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Gobernar contra las expectativas creadas

Marta Romero / Marta Romero

En la antesala de las pasadas elecciones generales, Mariano Rajoy --más como flamante presidente a la espera que como aspirante ante la unanimidad de unas encuestas que le daban como claro ganador--  anunció en un encuentro empresarial cuál iba a ser su programa de reformas para superar la crisis.

Este programa se condensaba en una fórmula sencilla: a mayor eficiencia de las Administraciones Públicas, menor necesidad de crédito y, por ende, mayor disponibilidad de este por parte de empresas y familias para “consumir, emprender y contratar”. Y a partir de ahí, el “círculo virtuoso”: “Cuando haya dinero para invertir, habrá crecimiento. Cuando haya crecimiento, habrá empleo. Cuando haya empleo, habrá más ingresos públicos”. Tan simple era este planteamiento que hasta el propio Rajoy reconocía que podía parecer una “especie de cuento de la lechera”, para después recordar que esto es lo que hizo el PP en 1996 “y año y medio más tarde, ya había puesto a la economía española  a velocidad de crucero”.

El “cuento de la lechera” --por seguir con la terminología usada por el entonces candidato del PP-- se completaba con una idea más: el mero cambio de gobierno supondría un auténtico revulsivo. El esquema también era sencillo: con la llegada del PP, el denostado Gobierno de Zapatero sería sustituido por un equipo de gobierno solvente y eficaz. Con un Gobierno competente, los inversores y los ciudadanos recuperarían la confianza. Con la recuperación de la confianza, España empezaría a salir de la crisis (con más inversión, consumo y puestos de trabajo). more

Fueron esas expectativas --empaquetadas en el voto del cambio-- las que llevaron al PP a ganar las elecciones generales celebradas el 20 de noviembre, cosechando además su mejor resultado histórico (con 10.866.566 votos y 186 escaños). En un contexto marcado por una incipiente vuelta a la recesión y el descontento ciudadano (y, en especial, de los votantes socialistas) con el Gobierno de Zapatero (ya fuera porque mayoritariamente se consideraba que este había gestionado mal la crisis o porque había traicionado sus principios ideológicos, o ya fuera por ambas cosas), el PP se erigía para muchos votantes en la (única) esperanza frente al catastrofismo. Si había calado el mensaje de que Zapatero había sido el peor presidente de la democracia y que no se podía gobernar peor de lo que lo habían hecho los socialistas, sólo quedaba votar --útilmente-- al PP o permitir que ganara (voto por omisión).

Pero nueve meses después de la victoria de los populares en las urnas, el “cuento de la lechera” de Rajoy no sólo se ha venido abajo, sino que las (falsas) expectativas creadas en su etapa en la oposición se han convertido ahora en su principal adversario. En este primer año de legislatura, el cambio prometido por el PP se está materializando en una mayor profundización en la recesión, nuevos recortes, el desmantelamiento de los pilares del Estado de bienestar, la pérdida de derechos sociales y las perspectivas de un futuro más sombrío.

¿Y es percibido el Gobierno de Rajoy como un Gobierno competente? El último barómetro del CIS --correspondiente a julio-- muestra a un presidente y a un Gobierno que reciben un claro suspenso de los ciudadanos. Por un lado, Rajoy obtiene una nota media de 3,33 puntos (en una escala de 0 a 10), y al 77,9% del electorado (y al nada desdeñable 40,8% de los votantes del PP) el presidente les genera poca o ninguna confianza.  Por otro lado, casi 6 de cada 10 votantes consideran que la gestión realizada por su Gobierno es mala o muy mala. Ninguno de los trece ministros de Rajoy consigue el aprobado. Todos ellos reciben una puntuación media inferior al 4.

Estos registros son incluso peores que los obtenidos por los ministros de Zapatero en su última etapa. En octubre de 2011, de los 15 ministros que formaban el equipo de gobierno, ninguno lograba el aprobado, pero tres de ellos (Carme Chacón, Rosa Aguilar y Ángel Gabilondo) lograban o rebasaban el 4. La valoración de la entonces ministra de Economía y Hacienda (Elena Salgado con un 3,59) era ligeramente superior a la que reciben hoy los dos ministros del área económica (Luis de Guindos con un 3,39 y Cristóbal Montoro con un 3,2). Asimismo, la puntuación del ministro (José Ignacio Wert con un 2,49) del equipo de Rajoy que hoy ocupa el último lugar del ranking de valoración es más baja que la que recibía la ministra (Ángeles González-Sinde con un 2,58) más impopular de Zapatero.

Los populares gobiernan así contra las expectativas creadas al demostrar cada día que “estar” peor sí era posible. La estrategia de Rajoy y sus ministros frente a la decepción ciudadana es la de tener la menor visibilidad pública posible (no comparecer, no dar explicaciones, etcétera) a la espera de que lleguen tiempos mejores (en que se pueda comunicar noticias positivas).

Se trata de dejar pasar el tiempo, desde el cálculo electoral de que, al estar al inicio de la legislatura, el tiempo corre a su favor. Es el mismo cálculo, pero en sentido inverso, que hicieron para llegar al Gobierno (apostando entonces a que las cosas irían a peor). Y puede que los populares --al margen del desprecio democrático-- no se equivoquen. De momento, hay dos factores que juegan a su favor:

a) La mayoría absoluta que utilizan, a modo de rodillo, para evitar comparecencias parlamentarias incómodas y para poner a su servicio los medios de comunicación públicos.

b) El estado de 'encefalograma plano' en el que, como principal partido de la oposición, se encuentra el PSOE.

En contra: el hartazgo de una ciudadanía que vive económica, política y socialmente al límite de sus posibilidades.

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