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Gruñir y legislar

El candidato del PP a las europeas, Miguel Arias Cañete. / Europa Press

Maruja Torres

Si de aquí al domingo no encontráis nada mejor que hacer para superar el tedio de los últimos días de campaña electoral, os propongo que imaginéis la escena en que los asesores de Arias Cañete, supuestamente, se encierran con él antes de cada intervención pública, y tratan de sofronizarle para que olvide al avasallador nato que lleva dentro, y fuera. Eso tiene que ser mejor que cualquier Woody Allen.

Intentad, asimismo, entender el desconcierto de ese hombrón –al que siempre en su partido le ríen las ocurrencias– cuando los dichos consejeros quieren meterle en el portaequipajes la vaga noción de que, tratándose de la Unión Europea no puede ir soltando groserías con el mismo gracejo con que las despilfarra en unas elecciones patrias.

Ah, las formas, las formas. Las malditas formas. Puedo entender el desprecio –intelectual, por descontado– que el ex ministro del agro y otros huertos siente hacia su gabinete de comunicación, e incluso hacia su partido, ese grupo de blandengues que se arrugan ante sus al pan, pan, y al vino, vino, y a la mujer, regadío. Pero, cojones, si son los mismos que están legislando contra el aborto, y a más, los mismos que pagan del erario público a los ciento y pico de colegios concertados que se dedican a la comprobadamente nefasta segregación de sexos, y que son casi todos del Opus. ¿Ahora me venís con éstas?

Tendría razón el pobre Arias Cañete si por su bien informado, aunque peregrino caletre pasara la idea de que resulta muy hipócrita que sus compañeros, que legislan poniendo a la mujer en el sitio del que no hubiera debido salir jamás, ahora se la cojan con un papel de fumar y no tengan huevos para defender sus osadías verbales, al fin y al cabo tan en concordancia con el pensamiento profundo popular y sus representantes públicos.

Menos mal que esto pasará, como pasa todo, y que de la tormenta en un vaso de agua con gas apenas quedará la huella pegajosa de las burbujas en el cristal, o quizá de los baboseos. Pero lo que verdaderamente importa, la legislación que nos devuelve a la caverna y convierte a las mujeres en propiedades manipulables e incluso impunemente maltratables –¿qué otra cosa, sino mal trato institucional, es obligarte por ley a parir?–, eso quedará.

Y nadie podrá frenar la vuelta atrás, ni siquiera las mujeres que, haciendo esfuerzos, se pongan a la altura intelectual de la mente del candidato. La demolición por vía rápida del precario –ya lo estamos viendo: nunca se puede bajar la guardia– edificio de la consecución de derechos se ha ejecutado con presteza, y sin que ninguna troika ética europea les haya tosido a estos nuevos inquisidores.

¿Qué más da lo que el candidato gruña, siendo la realidad tan efectivamente ominosa?

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