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Fouché volvió como periodista en Catalunya

El periodista Alfons Quintà, en un fotograma de TVE

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Si conoces la historia de Joseph Fouché es fácil deducir que hoy Fouché sería periodista. La vida de este político francés fue magistralmente relatada por Stephan Zweig. Fouché fue un hombre que antes de la revolución francesa era profesor en un seminario, en 1792 saqueaba y quemaba las iglesias, votó a favor de la muerte de Luis XVI y María Antonieta, en 1793 era un exaltado ministro jacobino, cinco años después era multimillonario, diez años más tarde era duque y ministro nombrado por Napoleón y en 1815 se casa bendecido y nombrado de nuevo ministro por el rey Luis XVIII, hermano del rey a quien Fouché pidió asesinar. Y mientras todo eso sucedía, por su puerta iban pasando los cadáveres de los hombres más poderosos de Francia, Luis XVI, Robespierre, Napoleón...

Un personaje así de camaleónico, con esa capacidad de cambiar de ideología según los intereses, escondido en la sombra, pero al mismo tiempo siempre poderoso por la información que posee, hoy ya no puede ser un político. Los políticos tarde o temprano pagan en las urnas sus traiciones. Están muy expuestos a la imagen pública y enemigos que no dudarán en buscar y denunciar sus miserias. Los habrá tan despreciables como Fouché, pero tendrán menos recorrido. En cambio, un Fouché periodista tiene mucha cuerda: no está tan expuesto a la opinión pública, maneja información y puede utilizarla a favor de quién le ayude o en contra de quién le estorbe. O no utilizarla, que suele ser igual o más efectivo. Su connivencia con el político le puede ayudar a lograr más poder mediático, su habilidad como enlace entre políticos y financieros, puede resultar muy útil y se lo cobrará a ambos. Y, a diferencia del político, nunca tendrá que someterse a la sanción electoral. 

Un reciente libro de Jordi Amat nos descubre la vida del Fouché catalán, se trata del periodista Alfons Quintà (1943-2016), y el libro se titula “El hijo del chófer”, haciendo referencia a que el protagonista fue el hijo del chófer de Josep Pla, lo que le permitió introducirse desde la infancia en la élite cultural, política y económica catalana. 

Quintà fue el primer delegado en Catalunya del diario El País, allí destapó el bombazo del estercolero de Banca Catalana, algo que implica a Jordi Pujol, de hecho la crónica se titulaba “Dificultades económicas del grupo bancario de Jordi Pujol” y se publica el 29 de abril de 1980, precisamente un mes antes de las elecciones que llevaron a Pujol a ser presidente de la Generalitat. Nuestro protagonista sigue martilleando a Pujol, hasta que las negociaciones de la alta política y Prisa se lo van complicando. Ahora Fouché, perdón Quintà, descubre que vale más lo que puede callar que lo que pueda publicar. Lo piensa él y lo piensa Jordi Pujol. Y así es como nuestro hombre termina, a propuesta de Pujol, como director de la recién creada televisión autonómica catalana. Ahora Quintà dirigirá la televisión que defenderá a capa y espada la honorabilidad de un Jordi Pujol, asediado por el escándalo de Banca Catalana. El día que se anuncia la querella contra Jordi Pujol coincide con su investidura en mayo de 1984. Allí está TV3, con Alfons Quintà al frente, para destinar todo el tiempo, todas las cámaras, todos los periodistas que sean necesarios para defender a Pujol y cubrir las movilizaciones de apoyo al president. El mismo periodista que años atrás desde El País destapaba el escándalo de Banca Catalana que implicaba a Pujol, ahora prepara todo el aparato mediático para defenderlo. 

Pero no todo es para siempre, los conflictos dentro de TV3 y su caótica dirección le pasan factura y es cesado poco después, ocho millones de pesetas de indemnización y 200.000 al mes como asesor. Lo podrá soportar. 

Dos años después Quintà es llamado para montar un periódico en la órbita de la Generalitat, se llamará El Observador, y será en castellano y catalanista. El objetivo es opacar a La Vanguardia. Tiene 1.500 millones de pesetas para hacerlo. Se registra en 1988 pero la inauguración se retrasa y los gastos se disparan, cuando algún contable le crea problemas aparece con grabaciones que le implican en algún escándalo. El periódico saldrá en octubre de 1990. El caos es tal que es cesado a los dos meses. 50 millones de indemnización. 

¿Dónde piensa ir ahora Quintà? Exacto, se propone para trabajar en La Vanguardia, el periódico que quería neutralizar con el que acababa de poner en marcha. La Vanguardia no le acepta, pero encuentra otro padrino, Pedro J. en El Mundo, y queda nombrado encargado de la delegación del periódico en Catalunya. Ahora su misión será competir con su primer periódico, El País. Aunque su primera obsesión en El Mundo fue atacar a La Vanguardia, acusándoles de complicidad con el felipismo madrileño, no les perdonaba que no aceptaran su propuesta. Como se puede ver, nunca fue muy aficionado a las lealtades. 

Se acaba su temporada en El Mundo. Adivinen dónde va a parar. A preparar reportajes para... TV3. Su trabajo no tiene la calidad requerida, le pagan pero no se emite. Siguiente escala, se ofrece al Avui y cuela, otro que fuera enemigo en su etapa en El Observador. Ahora El Observador no existe y el espíritu nacionalista catalán se encuentra en Avui. Empieza a desempolvar muchas de las miserias que ha vivido y las va colocando en diferentes periódicos, según la línea editorial. Para sus embestidas contra Convergència tiene El Diari de Girona. Termina rompiendo con Avui. El que fuera fundador de las dos grandes apuestas comunicacionales del pujolismo, TV3 y el diario El Observador, ahora se dedica a la venganza contra Convergència desde El Diari de Girona. Quintà es en estos momentos claramente antinacionalista catalán, es nombrado director de El Debat, un digital que se ubica en el entorno del unionismo mediático en Catalunya. Colabora en todo lo que sea antinacionalista: Economía Digital, Crónica Global. Aparece en las tertulias de Intereconomía, está dispuesto a participar en la convención del PP en Catalunya. Cuando puede combatir a la Generalitat desde la izquierda, también lo hace, critica la privatización de la sanidad y consigue cobijo en la prensa de izquierda y en los foros de izquierda. Fouché en estado puro. 

Estamos en 2014, Pujol difunde un comunicado donde reconoce que ha defraudado durante años a Hacienda. Con el árbol caído, dos días necesita Quintà para empezar a escupir la basura que conoce. El procesamiento de Banca Catalana le pilló al frente de TV3, en el bando de Pujol, ahora le ha pillado en el otro bando. Él se reacomoda. 

Pero Quintà se ha quedado solo y enfermo. Su mujer le quiere dejar pero se compadece y vuelve para cuidarle. No la dejará ir nunca. Una noche le pega un tiro con una escopeta de caza y, a continuación, él se suicida. Este último gesto criminal y ruin levanta la veda y permite sacar a la luz toda la miseria de Alfons Quintà, desde su oportunismo político y el uso retorcido del periodismo a su carácter maltratador y acosador con las mujeres. 

Pero quizás el hombre no es el problema, siempre habrá Quintàs, siempre habrá Fouchés. Lo que debería preocuparnos es qué tipo de sociedad, de ecosistema hemos creado en la que son ellos los que mejor se desenvuelven y navegan. Si un periodista como Quintà se abre paso sin problemas entre los despachos de los gobernantes y consigue fácilmente dinero de los bancos, y todo ello sirviendo no a la verdad, sino a la conspiración y a las tramas es que estamos en un nivel de podredumbre periodística y política que debería ser insoportable. Sin embargo, sigue triunfando.

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