La homofobia mata porque las lesbianas son Satanás
Hace apenas un mes, el escritor Carlos Elordi alertaba en este periódico sobre el aumento de la homofobia en Europa y aportaba los datos escalofriantes al respecto de un reciente estudio de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales (FRA): en un elevadísimo porcentaje, las lesbianas, homosexuales, bisexuales y transexuales europeos sufren amenazas, discriminación escolar, asaltos, violencia y ataques físicos, muchos de ellos en el propio entono familiar. La asombrosa y decepcionante reacción en Francia ante la Ley Matrimonio para Todos de François Hollande se ha convertido en paradigma de un afán de retroceso en la consecución y defensa de los derechos civiles de esta nave a la deriva que es el continente. Al menos en su región occidental: mientras que en los países de Este la homofobia es virulenta e incluso se sustenta en leyes no solo discriminatorias sino abiertamente represoras, con la apertura moral francesa habíamos fantaseado, por más que su derecha sea de las más duras y profundas del viejo continente.
Es probable, de hecho, que la reacción a la ley de matrimonio igualitario tenga un trasfondo más político que moral, y que en su tradicional batida de caza la derecha francesa haya ido antes a por Hollande que a la captura de bollos y maricas, pero lo cierto es que su exacerbación de los ánimos y su tolerancia con la presencia de ultras en las protestas del movimiento “Manif pour Tous” ha acabado de la manera más trágica posible: el asesinato a manos de un neonazi del joven activista antifascista Clément Méric, que había participado en las manifestaciones a favor de la Ley Taubira. Como una desgarradora anticipación de su propio destino, en un vídeo de pocos días de su muerte, el joven Clément aparece portando una pancarta con esta advertencia: “La homofobia mata”.
A la luz de este escenario, la legalización en España del matrimonio entre personas del mismo sexo que llevó a trámite en 2005 el Gobierno de Zapatero se presenta, ya lo supimos entonces, como uno de los mayores avances en la historia de los derechos civiles en Europa. Nunca estaremos lo suficientemente agradecidos a Zapatero no solo por haber tenido el coraje y la decencia de dar ese histórico paso sino por situar a España, al menos por una vez, a la cabeza de la vanguardia ética mundial. No olvidemos que veníamos de los gobiernos de José María Aznar, que en su libelo Cartas a un joven español considera que uno de los pilares en los que se sustenta la construcción de Europa es la familia “de hombre y mujer” y se pregunta “qué pasará cuando un niño o una niña no puedan llamar padre ni madre a quienes se dicen sus progenitores pero que en muchos casos no lo van a ser”, términos similares a los utilizados por “Manif pour Tous” para oponerse a la ley francesa: “Todos nacemos de un padre y una madre”. No olvidemos tampoco que el Partido Popular presentó recurso contra la ley de Zapatero y que cuando hace pocos meses el Tribunal Constitucional lo resolvió favorablemente el actual ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, realizó declaraciones de una homofobia que habría de ser intolerable en un gobierno democrático. Sus oscuras posiciones fueron argumentadas con estupideces como que el matrimonio gay “no garantiza la pervivencia de la especie”, que le han valido el “Látigo 2013” otorgado anualmente por la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB).
Pero lo que hay que tener muy en cuenta es que detrás de la Francia homófoba, de la España homófoba, de la Europa homófoba, está el ultracatolicismo, un integrismo religioso que hace un daño inversamente proporcional al bien que propugna. Eso es lo que hay que señalar y denunciar sin descanso: que detrás de la discriminación homófoba, de la violencia homófoba, de los crímenes homófobos, están el Vaticano y organizaciones ultracatólicas con las que están vinculados una considerable número de miembros del actual gobierno español, como el Opus Dei, los Kikos, Comunión y Liberación o la Legión de Cristo, ahora en un discreto segundo plano tras los escándalos pederastas de su fundador, el sacerdote Marcial Maciel. El movimiento “Manif pour Tous” ha contado con la colaboración de NOM, organización estadounidense ligada al Opus Dei que persigue la creación de una gran internacional contra los matrimonios igualitarios.
Porque no mata solo un neonazi ni lo hace a solas: matan los obispos, los políticos, los fieles y los afines que arremeten contra las libertades civiles. Mata su homofobia. Y esa homofobia asesina se enmarca en España en una Iglesia que recibe privilegios en forma de financiación con dinero público, de exenciones fiscales y de un reconocimiento institucional impropio de un Estado “aconfesional”. El Ayuntamiento de Zaragoza, por ejemplo, ha cedido gratis una parcela de 4000 metros en el barrio de Rosales a la ONG ultracatólica REMAR, que se dedica, dice, a rehabilitar a toxicómanos. Rehabilitan, dicen, de la toxicidad con ideas como las de Miguel Díez, su líder, que considera que las menores son culpables de que sus padres acaben abusando de ellas o que las lesbianas son Satanás. Ideas más tóxicas que el peor de los chutes. Ideas delincuentes. Ideas que llegan a matar.