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El gusto por la verdad, Majestad

El Rey Felipe VI ofrece su tradicional discurso de Nochebuena desde el Palacio de la Zarzuela, a 24 de diciembre de 2021, en Madrid (España).

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“Aprende a convertirte en tu mejor adversario, el que te despierta y te estimula con su aguijón”

Pascal Bruckner

“Buenos días. 

No quiero ni acordarme de los que vivís en La Palma. Hoy no estamos con vosotros. No tenéis nuestra solidaridad, nos da igual vuestra desgracia. Ahí os las den todas.

Está lo de la covid. No os hablé de esto el año pasado. La situación es la misma, no hemos avanzado nada con las vacunas ni con el gran número de los españoles que se ha vacunado. Nos tiene que dar vergüenza el proceso de vacunación en nuestro país. No es preciso que hagamos nada más, el virus no debe formar parte de nuestro objetivo. Ya hemos olvidado a las víctimas y a los sanitarios a los que no tenemos nada que agradecer.

Nadie ha sufrido ni está sufriendo las consecuencias económicas de la pandemia. No hemos vuelto a crecer ni a recuperar los puestos de trabajo y la cifra de ocupados no evoluciona pero no tenemos que preocuparnos ni por la subida de precios ni por el coste de la energía ni por las dificultades que tienen los jóvenes por encontrar un empleo.

Los países no dependemos unos de otros, no se requieren soluciones a nivel mundial para los desafíos comunes como es la salud.  No hay por qué estar alerta puesto que el escenario no es de incertidumbre. 

¿Qué hacer? No reaccionar. No asumir las transformaciones y no adaptarnos a los cambios. 

No deseamos ni sociedades avanzadas ni estados del bienestar sólidos. No queremos seguir impulsando la igualdad entre hombres y mujeres, no aspiramos a ser punteros en tecnología y es una tontería eso de la sostenibilidad y del equilibrio medioambiental del planeta. 

Creo que esos desafíos no son para España ninguna encrucijada y que en lo que hagamos o decidamos ahora no nos jugamos nada de nuestro futuro. 

En esa tarea las instituciones no tenemos responsabilidad. No tenemos que valorar los intereses generales ni pensar en los ciudadanos. No debemos asumir nuestro papel ni nuestras obligaciones ni respetar ni cumplir las leyes ni ser ejemplo de integridad. 

No son necesarias ni el entendimiento ni la colaboración. Las diferencias de opinión son suficientes para impedir los consensos y así debe ser. Somos una sociedad de mierda forjada en los últimos 40 años. No sabemos a dónde vamos ni somos conscientes de dónde venimos. El cambio democrático no ha tenido nada que ver con los españoles y la Constitución que nos hemos dado no sirve para nada. Nuestro futuro es ajeno a la Unión Europea. Lo de los fondos no es una ocasión única. 

No vivimos un momento difícil y pararnos es avanzar. No tenemos que seguir adelante, los españoles nunca lo hemos hecho ante las dificultades. No hay futuro posible ni podemos confiar en nuestra fuerza como nación para afrontarlo. 

Pasemos de los que hoy trabajan para velar por nuestra salud y seguridad, son unos idiotas. Me da igual saber que no me habéis prestado ninguna atención.

Eguberri On, Bon nadal, Boas festas“ 

Trece minutos y veinte segundos. ¿Pudo el jefe del Estado decir esto? Reductio ad absurdum. Es un método lógico de demostración que parte de suponer la hipotética veracidad de una proposición. Si la derivación final es una contradicción, el argumento es inválido. ¿Pudo el jefe del Estado decir en la llamada noche buena esto que he parafraseado? No. Resulta absurdo. Sólo pudo decir su contrario, es decir, no dijo nada. Como siempre. Un calvario. Nada de nada. 

Trece minutos y veinte segundos. Es bueno ser rey. Al menos nadie te regatea el tiempo aunque estés aportando el vacío. Hasta mi absurdo parafraseo capta más la atención. 

No vi el mensaje. Dejé de hacerlo hace tiempo. Trece minutos es una vida. Da para emplatar y preparar toda la cena. 

Esta es la máxima desgracia de la monarquía. En el fondo crear polémicas y centros de atención, con si los ancianos de la estirpe van o vienen, es un favor. Al menos es un relato con misterio y le aporta interés.

Un rey de perfil es el vacío.

¿Pudo decir otra cosa? No, ergo no dijo nada. 

Para ser el único discurso que parte de su Casa, no se esfuerzan mucho. 

Irrelevante. 

Ineficiente. 

Prescindible. 

Nadie lo pondría para un análisis de texto en Selectividad. 

Ese es el drama que deben afrontar. Creen ahora que la neutralidad es la insulsez y cuando tuvieron que entrar en escena lo hicieron siendo de parte. 

El filósofo de la ciencia francés Étienne Klein acusa en “El gusto por la verdad” de haber querido convertir a la ciencia en un relato igual a los otros. Muestra que la pandemia ha dejado al descubierto que hemos olvidado las lecciones y el poco crédito que le damos a la racionalidad y a la ciencia. Dice que de un lado la incultura toma el poder y que de otro el argumento llamado “de autoridad”,como el suyo, pretende aplastar todo a su paso. Cuando la credibilidad de todo cae bajo el peso de la opinión ¿cómo guardar el gusto por la verdad?

¿Cómo hacerlo, Majestad?

Me gusta la verdad. Me gusta el contenido, la sustancia, el pensamiento, la racionalidad. Su discurso fue una concatenación de obviedades. Cada una de sus frases lo era, no cabía la contraria. No sólo no puedo aplaudirle, como hacen los lacayos, sino que no tengo fuerzas para emprenderla contra Su Majestad por tal vacuidad. Ya le digo que tengo algo en el horno. Su discurso sólo está destinado a la irrelevancia y el olvido.

A nadie le darían trece minutos y veinte segundos en prime time para decir algo tan prescindible. 

Si ese es su poder, esa es también su fragilidad. 

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