Impunidad empresarial
Sólo la sensación de impunidad puede explicar una actuación como la del Grupo Volkswagen. Un fraude gigantesco que ha funcionado durante años y cuyo descubrimiento puede hacer tambalearse los cimientos del mayor fabricante de automóviles del mundo. Nunca pensaron que un par de ecologistas y unos profesores de universidad fueran a dar al traste con tamaña operación. Tenían que estar bastante seguros de que las agencias estatales, la Unión Europea y el resto de organismos de control no iban a hacerlo. Ni siquiera la competencia lo hizo.
Así que ese sagaz mercado que se autoregula de forma natural y benéfica no ha impedido que una operación de estas características se pudiera llevar a cabo ni que los beneficios del grupo VW se vieran incrementados ni que, es de suponer, jugosos bonus y complementos fueran a parar a los bolsillos de sus dirigentes. Impunidad. Martin Winter ha perdido su puesto de CEO mejor pagado de Alemania y hay que suponer que no entraba en sus planes perder los 15’86 millones de euros al año que ganaba y que se habían incrementado en un 6% en el último ejercicio.
Como sucedió con los broker, la impunidad o la testosterona de esos directivos a los que nadie se atrevía a bajar los humos, no sólo puede llegar a crear problemas de viabilidad a la empresa y perjudicar a sus accionistas sino que también van a llenar de inquietud a cientos de miles de familias de trabajadores distribuidos en diferentes plantas. De momento ya se ha cernido una sombra sobre los 4.200 millones de inversión previstos en las dos factorías españolas, por mucho comunicado tranquilizador que se emita. La inestabilidad no sólo afecta sólo a los trabajadores concretos sino también a ciudades cuyo bienestar está íntimamente ligado a la producción de esos vehículos. De nuevo estamos ante decisiones tomadas por tiburones que, de salir bien, sólo llenan sus bolsillos pero que si fallan, como estamos viendo, se convierten en desastres socializados que pueden llevar la desolación y la ruina a territorios y personas.
Ahí tenemos a ese empresario al que no se puede molestar con impuestos o exigencias porque “es el que crea trabajo”, al que no controlamos demasiado o ante el que se hace la vista gorda y que puede poner en riesgo el PIB de varias regiones y el bienestar de muchas personas. Acabamos de ver otro ejemplo de como es necesario vigilar más estrechamente y no dar por sentado que el benéfico mercado de los liberales se basta y se sobra. Llevamos ya varios golpes que demuestran claramente que no y que la impunidad que respiran sólo les anima a llevar a cabo sus trapacerías. Y no voy a preguntar aquí y ahora el porqué de la negativa persistente de Merkel a que sus cajas pasaran los test de estrés.
La otra cara del escándalo alemán es que, al fin, nos deja ver que el rey está desnudo. Que después de escupir en titulares y soflamas políticas que los vagos y tramposos vecinos del sur no podían pedir su dinero para paliar las consecuencias de sus actos, es su empresa más puntera la que ha defraudado a todos. Algo ya veníamos diciendo de la actuación de sus bancos y cajas en Grecia aunque muchos no quisieran oírlo. Así que en todas partes se cuecen habas.
Los gigantes se vuelven “sistémicos” y se siente impunes porque su caída arrastraría demasiadas cosas, demasiado dinero y demasiadas carreras. Ahora repensemos si es posible dejar que sean el capital y las empresas los que acaparen tanto poder que acaben por ser jefes de nuestros gobiernos. El escándalo VW es algo más que el escándalo de un fraude y unas emisiones no permitidas es el escándalo del capitalismo cuando pasta salvaje. Así nos va.