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El feminismo que sí debate

Manifestación del 8M en Madrid en marzo de 2020.

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Desde hace un par de años, cada 8 de marzo parece ser la ocasión para constatar tristísimas fracturas dentro del movimiento feminista: las cabeceras de los principales diarios se llenan de referencias a esas divisiones, hablan de cismas y grietas, y a ambos “lados” —entrecomillo a conciencia— se les brindan micrófonos por igual. Hay un trocito de verdad y un trocito de mentira. En lo que tiene que ver con la prostitución, por ejemplo, es verdad que el feminismo está dividido, pero como lo ha estado desde hace mucho tiempo por genuinas divergencias políticas y teóricas; si preguntas por aquí y por allá, no sólo aparecerán divisiones, sino que las posturas más razonables hablarán de feminismos y no de un único feminismo monolítico e impostado, anclado en hormigón, sin evoluciones, de magnífica coherencia a lo largo y ancho de unos supuestos 300 años de historia.

Esas divisiones no impidieron la unidad de las manifestaciones en años pasados. No estuvieron exentas de polémica y debate, pero nunca llevaron a la grieta. Da igual cuál sea el relato: de facto, no fue así. Poco importa que el eslogan de algunas sea que su movimiento es el abolicionista: no fue la ruptura entre abolicionismo y regulación lo que condujo a las dos manifestaciones separadas que ahora cada año se repiten. Fue otra cosa. Pero, por lo que sea, parece que esa otra cosa ha de taparse, que sólo hemos de referirnos a ella de forma elíptica; se puede repetir la mentira, pero no debemos mencionar la verdad.

No soy regulacionista de la prostitución y no serlo es bien distinto de perseguir a quienes en esa situación se encuentran. Estoy en contra de los vientres de alquiler. No ansío ninguna privatización o comercialización del cuerpo de las mujeres o de los cuerpos en general. Pero mi sitio no está en la manifestación que tan abolicionista se declara. Porque no es una manifestación “abolicionista”, sino una manifestación antitrans, y ahí están sus motivos reales; los de quienes han considerado el feminismo como su patio de recreo, su cortijo, y de él se creen dueñas, convirtiendo la opresión en una bandera identitaria que estrechar y a la cual rendir culto, empequeñeciendo un poquito más cada día el rango de quienes entran dentro de lo que son las mujeres de verdad.

En ningún caso digo que todas aquellas que acudan a la manifestación “abolicionista” lo hagan con odio o malas intenciones, que detesten a las personas trans, que nos consideren enfermas o, como algunos referentes teóricos hoy resucitados, piensen que cada mujer trans “viola simbólicamente a todas las mujeres” sólo por el hecho de existir. He insistido siempre en que no presupongo malicia ni desdén. Porque decenas veces se me ha acercado gente, después de una charla o tras ver un vídeo mío, para decirme que había cosas que no les quedaban claras… porque nadie se había molestado en explicarlas lentamente, en dilucidarlas, en esclarecer algunas mentiras. Sé y comprendo perfectamente cómo opera la confusión y el engaño. Pero no es lo mismo el desconocimiento de quienes acuden que la perfecta conciencia de quienes organizan supuestas marchas alternativas y se arrogan el feminismo para ellas. Al contrario de lo que algunas piensan, el feminismo no tiene dueñas.

Siento que mi tono sea, quizá, más beligerante que el sostenido los pasados años. Pero es que, en pocas ocasiones, en fin, casi en ninguna, mi apelación al debate sosegado ha sido respondida; más que otra cosa, porque quienes tenía enfrente no venían ni siquiera desde la teoría, sino desde el odio o la conspiración. Hay muchísima pedagogía por hacer, infinita pedagogía por hacer; pero también hay necesidad: la necesidad de decir que una sola manifestación recorrerá hoy las calles de Madrid reivindicando los derechos de todas las mujeres, de forma amplia, sin exclusión, sin pedir carnets, sin odio. Es la que parte desde Atocha y va hasta Plaza de España, convocada por la Comisión 8M. Es en la que yo estaré. Quienes acudan a la otra me encontrarán siempre dispuesta a debatir, pero no a confrontar su odio con más odio.

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