O inventan otra España o cada cual monte su república
En un futuro seguramente no habrá libros de historia así, ni clases así, ni probablemente 'Historia' así tampoco. Pero algo parecido sería el relato de un episodio como el que está viviendo el Reino de España si lo que vivimos hubiese acontecido hace cien o cincuenta años. Y el siguiente episodio habría sido el clásico golpe de Estado.
Afortunadamente para nosotros, hoy es muy poco probable. No es que nos protejan EE.UU. o la OTAN, que nunca tuvieron empacho en apoyar o incluso fomentar golpes de estado, como vimos en su día con Franco o acabamos de verlo en Ucrania. Una mayor protección es estar en la Unión Europea, donde sí hay otros miramientos y garantías. Pero lo que realmente nos evita esas molestias es una realidad histórica distinta. Hoy no existen tanto las soberanías nacionales garantizadas por guardias civiles en la frontera y ejércitos golpistas como el poder absoluto de los mercados financieros, que deponen gobiernos, intervienen la economía de los estados y roban y someten a las ciudadanías.
Sin embargo, ante tal panorama, impensable hace cinco años, la vida política continúa como si tal cosa, que si la Mesa del Parlamento, que si la Abogacía del Estado, que si un bebé en el Congreso, que si a los republicanos catalanes los dejaron sin asientos…(Aquí no pasa nada, ministro, deje a la Guardia Civil tranquila). De todos modos, aunque la situación de la política en España muestre tal fracaso e incapacidad no parece tanto dramática cuanto ridícula. De hecho, el nuevo Parlamento promete trasladar allí el espectáculo que reinó en los últimos tiempos en las cadenas de televisión privadas. A falta de verdadera política y realidades, buenas serán esas sesiones coloristas llenas de efectos y sorpresas.
Es evidente para cualquier observador externo que el Reino de España diseñado como continuación del franquismo es un proyecto que ha llegado a su fracaso. Sus instituciones, desde la Presidencia del Tribunal Constitucional hasta abajo, están ocupadas y contaminadas por facciones políticas, principalmente por la derecha españolista, y sus partidos, así como la ideología dominante en la sociedad, impiden solucionar sus problemas y sus contradicciones internas.
El paradigma del fracaso es la Casa Real y el Rey. Puede gustar o no el proyecto político del Parlamento catalán, el juramento…, pero cuando el Gobierno, en nombre del Rey, evita el agradecimiento al president saliente y cuando el propio monarca se niega a recibir a la presidenta del Parlamento catalán lo que acaba de decir es que expulsa moralmente a los catalanes de su reino y que él mismo no se reconoce como rey de los catalanes. La imagen de un rey en su palacio perdido entre oropeles y pan de oro en su mensaje de fin de año parece cada vez más ajustada.
No pasa nada, el espectáculo continúa. Pero esto es un fracaso completo, desde hace cinco años España carece de cualquier referencia política o humana compartida que no sea la selección de fútbol y de cualquier proyecto de convivencia colectiva. O inventan otra España o cada cual monte su república.