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El jardín prohibido de la corrupción

Rosa María Artal

Imaginemos a un periodista a quien las circunstancias sitúan ante claves fundamentales de la corrupción en su país. Durante meses, extrae información, habla con actores decisivos de la trama y termina recibiendo de manos del principal inculpado una confesión de sus delitos. Está moviendo sus hilos porque trata de negociar con la Fiscalía anticorrupción mejores condiciones en su condena y presiona con el clásico “tirar de la manta”. Lo que Ignacio Escolar, el periodista, ha conseguido es precisamente la porquería que en torno al hoy partido en el poder, PP, se escondía tapado. Presuntamente. Se la ha entregado uno de los responsables de esa acumulación de mugre, Francisco Correa. La operación se aborta. Correa vuelve a estirar el cobertor como si nada ocurriera y Escolar, director de eldiario.es, con esa información en la mano, decide publicarla.

Es un riesgo. Siempre, pero más en momentos difíciles como los que vivimos, informar de lo que no conviene al poder es un riesgo. Y un deber. Un deber fundamental. El periodismo solía ser llamado Cuarto Poder por ser el contrapoder al servicio de la sociedad. Ahora se ha convertido en gran medida en el Tercer Pilar del sistema junto al poder económico y al poder político.

Lo que cuenta Correa, como lo que contó Bárcenas, como las innumerables pruebas ya recogidas por la policía, la agencia tributaria y la justicia, nos sitúan ante un relato verosímil –con SMS presidenciales de apoyo y todo-, que, por supuesto, en un Estado de Derecho han de ser probados. El grave problema es que al tercer poder, el judicial, le ocurren cosas extrañas.

Todo empezó cuando el juez Baltasar Garzón inició el sumario de la Gürtel. Por una denuncia de cargos del PP, no lo olvidemos. A la vez comenzó a instruir otra causa contra el franquismo. Era el mes de julio de 2009 e Ignacio Escolar escribió en su blog:

Es una constante en los cuentos, leyendas y religiones de todas las tradiciones. El poder –sea dios, el rey o la propia sociedad– impone un tabú, una manzana prohibida, un jardín secreto que no se puede hollar, so pena de sufrir los peores castigos. Aquel que se atreve a comer del árbol de la ciencia, aquel que pisa el jardín prohibido, debe pagar por ello.(…) Del jardín secreto casi siempre se sale muerto.

Parecía increíble, pero sí, Baltasar Garzón salió “muerto” del jardín secreto, aunque naturalmente pareció un accidente. Muertos quedaron los ordenadores de Bárcenas, la permanencia de jueces incómodos. Y muy vivas las reformas legales –como la que ahora mismo ya acorta los plazos de instrucción por una ley que jueces y fiscales consideran un pasaporte a la impunidad de los corruptos-. Y los contratos empresariales y las donaciones, y las indemnizaciones por errores, y los indultos, y los nombramientos, y los rescates, y las comisiones, y más tramas que nunca nadie prodá probar. Y los ceses y traslados de periodistas. Y todo es casualidad.

Y nunca pasa nada, escribía hace poco Ignacio Escolar. Así es. La primera que no parece exigirlo es la sociedad afectada ¿o creen que no les pasa factura?. Y aun así hay jueces que, como hizo Baltasar Garzón, se meten en el jardín prohibido porque no pueden hacer otra cosa. Y periodistas que publican lo que afecta gravemente a su país, a sabiendas de lo que le espera. Es un deber que no se puede eludir. Aunque “no pase nada”.

No es sano para una ciudadanía mantener un jardín acotado que acarree tales males por el solo hecho de pisarlo o, más bien, intentar desbrozar la maleza. Poco a poco nos está engullendo a todos. Esa es la manta que, presuntamente, quería echar a un lado Francisco Correa, esa es la manta que –por intereses espurios- tantos ayudan a volver a colocar.

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