La izquierda 'is different'
No fue la revolución. Tampoco se esperaba que lo fuera. La socialdemocracia (¿debo incluir bajo esta etiqueta solo al PSOE o también a sus socios del Gobierno, a riesgo de ganarme una reprimenda de su parte?) no plantea la demolición del sistema democrático liberal surgido del capitalismo. Lo que ha propuesto tradicionalmente son reformas, unas más osadas que otras, para lograr una sociedad más justa y equitativa y expandir los derechos civiles más allá de lo tolerable por los sectores conservadores.
Se había anunciado que Pedro Sánchez aprovecharía el debate sobre el estado de la nación para demostrar que la izquierda tiene un modelo claramente diferenciable del de la derecha. No lo tenía fácil, sobre todo en el terreno económico, considerando que la socialdemocracia europea, no solo la española, ha asumido con docilidad en las últimas cuatro décadas los dictados del neoliberalismo y su particular discurso sobre la globalización. Hay que decir que el presidente se esforzó. Sin proponer grandes cambios estructurales en el modelo económico, se atrevió a rascar el bolsillo de las grandes compañías energéticas y financieras, lo que en estos tiempos es lo más parecido a un acto revolucionario. Una agresión equiparable al nazismo, en palabras del jefe de la patronal, Antonio ‘Brecht’ Garamendi. No se les molestará mucho tiempo a esos peces gordos –ganarán algo menos durante un par de años–, pero el anuncio, acompañado de una retórica inflamada en favor de los más débiles, tuvo el efecto de una toma de la Bastilla para la bancada progresista en su conjunto, que se puso en pie y ovacionó largo rato al líder de la insurrección.
Sánchez arrancó también entusiastas aplausos al referirse al milmillonario programa de becas del Gobierno como un instrumento para el ascenso social de los menos favorecidos, y lo contrapuso al ‘modelo Ayuso’, que ha extendido el otorgamiento de becas a familias con ingresos superiores a 100.000 euros, en detrimento de las rentas más bajas. Tras recordar que su Gobierno ha debido afrontar una secuencia de graves crisis –la pandemia, la erupción del volcán en La Palma, la guerra en Ucrania con su fuerte impacto en la inflación–, el presidente se preguntó qué habría sucedido si hubieran gobernado “otros” ante tales adversidades, esos que “nunca apostaron por los ERTE y sí por el despido libre”. También mencionó la reciente reforma laboral que ha permitido acelerar la creación de empleo y crear la mayor cantidad de trabajos indefinidos de la historia. Es evidente que el PP habría actuado distinto, como lo ha demostrado allí donde ha ejercido el poder.
Sin embargo, donde la izquierda puede exhibir una personalidad más diferenciable de la derecha es en el campo de los derechos civiles. Ni corto ni perezoso, el jefe del Ejecutivo citó avances como el derecho al aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual o la ley trans, que se han producido bajo gobiernos progresistas y a los que el PP se ha opuesto sistemáticamente pese a presentarse como adalid de las libertades. Cuando se refirió a la sentencia del Tribunal Supremo de EEUU contra el aborto como expresión de la ola reaccionaria que recorre el mundo, y la atribuyó a la mayoría conservadora en el alto tribunal, uno esperaba que diera por fin el paso adelante y anunciase una reforma del sistema de elección del CGPJ para sortear el veto del PP, así se cabreen en Bruselas. Lo que no puede ser es que la izquierda, que goza hoy de apoyos mayoritarios en el Congreso, siga cruzada de brazos mientras el PP mantiene secuestrado el poder judicial con el fin de diseñarlo a su medida cuando llegue a la Moncloa. Sin embargo, a lo máximo que llegó Sánchez fue a pedirle a la derecha que retire su recurso contra la ley del aborto y a criticar, por enésima vez, la renuencia de los populares a renovar el CGPJ. Que no se quejen los socialistas si, en un futuro no tan lejano, el poder judicial termina tomado por completo por admiradores del magistrado ultra Clarence Thomas. En el capítulo de derechos y libertades, el presidente soslayó además un tema que preocupa especialmente a los progresistas: la ‘ley mordaza’. ¿Para cuándo su derogación? ¿O al menos una reforma drástica que vuelva a garantizar los derechos de expresión y protesta? Silencio.
Sánchez perdió una magnífica oportunidad para hacer una reflexión sobre el caso que hoy concita el mayor debate público en lo que se refiere a la salud de la democracia: el escándalo de los audios que revelan conspiraciones desde esferas del Estado, en connivencia con ciertos periodistas, contra Podemos, contra el independentismo catalán y –por lo que ha trascendido en las últimas horas– contra el propio PSOE durante el Gobierno de Mariano Rajoy. Es comprensible que el presidente haya eludido dirigir sus críticas a los periodistas, entre otras cosas para evitar que se le denuncie por intervención en los medios de comunicación, pero habría sido útil que enviara algún mensaje tranquilizador –si lo tiene– sobre la posible presencia de agentes desestabilizadores en el seno de las fuerzas de seguridad del Estado. Máxime cuando él mismo ha sido víctima reciente de interceptaciones ilegales con el sistema Pegasus, en unos hechos que no han sido aclarados. En los citados audios de una reunión que mantuvieron el excomisario José Manuel Villarejo, el periodista de la Sexta Antonio García Ferreras, el directivo de Atresmedia Mauricio Casals y el entonces director del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado, José Luis Olivera, este último alardea de la facilidad para “meterle una cuenta a Pablo Iglesias de hace cinco años”. A lo que Villarejo añade: “Eso te lo hacemos con el rabo, igualmente”. ¿Sigue siendo así de sencillo? Para el presidente, el mayor reto en estos momentos es la inflación. Yo le sumaría, al mismo nivel de inquietud, la vulnerabilidad de la democracia.
Decía al comienzo que Sánchez no anunció este martes la revolución. Pero sí dejó claro que, en contra de lo que sostienen los escépticos, existen –todavía– diferencias entre la izquierda y la derecha. Así lo reconoció incluso la izquierda de la izquierda, como se llama a los socios minoritarios del Gobierno, lo que constituye una victoria para el presidente y su voluntad de agotar la legislatura. La revolución puede esperar. Lo que importa ahora es hacer lo que bien se pueda para evitar que la derecha vuelva al poder. La siguiente tarea será dar un vuelco a las hoy adversas encuestas.
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