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Mientras unos gritan la izquierda tiene que ir a lo suyo

Díaz califica de muy "satisfactoria" su reunión con Sánchez, que garantiza plan de empleo e inversión por población

Carlos Elordi

La estrategia de la tensión que ha montado la derecha es un puro artificio y aunque sea alimento cotidiano de los medios no está calando en la sociedad. En España, y también en Catalunya, se respira un aire algo, o bastante, menos turbio y tranquilo que el de hace unos meses y eso es lo que percibe la ciudadanía. Por muchos gritos y salidas de tono que escuche. PP y Ciudadanos han apostado a esa línea porque no tienen otra –veremos hasta cuando lo hace este último- pero el gobierno tiene aún bazas sólidas por jugar. Y lo mejor que podrían seguir haciendo el PSOE y Unidos Podemos en no entrar al trapo.

El hiper-activismo de Pablo Casado -¿por qué tiene que decir lo mismo cada día o más de una vez al día?-, más que convicción en sus mensajes denota una profunda inseguridad en su futuro inmediato o, como mucho, a medio plazo: no es casualidad que el presidente gallego Núñez Feijoo, seguro aspirante a sustituirle, haya salido esta semana a la palestra para enmendarle su afirmación de que Pedro Sánchez es un golpista. La crisis del PP –interna y de colocación en el espectro político- espera a un contratiempo para estallar y eso no se tapa con declaraciones altisonantes ni con ataques cada vez más insensatos al gobierno.

Las elecciones andaluzas están a la vuelta de la esquina. No cabe hacer pronósticos firmes sobre sus resultados. Porque podrían producirse vuelcos de última hora que arruinarían los pronósticos demoscópicos que vuelven a dar la junta al PSOE. Aunque no parece muy probable. El porcentaje que obtenga Ciudadanos es la incógnita principal. Pero frente a esa incertidumbre relativa, los mejores conocedores de lo que pasa de verdad en Andalucía tienen bastante claro que al PP le va a ir mal el 2 de diciembre. Un partido en el que se ha peleado lacerantemente hasta el último minuto por la composición de sus listas electorales y en el que Casado sigue luchando por imponer su liderazgo no es la mejor garantía de éxito.

Llamar de todo a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias, con eslóganes de patio de colegio, no va a solventar ninguno de esos problemas. El intento de suavizar las acusaciones de golpismo al presidente del gobierno por parte de dirigentes del PP ha caído en el terreno del ridículo. Ningún español serio, y los hay también de derechas, puede tragarse esas argucias. La fábrica de mensajes del PP está gripada y José María Aznar no parece la persona más adecuada para desatascarlo.

Con el objetivo de batir al PP en su propio terreno electoral y también con el de mantener bien alzada la bandera de su radicalidad españolista en Cataluña y en el resto de España, Ciudadanos se ha sumado a esa estrategia de la tensión y de la descalificación. Con algún matiz. El más importante es que el partido de Albert Rivera está entero y controlado por su líder. Otro es el que se deriva de que su opción no se ve amenazada por algo parecido a Vox, que aunque solo saque medio millón de votos puede hacerle la pascua al PP en unas generales. Ese dato es interesante de cara al futuro. Porque sin riesgos a su derecha, obviamente aparte del PP, Ciudadanos podría un día dulcificar su mensaje y abrirse hacia el centro, mientras que el partido de Casado lo tiene cada vez más difícil.

En todo caso, la derecha en su conjunto va a seguir dando leña al gobierno y a sus aliados. Porque cree que Pedro Sánchez tiene un punto débil y que golpeando en él puede doblarle el espinazo o, cuando menos, dejarle muy mal parado de cara a las futuras elecciones generales. Esa fragilidad se llama crisis catalana y en ese capítulo todos son incógnitas en estos momentos.

Es innegable que el gobierno y Podemos han emprendido caminos de acercamiento al independentismo, cada uno el suyo pero seguramente al final coincidentes. Seguramente no solo para salvar los presupuestos sino también con un plan más general de buscar salidas al bloqueo actual. Esa es una vía llena de incertidumbres porque son muchos, y muy graves, los problemas que la dificultan. Los presos, el proceso del Tribunal Supremo, las tensiones en el interior del independentismo son algunos de ellos.

Pero el camino emprendido es el único razonable. Abandonarlo significaría entregar la iniciativa a la derecha. Las idas y venidas del gobierno en relación con el recurso a la moción del Parlament contra el rey han suscitado algunas dudas en ese sentido. Cabría desecharlas aunque parezca lo contrario. Porque el gobierno se está limitando a hacer un gesto para salvar su imagen institucional y para evitar que la derecha se le lance más al cuello. Y el hecho de que el Consejo de Estado haya dicho que ese recurso no tiene base jurídica habla bien a las claras de que su recorrido futuro es prácticamente nulo. Por ahí no se va a romper nada.

Todo lo demás, incluida la posición que vaya a adoptar la fiscalía en el juicio contra el “procés” está en el alero. Y al igual que la suerte de los presupuestos no se va a aclarar hasta mediados o finales de marzo. Habrá que esperar por tanto hasta que se produzcan novedades de calado.

En el último pleno del Congreso Pedro Sánchez ha dado la impresión de tener las ideas claras y una seguridad en sí mismo que no había transmitido en ocasiones anteriores. En la cuestión catalana y también en las opciones políticas que contiene su propuesta presupuestaria, pactada con Podemos. Reformas moderadas, ligero aumento del gasto social, una comedida elevación de la presión fiscal sobre los contribuyentes más pudientes son algunas de sus líneas.

Ese es su programa de acción para llegar hasta las generales. Pero además de lo que quiere hacer, el presidente cuenta con lo que ya ha hecho, por activa o por pasiva. Y lo principal es que su victoria en la moción de censura y sus primeros meses en el poder han destensado bastante la situación política. No pocos recordarán el dramatismo y la sensación de profunda estabilidad que marcaron los últimos meses de Rajoy. Se percibía el peligro de que todo se fuera al traste si aquello no cambiaba.

Y cambió. Y hoy en la España política, en la que estamos todos, se respira mejor. Por mucho que denuesten algunos. Las cotidianas salidas de tono de la derecha ya solo sirven de pasto para los tertulianos y para entretener al personal. Basta palpar el ambiente de la calle para comprobar que la cosa ha cambiado. Y lo ha logrado la izquierda, aunque muchos no lo reconozcan. Y ese es hoy su gran capital. Para mirar a otro lado cuando la derecha tire sin freno. Para seguir el camino que se ha trazado.

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