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La jefa de Mariano Rajoy Brey

Ruth Toledano / Ruth Toledano

Madrid —

Mariano Rajoy Brey iba a comparecer en público, presuntamente de cuerpo entero y presente, pero al final solo compareció de medio cuerpo y ausente: a través de un monitor de televisión. Iba a dar una rueda de prensa, es decir, uno de esos encuentros con periodistas que hacen preguntas de interés común si eres presidente del Gobierno, pero Mariano Rajoy Brey no admitió preguntas. Ver a los fotógrafos y cámaras de televisión grabando y haciendo fotos al monitor de una tele resultaba raro y absurdo, y parecía, desde un punto de vista profesional, una contradicción en sus términos. Ante esos periodistas que no podían hablarle ni verlo de verdad (la verdad en un sentido analógico) Mariano Rajoy Brey recordaba a uno de esos dictadorzuelos remotos a los que sus súbditos no pueden acercarse jamás.

Esa aparición del presidente del Gobierno a través de un monitor podría haber resultado supermoderna, futurista, imponente en su tecnicidad, pero lo cierto es que estaba más cerca de un remake coloreado de Arias Navarro moqueando la muerte de Franco que de la política y la sociedad 2.0. Lo mínimo que tendría que haber sido es una imagen orwelliana, pero aquel busto parlante sujeto por una pata cilíndrica de metal, pata negra, estaba a años luz, por detrás, de 1984. Nadie diría que estamos en 2013. A lo que más se asemejaba aquel sonrojante montaje era, precisamente, a esos cuadernos de Bárcenas, de aspecto muy anticuado y escritos en una letra demodé: de haber sido posible, Mariano Rajoy Brey habría comparecido en el monitor, para dirigirse a todos los españoles, a través de un retrato a plumilla sobre la pantalla.

Mariano Rajoy Brey está acabado. Aunque interpretara por los siglos de los siglos su papel actual, lo haría como un reyezuelo ya desnudo, patético en su descomunal impostura: “No debemos permitir que unas personas, los españoles, a los cuales les estamos exigiendo sacrificios y renuncias, puedan tener la impresión de que no estamos a la altura del rigor ético más estricto y de la integridad más escrupulosa”, espeta. “Creo que siempre es importante que los ciudadanos puedan confiar en la honradez y la integridad de sus dirigentes”. Sí, Mariano, sí, siempre es importante. Es más, no es algo que se pueda creer o no creer. Pero él sigue escupiendo palabras como honradez, transparencia, confianza. “Máxima”, añade en todo caso, y para “que resplandezca la verdad”. Con esta expresión, que resplandezca la verdad, alcanza el culmen de su cinismo y las simas del descrédito de lo que él llama “unas personas, los españoles”.

Lo que Mariano Rajoy Brey llama “unas personas, los españoles” son sus jefes. Usted, querido lector, es un jefe de Mariano Rajoy Brey. Y usted. Y usted, querida lectora, es una jefa de Mariano Rajoy Brey. Y tú eres un jefe. Y tú. Yo soy una jefa. Y resulta que llamamos a nuestro empleado al despacho para que dé explicaciones de unos asuntos muy graves y comparece a través de un monitor. Y resulta que no podemos hacer preguntas a nuestro empleado. Y resulta que nuestro empleado se pone a hablar y no nos creemos nada de lo que dice. Un empleado al que se ha encomendado una máxima responsabilidad. El más alto ejecutivo. Y las jefas y jefes que somos estas personas, los españoles, asistimos sin poder intervenir a sus mentiras, a sus patrañas, a sus burdos enredos. Mariano Rajoy Brey dice que sí, que ha aparecido una cuenta en Suiza de 22 millones de euros pero que es particular y no tiene nada que ver con el Partido Popular. El particular es Bárcenas. Mariano Rajoy Brey dice que el Partido Popular no tiene cuentas en el extranjero. Tuvo la de Luxemburgo. Y así una tras otra. Todo lo pronuncia con esa pretendida rotundidad tan poco natural que es propia de los malos actores y que tanto sirve a ladrones y mentirosos, tan abundantes en la política, en el Gobierno de este país.

Mariano Rajoy Brey asegura que todo lo va a hacer “por el buen nombre de nuestro partido”. Como si eso ya fuera posible. Ojalá lo fuera, Mariano, ojalá cualquier persona, cualquier español, cualquiera de sus jefes, yo misma, pudiéramos defender el nombre de su partido, por lejos que nos hallásemos de su ideario. Pero no es que ya no sea bueno el nombre de su partido, es que es sinónimo de ilegalidad, de hipocresía, de robo de los servicios del Estado, de corrupción, de nepotismo, de avaricia, de violencia policial, de represión, de burla a la ciudadanía, de insulto a la democracia. ¿Buen nombre, Mariano Rajoy Brey? ¿Buenos nombres como Gürtel, como Bárcenas? ¿Un buen nombre le parece Ana Mato, que es el de la misma que destruye la Sanidad pública española -es decir, la de todos sus jefes- y a la que le paga fiestas familiares una panda de delincuentes? (Todo presunto, sí. Claro que sí). ¿Cospedal, buen nombre?

Pero ya no puede burlarse más de sus jefes, Mariano Rajoy Brey. Por la sencilla razón de que es usted un cadáver. Presunto, por supuesto. Figurado. Pero cadáver. Fíjese que ya pide su dimisión hasta Rubalcaba, que creíamos que había muerto también. Antes del escándalo Bárcenas, en la calle ya se pedía su dimisión. Y hace unos días la pidió Cayo Lara, coordinador de Izquierda Unida, y la pidieron la Izquierda Plural, ERC y parte del Grupo Mixto. Usted está acabado, Mariano Rajoy Brey, porque todos hemos visto la basura que esconden usted y los suyos; porque ha quedado en evidencia el linchamiento al que sometieron al juez Garzón por querer desmontar la trama delictiva de los suyos; porque hay pruebas de los métodos mafiosos de financiación del Partido Popular y de la cara tan dura de los suyos. Usted no tiene salida, Mariano Rajoy Brey, porque se ha quedado atrapado en los renglones torcidos de un cuaderno muy viejo, convertido en un busto que parlotea desde un monitor de televisión del que ya ni por patas va a poder salir.

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