 2004 y 2016, tuvo que dimitir como concejala del Ayuntamiento de Madrid tras el ingreso en prisión de Ignacio González, que había sido su mano derecha y sucesor, por su implicación en la Operación de Lezo y el desvío de fondos públicos para el saneamiento de las cuentas del PP regional.
Ya en 2017 Izquierda Unida, Equo o Ecologistas en Acción, entre otras entidades políticas y sociales, pidieron la imputación de Esperanza Aguirre por encubrimiento de hechos delictivos y en base al “grado de implicación, complicidad y cercanía con el principal cabecilla de la trama corrupta”, Ignacio González. Hace un par de semanas, el PSOE pidió de nuevo la imputación de la lideresa en el caso Lezo, y más concretamente en la pieza sobre las presuntas irregularidades en la adjudicación y construcción del campo de golf del Canal de Isabel II. No obstante todo ello, ha sido invitada de nuevo a la televisión para comentar la situación política tras las elecciones nacionales, regionales y municipales.
Como si nada de lo anterior hubiera pasado y su autoridad se mantuviera intacta, los micrófonos se conectaron y las cámaras enfocaron. Como si no tuviera nada que ver con las tramas de sus protegidos ni tuviera noticia alguna de la financiación del partido que presidió, la política que tuvo que irse por todo ello respondió con el atrevimiento que le caracteriza. Y, en esa perversión que el tiempo siempre devuelve a nuestro devenir político, ella aprovechó para lavar a Franco, justificando el golpe de estado con el que el dictador tumbó el legítimo gobierno de la República. Lo llamó “general loco”, tirando de su inconfundible guasa, ofensiva para la inteligencia y para la memoria histórica de este país. Se preguntó, de hecho, sin asomo de rubor, por qué Rajoy no derogó la Ley de Memoria Histórica, por qué “no dejan descansar a los muertos”.
Esto puede pasar y pasa en España. Incluso puede pasar que la ex presidenta se vanaglorie de los gobiernos madrileños del PP, que consideró modélicos. Se refería a la misma Comunidad que presidió también Ignacio González, la de la corrupción que, creíamos, la había tumbado a ella. Pero no solo sigue entre las bambalinas de Pablo Casado y de Martínez-Almeida, sino que tuvo en la tele la osadía, rayana en el recochineo, de defender esos gobiernos como modelo de los que “que dejan elegir hospital, dejan elegir cirujano para que te opere”. Lo dijo ella, artífice de una privatización que dejó gravemente herida a la sanidad pública madrileña y cuyos presuntos sobrecostes son investigados ahora por la Fiscalía Anticorrupción tras una denuncia presentada por Podemos. Cabe cuestionarse por qué se le vuelve a dar cobertura y visibilidad a tanta desfachatez.
Por supuesto, Esperanza Aguirre no suele llamar Podemos a Podemos. Ella dice “los podemitas”. No sorprende en alguien que considera que Vox no es ultraderecha, sino “nuestra derecha, la derecha de la derecha”, aunque al menos tiene la franqueza de reconocer que los votantes de Vox proceden del PP y lanza el guante (que hacia Rajoy fue puño americano) para que su partido vuelva a albergar varias “líneas”. Es decir, Esperanza Aguirre hace un llamamiento a quienes se han envuelto en la bandera machista, homófoba, xenófoba, ultracatólica, taurópata y escopetera (ella dijo “cuestiones ideológicas” y dijo que le “entusiasma la incorrección política”). Quiere que vuelvan al seno que siempre los ha acogido. El seno en el que ella misma acogió en el pasado a Santiago Abascal (ella lo llamó “Santi” y dijo que se había jugado muchas veces la vida por defender “nuestras ideas”). No es de extrañar, pues, que denomine “postureo” a las exigencias de Vox y a los presuntos escrúpulos (ella, socarrona, los llamó “asquito”, como si de verdad no dieran asco, sin diminutivos, esas cuestiones ideológicas de Vox) que algunos en Ciudadanos están manifestando frente a los pactos con la formación fascista.
En fin, ella, Esperanza Aguirre, tuvo la oportunidad de volver a ser la lideresa que se despacha a gusto, la jefa de los corruptos y los coleccionistas de lingotes de oro que prefiere que el PP se abstenga y facilite la investidura de Pedro Sánchez para cerrar el paso a los independentistas y a “los podemitas”. A estos últimos insiste en difamarlos con mentiras sobre su financiación que han sido numerosas veces archivadas por la Justicia. En fin, a ella, la representante pública que ha tenido que dimitir tres veces (en 2002, en 2016 y en 2017) por las distintas investigaciones, imputaciones y condenas por corrupción que pudren a su partido (y, por tanto, nuestra vida política, social y económica) se le concede la oportunidad de ir a lavarse ante las cámaras, de ir a lavar al PP e incluso al fascismo de Vox. Es una perversión. La perversión que escribe, una y otra vez, nuestra vida política. La perversión, cíclica y consentida, de nuestra historia.