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De ignorados a actores decisivos

José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez

Salvador García Llanos

Que la primera noticia -después de los Juegos Olímpicos o del incendio de La Palma- de los telediarios de la televisión pública sean las declaraciones de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero sobre la controvertida investidura de Mariano Rajoy, nos da otra idea de cómo se colocan los focos sobre la gobernabilidad, aún posible, de este país. Lo que son las cosas: de ser ignorados o maltratados a actores poco menos que decisivos, cuando se trata de evidenciar el cisma socialista o de coadyuvar en la idea de que el PSOE debe abstenerse para facilitar la investidura del candidato Rajoy. La coyuntura da la función, ya se sabe.

Pero más allá de esa puntual apreciación mediática, sobresalen también los elogios que un destacado dirigente de la dirección del Partido Popular (PP), Javier Maroto, ha tributado a favor “de la valentía de Rodríguez Zapatero y de otros dirigentes socialistas”. Maroto ha llegado a afirmar que está muy bien que haya voces como las de Zapatero, junto a las de otros líderes, “que digan públicamente que Sánchez se equivoca”.

Seguro que no faltan quienes interpreten que todo lo que viene sucediendo, en su maremágnum, es culpa de los propios socialistas; pero llama la atención que, a estas alturas, en pleno encono por una causa -nunca antes una abstención fue tan ansiada-, surjan testimonios interesados de este calibre, similares, todo hay que decirlo, a los de ponderación socialista de hace unos años hacia Ruiz Gallardón, cuando presidía la Comunidad de Madrid y era considerado como un centrista y un demócrata avanzado, hasta que unas desveladas palabras de su padre, dirigidas a Gregorio Peces Barba, dejó las cosas en su sitio: “¿Conservador yo? Tendrías que conocer a mi hijo Alberto. Ese sí que es de derechas…”.

Hace unos meses, en plena campaña electoral de las legislativas de diciembre pasado, se desató una fuerte polémica a propósito de la acusación de “no decente” hecha por Pedro Sánchez a Mariano Rajoy en pleno debate radiotelevisado. “Hasta aquí hemos llegado”, dijo el candidato popular. Posteriormente, el secretario general del PSOE confesó en una entrevista que reconsideraba aquella acusación.

Claro que antes de aquella “indecencia” que tanto escandalizó y tantas ronchas levantó, Mariano Rajoy ya había tildado al presidente Rodríguez Zapatero de “bobo solemne”, de “cobarde sin límites”, de “grotesco”, de “frívolo”, de “antojadizo, veleidoso e inconsecuente”, de “confuso”, de “tener la cabeza de adorno”, de “indigno”, de “insensato”, de “faltarle criterio”, de “ambiguo, impreciso, débil e inestable” y hasta de “chalanear con los terroristas y traicionar a los muertos”. (Las expresiones son espaciadas en el tiempo y en distintos foros). Y pocos se escandalizaron. O al menos, no hubo tanto ruido.

Y ahora que afloran estos ditirambos políticos -el fin justifica los medios, o mejor: vale todo- merecen ser recordadas algunas lindezas del pasado. En marzo de 2004, otro ejemplo, el candidato Rajoy pidió a los españoles que no votasen al candidato Zapatero “porque hay que evitar que La Moncloa caiga en manos de inexpertos e irresponsables”.

Alguien dirá que, desde la óptica de Rajoy, esta última afirmación sigue siendo válida. Pero hablar ahora -desde esa misma óptica- de valentía atribuida a quien era el culpable de todos los males patrios y era considerado, poco menos, que un chisgarabís, vale para contrastar que la política es una vasta extensión donde lo de menos son las contradicciones. La coherencia sigue cotizando a la baja.

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