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La izquierda necesita un abrazo entre Yolanda Díaz y Pablo Iglesias

El abrazo (1976), por Juan Genovés.
24 de septiembre de 2022 21:44 h

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El “Abrazo” de Juan Genovés es un símbolo de encuentro y reconciliación en la transición, pero lo cierto es que esa no fue su intencionalidad artística. Enric Juliana, en una conversación con Pablo Iglesias, decía lo siguiente: “Juan Genovés se usa para simbolizar el abrazo entre centristas. Sin embargo, cualquiera que conozca la historia de ese cuadro sabe que representa la salida de la cárcel de los presos políticos”. Es cierto, el cuadro era una celebración de la amnistía. Una palabra recuperada esta semana en un entorno muy diferente. Pero ambas, la intención original y la pervertida por la cultura de la transición, son necesarias en el contexto de la izquierda actual. Abrazo, amnistía y reconciliación.

No parece fácil hacer una analogía, para comprender el estado de las relaciones en la izquierda actual, con un periodo en el que olvidarse de odios atávicos para mantener una relación de respeto institucional por el bien mayor que era la convivencia fuese necesario, pero lamentablemente es grotescamente preciso. Lo es porque además la situación que ahora mismo se vive es en parte similar a la que latía durante la transición, cuando se intentaba doblegar las voluntades de las organizaciones mediante la fuerza para instaurar la posición predominante.

Pablo Iglesias y Yolanda Díaz no han coincidido de manera pública desde que el exvicepresidente abandonó la política habiendo dejado el nombre de la ministra de Trabajo como su sucesora. Que no lo hayan hecho es un ejemplo claro de que la situación no es buena entre ambos. No es necesario hacer una recopilación de declaraciones con indirectas, pullas y divergencias por el hecho de que Yolanda Díaz no haya seguido el camino marcado por el que la nombró; basta con observar lo que es un hecho evidente, concreto y palpable que ni el más cínico puede negar. No parece que haya mejorado en los últimos tiempos, cuando Yolanda Díaz sigue construyendo su proyecto al margen de Podemos y estos utilizan la última campaña de descrédito de la extrema derecha contra Irene Montero para dirigirse a los silencios en los apoyos.

Hace solo unos días Yolanda Díaz pedía una amnistía entre la izquierda en una reciente entrevista en elDiario.es y para un observador externo el uso de esa palabra puede resultar excesivo cuando se habla de partidos y organizaciones que no tienen grandes diferencias ideológicas. De hecho, no tienen diferencias ideológicas. Pero las palabras de Yolanda Díaz eran meridianamente claras: “Yo creo que las izquierdas españolas tienen que darse una amnistía si quieren que gobernemos en el 2023. Soy clara […] una amnistía, porque yo voy a lugares en los que da igual lo que uno piense: es que se llevan mal, es que están todos enfadados con todos, es que no hay racionalidad, es que ni siquiera se escuchan”.

Solo hay que ver lo ocurrido en Andalucía para darse cuenta de que las posiciones están enconadas. Un miembro de Podemos intentó colar una propuesta en la mesa del Parlamento de Andalucía para favorecer los intereses de su partido, a lo que respondieron IU y Mas País expulsando a la representante de Podemos de la mesa. Todos tendrán sus culpables, ninguno se considerará responsable y acusará al otro de ser el causante de los problemas. Pero así el único camino que se fragua es el de la irrelevancia y la desaparición. Los pactos de coalición en Andalucía degeneraron lo poco que se podía hacer por una alianza de izquierdas sincera. Se acordaron empujados por la coyuntura, sin creer en ello y ya no hay actores inocentes que puedan justificar su comportamiento. La coalición se forjó derramando sangre y dejando heridas que ya no pueden ser suturadas. En verano se consolidó la grieta con la expulsión del secretario general del PCE de su cargo como secretario de Estado en un ministerio controlado por Podemos, que ha sido contestado con IU y MP cobrándose la venganza expulsando a Podemos de la mesa en Andalucía. El bucle infinito de agravios, vendettas y revanchas.

Lo previsible que pueda ocurrir en las elecciones de mayo con estos mimbres no es muy halagüeño. La situación en cada municipio, provincia o comunidad es diferente, pero la gran mano se juega en las grandes plazas. Podemos presentó sus candidatos para el Ayuntamiento de Madrid y la Comunidad de Madrid con la estrategia de fingir querer confluencias con el resto de formaciones. No quiere, pero es que ninguno quiere. Más Madrid no quiere saber nada de ellos, eso es cierto. Así que Podemos peleará por lograr los porcentajes mínimos para tener representación, algo que ya era un riesgo cierto hace dos años, cuando Pablo Iglesias dejó la vicepresidencia para presentarse en la Comunidad Autónoma de Madrid salvando los muebles, logrando un pírrico 7% que mantuvo la viabilidad económica del proyecto organizativo, pero no sirvió absolutamente para nada en términos colectivos y sociales. El panorama es desolador.

No se pueden poner de acuerdo. Está asumido. Un pacto de no agresión podría ser una solución. Una entente por elusión e incomparecencia. Como no son capaces de llegar a acuerdos y no se soportan tendrían que evaluar la deserción en favor del proyecto mayoritario en cada espacio. Dejar el camino libre a la candidatura más potente en cada territorio con la condición de que eso ocurrirá mirando los últimos resultados y eludir presentar lista que divida el voto. Podemos no tendría que presentar candidatura en Madrid porque Más Madrid es hegemónica a la izquierda del PSOE. A cambio, otras formaciones tendrían que abstenerse de hacerlo donde Podemos sea más fuerte e integrarse en inferioridad de condiciones en sus proyectos. No queda tiempo para conformar nada con posibilidades de lograr triunfos relevantes por sí solos y lo único que pueden hacer es servir al PSOE, si llegan, como partido de coalición. Ya pasó el tiempo disruptor. Solo queda priorizar lo común a lo individual.

Las posiciones ahora mismo son “irreconciliables”, en palabras de un alto responsable conocedor de las negociaciones para confluir en las autonómicas y municipales, si a eso se le pueden llamar negociaciones. La prioridad de todas las fuerzas en disputa por el espacio es acumular capital político para, de cara a las negociaciones después del verano para la conformación de una candidatura, tener la fuerza suficiente para imponer sus intereses y doblegar a Yolanda Díaz, forzándola a un acuerdo por arriba que la ministra de Trabajo lleva tiempo desdeñando. ¿Cuál puede ser la solución? La planteo desde la desesperación de la inminencia del abismo.

Llegados a este punto, con las elecciones autonómicas y municipales en tan solo ocho meses y con la imposibilidad manifiesta de que algunos desistan de presentarse por el bien mayor, solo existe la posibilidad de una entente visible para todos los actores implicados que pase por un abrazo con publicidad y alevosía entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz que entierre los enfrentamientos desde la cúpula a las bases. Las luchas entre militancia, redes digitales y núcleos locales y autonómicos de poder son descarnadas y están carcomiendo cualquier posibilidad para una izquierda transformadora. Pero estas se suceden porque son correa de transmisión de lo que ven en la dirección que les marca los adversarios. Personalmente no creo que sea posible a la vista de los últimos acontecimientos ni que sea la mejor opción para el futuro, mis opiniones son otras sobre un espacio que ya no creo que tenga ninguna capacidad real y efectiva para transformar nada, pero no sería este un análisis de punto final si no comienza con una enmienda a la totalidad de las posiciones previas. Las propias percepciones sobre lo preferido no pueden cegar el análisis evidente de que en las disputas internas todos pierden y quien más necesita una herramienta que vele por sus intereses, la clase trabajadora y las personas más vulnerables son quienes más perderán.

Ya no queda tiempo para otra cosa que no sea hacer frente común de la manera en la que crean pero que sea lo menos lesiva posible para los intereses de la gente a la que dicen representar. La representación política no tiene que ver con los egos ni con los proyectos, se trata de ser lo más útiles posibles a las necesidades de las personas más vulnerables que necesitan un proyecto que les proteja. Los privilegiados podemos perdernos en debates de poder que den primacía a quién tiene razón o sobre agendas personalistas que solo tienen interés en burbujas irrelevantes que son completamente desconocidas para el común de los ciudadanos. La reconstitución y reconstrucción de un espacio de posibilidad pasa por un acto, evento o suceso que reúna a Yolanda Díaz y Pablo Iglesias en cualquier situación y haciendo lo que sea y después caminen separados para que también desde abajo cesen las hostilidades y no conviertan la izquierda en un reino de taifas sin tierras que gobernar. No necesita ser sincero, porque no lo sería, y puede imitar aquel abrazo de reconciliación fingida entre Pablo Iglesias, Ramón Espinar e Íñigo Errejón para ganar tiempo y dejar a Yolanda Díaz caminar sin ataduras. Abrácense, olviden las disputas, ignoren lo que les separa, háganlo por todas esas personas que alguna vez confiaron en lo que fueron. 

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