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Los jueces del pánico

Jueces durante un acto oficial./EDN

Elisa Beni

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"Si todos los hombres, afectados de un contagio general, hubieran muerto, ¿qué habría ocurrido? Nada: la tierra despoblada habría continuado su camino solitario"

Chateaubriand. Memorias de ultratumba

Los jueces han entrado en pánico. No todos, afortunadamente. Los hay que conservan el sentido común pero también están los que han puesto pies en polvorosa, como los del Tribunal Supremo, o los que han dado un ultimátum de 24 horas para conseguir mascarillas y equipos de protección individual. En un escrito remitido al CGPJ, tres asociaciones de jueces, todas menos la conservadora APM, afirman que se está produciendo un incumplimiento de la legislación de riesgos laborales de la carrera judicial, que exigen los medios en ese plazo para los órganos “más expuestos” y piden que si el incumplimiento persiste se dé cuenta a la autoridad sanitaria y se sustituyan los servicios mínimos presenciales por asistencia telemática, para lo que piden también los medios tecnológicos.

Aunque luego lo han matizado, los móviles empezaron a arder ante la interpretación generalizada de que amenazaban con no dar los servicios imprescindibles para mantener el buen orden en una sociedad que se encuentra en estado de alerta. ¿Qué pasa si los jueces de guardia pliegan velas? Las calles se pueden volver un sindiós y los medios coercitivos del Estado se quedan en papel mojado. Imposible. Inasumible. Tan impensable como que los médicos dijeran que dejan el trabajo porque se están incumpliendo sus horas de trabajo o sus medidas de protección.

Los jueces, esos señoritos en comparación con tantos trabajadores, que pueden determinar dónde se colocan, quién se les acerca y a qué distancia. Cuando te lo cuentan piensas en las enfermeras con bolsas de plástico o en los que atienden los supermercados o las droguerías, con colas que nunca acaban, a pelo y manejando dinero y cercanía. Esos, que ganan tres o cuatro veces menos que un juez y que son imprescindibles y que no han amenazado con largarse a su casa y dejarnos plantados, encerrados y sin nada que comer. Algunos fiscales, de organizaciones tan minoritarias que no llegan a ser cuarenta, han andado por ahí calentando también a los medios y escribiendo en Twitter, con ironía, que es mejor callarse “no te llamen insolidario porque los médicos no tengan de todo o las cajeras de los supermercados. Bueno, ellos verán cuando empiecen los contagios”. ¿Hay mayor mezquindad?

No hay unanimidad en este planteamiento de tonto-el-último y no-seré-yo-el-que-me-la-juegue“, afortunadamente. Son muchos los que saben que en su poder va también la responsabilidad y que están obligados a preservar el Estado de derecho en unas circunstancias tan difíciles como las que vivimos. Haya o no haya equipos individuales, el Estado de derecho no puede dejar de garantizar los derechos fundamentales. Así que la simple amenaza de que se pueden abandonar servicios indispensables como los juzgados de guardia, los registros civiles o los juzgados de violencia de género es inaceptable. ¿De qué otra forma se iba a interpretar ese ultimátum de 24 horas? He de decir que, a posteriori, se han descolgado de tal planteamiento miembros de las propias asociaciones firmantes y que han intentado explicar que en ningún momento han pretendido dejar vacante la prestación de ese servicio fundamental. El documento interno presentado ante el CGPJ era cuanto menos un retrato, en el que tras exponer su problemática personal los jueces, en el punto 6, se avenían a reconocer que era una ”cuestión de salud pública también“ porque los juzgados se pueden convertir en focos para los ciudadanos. También, decían. Lo primordial era desde luego la exigencia de esos equipos de protección individual de los que no hay disponibilidad material, todos lo sabemos, que faltan hasta en los hospitales y que la propia OMS ha indicado que no son los necesarios ni adecuados para personas que no sean sanitarios o personas contagiadas.

Los jueces, algunos jueces, no todos, que entran en pánico cuando el resto del país vadea como puede una situación insólita y en la que el miedo es lo más libre que conservamos. Los jueces, algunos jueces, que no quieren asumir riesgos cuando es muy evidente que el poder lleva aneja una responsabilidad que ahora mismo están ejerciendo muchos ciudadanos que nunca han tenido ninguno. Es cierto que dan como opción el establecimiento de medios telemáticos incluso informales, hay juntas de jueces que ya han aprobado las comparecencias de detenidos por Whatsapp, y en este campo estaría bien que el CGPJ les hubiera dado algo más que un texto abierto y huero como respuesta. Claman algunos por que los sesudos señores del Consejo sean capaces de bajarse de su arrogancia para pedir asesoramiento de especialistas sanitarios sobre cómo hacer esto. Está muy bien pero, señorías, estén a la altura.

Por su parte, los fiscales están trabajando bien dado que la Fiscalía General tomó la medida del teletrabajo en avanzadilla sobre otros estamentos. Solamente la presidenta de la asociación conservadora se ha mostrado en algunos medios indignada y abandonada porque ante la petición de medios de protección individual, ellos también, Dolores Delgado les contestó que se han solicitado pero que “la emergencia nacional y la situación sanitaria conlleva una escasez de equipos incluso para el personal sanitario (...) y la escasez precisa gestión conforme a un orden racional”. Como, si no hay, sólo cabe la opción de buscar una respuesta ordenada dentro de las posibilidades o dejar de prestar un servicio público imprescindible, la fiscal general les decía “no cabe elección alguna, la declaración del estado de alarma no interrumpe el normal funcionamiento de los poderes constitucionales del Estado”. No está bien hacer política personal con esta crisis y de eso debieran tomar nota también los responsables de asociaciones. No es el momento de trabajar para medrar ni de intentar enredar para cobrarse una cabeza en términos políticos.

Es poco edificante ver cómo entre sus señorías cunde también el mezquino aire del individualismo. Es el momento de demostrar que uno eligió ser juez o fiscal porque tenía vocación de servicio y porque cree en la altura de su misión. Los médicos, que en muchos casos ganan menos que muchos jueces, no se han planteado la duda en ningún momento. Los enfermeros o el resto de personal sanitario, tampoco. Dennos una imagen de su denodado espíritu de servicio, como de hecho están haciendo la mayor parte, y háganlo a pesar de que les cabree que el Tribunal Supremo, presidido por Lesmes, se haya hecho un acuerdo para mandar a todo el mundo a su casa mientras ustedes siguen en la trinchera. La grandeza no marcha acorde con las medallas.

Con mi homenaje a todos aquellos jueces y fiscales que saben de verdad qué juraron cuando se pusieron las puñetas.

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