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Follow the money!

Luis Medina Abascal

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Sigan el dinero es la expresión moderna de cualquier investigación, singularmente penal y de contenido económico, para desentrañar la maraña de hechos y llegar así a los responsables. Es la actualización del principio clásico que algunos ponen hasta en boca de Cicerón del cui prodest, esto es, quién sale ganando.

En el tema de las mascarillas y otros esenciales elementos de los que se carecía cuando se desencadenó la pandemia, parece que en Madrid, capital y Comunidad, se han producido irregularidades que están siendo sometidas a escrutinio judicial, incluso ya con imputados y embargados. Puede tratarse de un par o tres de casos puntuales, pero lo llamativo es la conexión con el poder de los por ahora únicos encartados, lo que permite albergar sospechas nada gratuitas sobre la existencia de más casos análogos. 

Todo, aprovechando la urgente necesidad que había que satisfacer al inicio de la pandemia, nos cayó encima. No parecen otras comunidades seguir el derrotero capitalino. Cataluña, sin ir más lejos, ha conocido la auditoría de la contratación pública durante la pandemia -presentada el jueves pasado en el Parlament por la Sindicatura de Comptes- y se ha saldado con observaciones de carácter administrativo, sin que se haya advertido ni desvío de caudales públicos ni sobrecostes. A veces las comparaciones son ciertamente odiosas.

Pero en Madrid, lamentablemente, al menos por el momento, las cosas distan de ser claras. Contribuiría a esa falta de claridad un deficiente enfoque de las investigaciones. En efecto, estas parecen centrarse de modo muy formal, es decir, en lo documental, lo que en principio no sería incorrecto. Así, parece interesarse por ver cómo se cerraron los contratos entre las administraciones y los proveedores/intermediarios, cómo se cumplieron y ejecutaron las obligaciones mutuas, qué importes se satisficieron, ... 

Además de los listos del lugar, con su agenda bien provista de familiares y amigos y amigos de amigos, aparecen hasta sujetos en Malasia o en oficinas fantasmas de Nueva York. De las investigaciones en oficinas inexistentes y fuera de la jurisdicción española no cabe albergar muchas esperanzas de éxito. Menos aún de las que puedan dirigirse a Malasia. Hablamos del paraíso secular y legendario de la intermediación, cuanto más oculta mejor, en manos, como en este caso, de ciudadanos chinos nunca desligados de la madre patria y ligados felizmente a la obtención de pingües beneficios.

Dudo, reitero, que todo esto llegue a buen puerto. Sucede, empero, que no hace falta surcar los mares para llegar a esos puertos, porque en esos puertos no hay lo que interesa, es decir, el generador de esta trama de corrupción. Se impone el follow the money.

Ya es sospechoso de entrada que, aparentes niños bien, a los que nos se les conoce haberse deslomado en exceso, de pronto tengan acceso al intrincado mercado chino para servir, cuando el mundo está patas arriba, con un chorro de infectados graves, muy graves y de fallecidos, material necesario para el momento, lo comuniquen a las administraciones y en pocos días ¡sirvan los productos que les entregaron, productos que, dicho sea de paso, eran menos de los que se encargaron y de inferior calidad, cuando no nula, a la que se contrató.

El mercado, ni el nacional, ni el internacional, ni el local, funciona con la visita de una persona ajena a ese mercado a un negociante que no conoce y sin referencias comerciales ni patrimoniales algunas. Así no se cierran contratos y menos los millonarios. Eso no funciona así ni aquí ni en China. Menos aún en China, donde los intermediarios tardan más tiempo que en Occidente en acreditarse como dignos de confianza. Solo hay una forma de cerrar el trato sin confianza previa alguna. Esa forma es el pago al contado, ya sea en metálico o con activos liquidables en el acto. 

Además, esta inmediatez, máxime entre desconocidos, requería cash, puesto que el mercado de la pandemia era un auténtico mercado persa, con ventas al mejor postor, si las operaciones no están totalmente cerradas. 

El quid radica en el money. ¿Quién ha puesto el efectivo para cerrar la operación o ha obtenido la garantía de un crédito suficiente? ¿Estos niños bien, de qué músculo financiero disponen para afrontar una cobertura patrimonial de los millones de los que están hablando los medios, medien o no comisiones indecentes por los suministros? Si el intermediario no tiene ese músculo financiero y el vendedor no lo conoce de nada, ¿quién financia la operación, si hay que hacerla en dinero contante y sonante? 

Porque, de lo que uno se percata al instante al contemplar los libros de cuentas societarias -cuando hay sociedad- o los peculios particulares, es que, de músculo financiero de los apuestos intermediarios, nada de nada. Y los milagros no son de este mundo. Más que de intermediarios se debería hablar de testaferros u hombres de paja. Aquí, siguiendo el dinero, veremos quién sale ganando con esta operación, más allá de unas comisiones, que algunas parecen curiosamente evaporadas. Esta evaporación es otro buen indicio que incrementa la fachada de cartón piedra de la operación. 

Cabe hablar razonablemente, más allá de beneficios tan indecentes como descarados en el momento en que estábamos más inermes ante la Covid, de blanqueo de capitales y la sempiterna malversación. Estas pueden ser nuevas y más materiales vías de investigación. Porque lo que es seguro es que, ni el chino conocía al que dice ser intermediario aquí, ni este era conocedor del mercado de productos sanitarios que allí se ofrecía. 

En resumen: follow the money, es decir, al intermediador de verdad, al que financia una operación que obviamente es al contado, de céntimo sobre céntimo. Ese se ha llevado la parte del león.

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