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Europa y Satanás

Un miembro de Proactiva Open Arms saca de la barcaza a uno de los niños

Ruth Toledano

Francia, Italia, Grecia y Malta han prohibido al Open Arms desembarcar en sus puertos. Le han cerrado los brazos y el corazón. Seguro que sus dirigentes salen por la tele, limpios, repeinados, trajeados, con un luminoso árbol a sus espaldas, para hacer llegar a sus gobernados un bonito mensaje de Navidad. Paz y amor. Mentirosos. Hipócritas. Fariseos. Mientras repartan por pantalla sus sonrisas de falso musgo y acebo, en la cubierta de ese barco tiritan, vomitan, deliran de fiebre más de trescientas personas migrantes. Muchos son niños, como el del pesebre. Un recién nacido en estado crítico ha sido evacuado. La mayoría viene del terror: muchos han sido torturados, muchas han sido violadas. El Open Arms ha sido su salvación, pero las condiciones del mar son terroríficas. Terror sobre terror.

Hay migrantes rescatados que aseguran que si en vez de llegar los rescatistas hubieran llegado los guardacostas libios se habrían tirado al mar. A esa inmensidad infernal. Tal será el infierno que ya conocen. Hay migrantes rescatadas que cuentan cómo dieron a luz en una cárcel de Libia o escaparon con sus bebés del hambre y la violencia extremas en Nigeria. También extremo ha sido el riesgo en su periplo por dejar atrás un país cuyo subsuelo es millonario en petróleo mientras el 90% de la población no tiene nada. Ellas tienen poco más. Una manta empapada. Pero conservan la vida. No apreciar su coraje y tiritar con ellas es carecer de empatía. Y sin ella, no sobrevive una sociedad.

España acogerá al Open Arms. Si el barco logra salir de la zona de naufragios en la que lucha por mantenerse a flote. “Buen viaje”, ha escrito en Twitter el monstruo Salvini. No se puede ser más perverso. También ha acusado a España de ser cómplice de los traficantes de personas. No conoce la solidaridad. No conoce la piedad. Él, que dice que se santigua al levantarse y al acostarse. Él, que se refiere a los Evangelios y blande un rosario en sus mítines. Hasta la Iglesia católica le ha parado los pies: ‘Vade retro, Salvini’, tituló en portada la revista italiana Famiglia Cristiana hace unos meses, cuando Salvini anunció que Italia no acogería un solo barco más de migrantes. Lo compararon con el demonio. Lo es. Si alguien es Satanás, es quien permite y provoca que los niños mueran ahogados en el más gélido de los fríos, en la más negra oscuridad, en la más desoladora de las soledades. Salvini es el mal.

Frente a él, y otros Estados miembro de la Unión Europea, se ha situado Pedro Sánchez. Una gota de esperanza en un mar de desespero. Su fichaje del politólogo argelino Sami Naïr parece una buena noticia para Europa y para el mundo, pues hacen falta representantes que medien en esta guerra con conocimiento de causa y propuestas constructivas. Las consignas de la derecha y de la ultraderecha (que vienen a ser lo mismo) contra las políticas de integración de las personas migrantes solo alimentan la xenofobia, alientan el odio y promueven el racismo. Construyen una sociedad en donde triunfa el mal: Satanás convenciendo con sus artes diabólicas. Quizá no sea demasiado tarde. Ojalá no lo sea para los 311 del Open Arms.

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