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Instagram censura a las víctimas de violencia sexual

Cristiana Fallarás en una imagen de archivo.

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A Instagram no le gusta la realidad si esta refleja la crudeza de lo que viven y pasan las mujeres víctimas de violencia sexual. Ya sabíamos que no le gustan los pezones ni los desnudos, da igual que estos sean parte de una obra de arte o formen parte de un mensaje reivindicativo de derechos humanos. La red social de Zuckerberg le ha cerrado la cuenta a Cristina Fallarás sin mediar palabra ni explicación, haciendo alarde del mejor método de censura encontrado en siglos: retirar el contenido sin dar opción a reclamación. Una muestra más de que el negocio de estas plataformas es desconectarnos de la realidad que sucede y conectarnos a una realidad irreal, edulcorada, llena de filtros y hedonismo. 

No es nueva la opacidad y la arbitrariedad de la censura ilimitada de Instagram o Facebook. Su modelo de negocio no sería el mismo si existiese una mínima regulación que dotase de cierta seguridad jurídica o permitiese un mínimo control legal a este tipo de decisiones de retirada de contenido o cierre de cuentas que, supuestamente, son la respuesta a las denuncias que hacen otros usuarios, en este caso, de Instagram. Pero ¿qué tenía el perfil de Cristina Fallarás para que se haya considerado peligroso? Pues simple y llanamente los relatos de centenares de mujeres víctimas que le han hecho llegar a la periodista y donde narraban con crudeza la violencia sexual que habían sufrido. La pregunta es ¿por qué Meta considera que esos testimonios de mujeres son peligrosos? ¿Por qué toma una decisión que contribuye a silenciar e invisibilizar la violencia sexual que sucede a miles de mujeres? Acaso, ¿lo peligroso no es más bien callar esas voces, taparles la boca? 

Como explica la propia Cristina Fallarás “no es inocente la acción de cerrar y callarlos testimonios de tantas mujeres, los testimonios del daño que habían recibido en primera persona” que habían encontrado en su perfil no solo una vía de escape sino, sobre todo, de reconocimiento, de que no estaban solas. Pero también de aprender a “cómo contar lo que nos ha sucedido y comprender que aquello era violencia”. Lo peligroso es censurar ese tapiz de testimonios que estaba reconstruyendo minuciosamente Fallarás.

La escritora y periodista Marta Peirano posiblemente sea una de las personas que más sabe de cómo funcionan las plataformas sociales y siempre es bueno echar un ojo a sus textos e intervenciones para hablar de vigilancia, negocio y censura de las plataformas sociales. Una de las cosas que suele decir es que estas “quieren imponernos una manera de ver el mundo que está contaminada por quienes les pagan para que sus algoritmos favorezcan unos algoritmos sobre otros”. No es nuevo constatar que la aparente libertad que tenemos en las redes y en internet no es tal si se tocan determinados temas o se cruzan ciertas fronteras. Si bien, es paradójico que sea más fácil en Facebook e Instagram que un pederasta capte a sus víctimas menores de edad o se difundan mensajes de odio que el que las feministas denuncien las violencias que sufren niñas y mujeres sea con relatos, imágenes o expresiones artísticas. El empoderamiento y la lucha feminista contra la violencia sexual le parece algo inapropiado a Meta cuyo propietario ha pedido disculpas, esta misma semana, en el Senado estadounidense, a las familias de las niñas, niños y adolescentes que han sido víctimas de la explotación infantil que ha permitido y potenciado Instagram. “Los pedófilos llevan mucho tiempo utilizando Internet, pero a diferencia de los foros que atienden a personas interesadas en contenidos ilícitos, Instagram no se limita a albergar estas actividades. Sus algoritmos las promueven”, señala una investigación de The Wall Street Journal.

En una entrevista a elDiario.es, el antiguo jefe de ingeniería de Facebook y asesor de Instagram, Arturo Béjar, afirmaba que “un tercio de los adolescentes en Instagram han recibido acoso sexual en el último mes”, e iba más allá para afirmar que “en Instagram está el mayor acoso sexual de la historia de la humanidad”. Resulta cuanto menos inquietante en qué manos está Instagram si el negocio de las plataformas sociales lo dirigen quienes pagan para que sus algoritmos favorezcan unos contenidos sobre otros si al final lo que censuran los algoritmos son las voces y testimonios de las mujeres víctimas de violencia sexual y lo que amparan e incluso guían es a los depredadores sexuales hasta sus víctimas. Solo hay una manera de saber de qué lado esta Instagram: restituyan su perfil a Cristina Fallarás y apóyenla con sus algoritmos para que su memoria colectiva llegue cada vez más lejos.

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