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Islamofobia de barra de bar. En respuesta a Rafael Reig

Bloque "soy mujer, soy libre, visto como quiero". Manifestación del 8 de marzo en Barcelona. / Fotógrafa Lara Mazagatos

Brigitte Vasallo

Hacer afirmaciones tan sencillas y evidentes como que “la islamofobia es el antijudaísmo del siglo XXI” provoca actualmente reacciones de una violencia insospechada. Hay quien me han tildado de antisemita (sic), islamofílica y manipuladora; otros, como Rafael Reig en su columna –que directamente tituló “A Brigitte Vasallo”–, han insinuado que defiendo la lapidación, la obligatoriedad del velo y las violencias contra las mujeres. No sé ante qué perversión de la mente nos encontramos cuando denuncio las violencias contra las mujeres musulmanas y alguien deduce que defiendo la violencia hacia esas mismas mujeres. Pero sí sé ante qué estamos cuando se pueden escribir cualquier tipo de barbaridades sobre la población musulmana o sobre las personas que reivindicamos sus derechos como los propios de una sociedad libre, sin que apenas salten las alarmas. Tenemos la sensación de que insultar a esa ciudadanía de segunda es algo divertido, canalla, incluso moderno. Y gratuito.

Pero no lo es.

Rafael, te voy a explicar por qué escribir una columna que relaciona alegremente las lapidaciones con la islamofobia, que me llama machista por denunciar la violencia contra las mujeres musulmanas, no es gratuito, bien al contrario. Pagamos un precio social muy alto por el racismo, la xenofobia, el machismo y sí, también la islamofobia. Son monstruos que alimentamos sin cesar y que nos acaban devorando si no tomamos consciencia urgente de su existencia.

Mientras escribo, Pegida, el movimiento xenófobo alemán, apoyado por Plataforma per Catalunya, altamente xenófoba también y con amplia presencia en los ayuntamientos catalanes, han convocado una manifestación en l’Hospitalet de Llobregat bajo el lema “contra la islamización de Europa”. Los partidos de extrema derecha, como el Front National francés, vuelven a ocupar amplios espacios políticos en Europa, y todos ellos basan sus discursos del odio en argumentos islamófobos. Cada año se registran en el continente europeo miles de ataques a personas musulmanas. No exagero las cifras: el informe anual del Collectif contre l’Islamophobie en France registró solo en 2013, y en ese país, 661 actos islamófobos, 640 de ellos dirigidos a personas. La mayoría de actos dirigidos a personas, puntualizo, son contra mujeres. El asesinato de Khaled Idris Bahray, el 12 de enero de 2015 en Dresden, se acompañó con la pintada de svásticas en su edificio. Estos ejemplos, Rafael, están lejos de ser casos aislados: son una pandemia y son crímenes de odio con la islamofobia como denominador común.

Mi trabajo va sobre todo esto. No va sobre la demonización burda e infantil de un Occidente del que, si mis cálculos no fallan, también formo parte. Tampoco va sobre la defensa, desde el relativismo cultural, de prácticas machistas y misóginas en cualquier lugar del mundo: no me atribuyas a mí tu simpleza.

Lo que yo hago es denunciar los crímenes de odio y los discursos que los alimentan. Los grandes discursos y las pequeñas columnas llenas de veneno cotidiano.

La islamofobia, te advierto para atajar la duda de si estamos exagerando, no es una cuestión de sensibilidades, sino una categoría de análisis reconocida internacionalmente desde hace décadas. Las ciencias sociales nos han proporcionado indicadores acotados para observar la realidad desde puntos de vista que no se empantanen en los discursos del odio ni en miradas etnocéntricas. El estudio referente en la materia, que publicó el Runnymede Trust en el año 1997, muestra como primer indicador pensar o nombrar el islam como un monolito uniforme y estático, es decir, ignorando toda su riqueza, su diversidad y su complejidad. Los ejemplos que usas en tu artículo dan de lleno en ello: la repudiación, la lapidación y todo tipo de atrocidades contra los derechos de las mujeres corresponden a la realidad sanguinaria de algunos países musulmanes (que como mujer y como feminista denuncio con una intensidad que posiblemente ni conozcas), pero a menudo obviamos que las víctimas de estos horrores también son musulmanas. Que lo son los asesinos del EI, pero también las combatientes de Kobane y la gran mayoría de personas que están en la línea del frente haciendo resistencia.

Esas mismas mujeres musulmanas que tanta pena te dan en Arabia Saudí o en Afganistán, son las mismas que no te dan pena alguna cuando sufren violencias en Francia o en España. Al contrario, denunciar la situación de las mujeres musulmanas en Afganistán mola, pero hacerlo en España contribuye, según tus palabras, “a la denigración del movimiento feminista y por tanto al machismo”. Nombrar solo a unos y obviar a los demás forma parte de la violencia implícita en la invisibilización de las luchas y los sufrimientos. Y, efectivamente, es un discurso islamófobo.

La lapidación, los matrimonios forzados, incluso infantiles y, volviendo al velo, la obligatoriedad o la prohibición sobre la vestimenta de las mujeres son prácticas aberrantes respaldadas por ley en algunos países musulmanes, pero ni en todos ellos, ni, desgraciadamente, solo en países musulmanes. Estos países, además, no solo son musulmanes, sino que algunos de ellos también son dictaduras, e incluso dictaduras respaldadas por países “tan feministas” como Estados Unidos o Francia, que bien podrían condicionar su apoyo al respeto de los derechos fundamentales de las mujeres, pero que prefieren pasar por alto ese pequeño detalle.

El marco legislativo (eso que tú llamas sharia confundiéndolo con el fiqh) de, por ejemplo, Indonesia, nada tiene que ver con el marco de Afganistán. El de Bosnia-Herzegovina, nada que ver con el kazajo. Hay 83 países en el mundo que condenan la homosexualidad. De estos 26 son de mayoría musulmana. Escribiría “solo” 26, pero se me parte el alma de hacerlo. Porque 26 siguen siendo muchísimos. Pero no son todos, como el discurso islamófobo nos quiere hacer creer.

El islam no es un monolito: solo la islamofobia –y a los indicadores me atengo–, nos permiten nombrarlo como tal sin que se nos caiga la cara de vergüenza de tanta ignorancia. Solo la islamofobia nos permite justificar la violencia que sufren las personas musulmanas en Europa a partir de las prácticas monstruosas que llevan a cabo algunos gobiernos contra sus ciudadanos y ciudadanas, de nuevo musulmanas. Justificar violencias o prácticas discriminatorias, por cierto, es el séptimo indicador de islamofobia según Runnymede.

Por otro lado, las leyes que rigen la vestimenta de las mujeres, el velo en concreto, no son exclusivas de países musulmanes. La imposición y la prohibición parte de la misma base: la infantilización de las mujeres y la violencia legal sobre sus cuerpos. Que en Irán se nos libere cubriéndonos o en España se nos libere prohibiéndonos cubrirnos forma parte de la misma política de imposición que poco tiene que ver con nuestros derechos. Si realmente nos preocupan las violencias machistas, necesitamos con urgencia una ley integral que nos acoja a todas: veladas y desveladas. Una ley que ni llega, ni genera los airados apoyos de sectores de dudoso feminismo que sí apoyan las prohibiciones sobre las musulmanas.

En cuanto a mi perspectiva feminista, de la cual dices que estando yo aquí, ya no hacen falta machistas, paso a aclarar un par de puntos.

Creo en un feminismo descolonizado e interseccional. Eso significa que mi mirada sobre las mujeres y sobre nuestra situación en el mundo incluye todos los ejes de la diversidad y de la opresión. Las mujeres no solo somos musulmanas o no musulmanas. Estamos también atravesadas por la orientación sexual (sí, hay musulmanas lesbianas, imagínate), por nuestra identidad de género, nuestra clase social, nuestra raza, nuestras diversidades funcionales, nuestra edad, nuestra situación administrativa y legal, los contextos políticos en los que habitamos y las luchas en las que nos inscribimos, entre una infinidad más de variantes. Y me relaciono con los feminismos y con las mujeres a partir de todos esos ejes y teniendo muy en cuenta que mi posición es de privilegio en tanto que feminista blanca y europea. Y no dejo de serlo por mucho que me disguste, o me incomode nombrarme así. Hay unos privilegios estructurales que no solo uso, sino que disfruto. Este artículo es uno de ellos. Porque en la conferencia a la que te remites para atacarme yo no estaba sola: estaba en la mesa con Hajar Samadi, pero a ella, ni la nombras. Ni la ves. Mi privilegio blanco también es eso: la visibilidad.

Mi conocimiento y mi perspectiva se sitúa en un lugar, un espacio y un recorrido válido como cualquiera sí, pero horizontal. Que mi perspectiva sobre el mundo y sobre la “liberación” femenina, sea lo que sea que significa eso, no es ni la única, ni la más valiosa. Es una de ellas. Y desde ahí lucho yo contra la islamofobia en España, y desde ahí acompaño y me dejo acompañar por las luchas de las mujeres musulmanas. Ni más ni menos.

Con todo esto, me pides que, por el bien de las mujeres, recapacite sobre mi actitud respecto a la islamofobia. Por el bien de las mujeres. Te contesto lo que le dijo “mi madre” Sojourner Truth a otro hombrecito osado como tú, hace ya un par de siglos. “¿Y acaso yo no soy una mujer?”

¿Te sigue pareciendo ahora que mi discurso es amigo del machismo? ¿Que hago que las reivindicaciones feministas se tomen a pitorreo? ¿Que propicio chistes de barra de bar?

Si es así, arriba las copas, compañero. Mientras tú te pitorreas, Pegida se manifiesta en L'Hospitalet y el fascismo crece en Europa. Brindad a nuestra salud los que os quedáis mirando desde la barra del bar: muchos de nosotros y nosotras no vamos a descansar hasta conseguir pararlo.

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