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Junts: adictos a la astucia

El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños y la vicepresidenta primera, María Jesús Montero, escuchan la intervención de la portavoz de Junts, Míriam Nogueras.
11 de enero de 2024 22:32 h

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Si algo caracterizó los años del procés fue el abuso de la escenificación, la ficción y la astucia. Hasta el punto de que las fuerzas independentistas se hicieron adictas a esta manera de actuar. 

La adicción se convirtió en epidemia y atrapó a una buena parte de la sociedad catalana. A los independentistas, porque se tragaron las jugadas de farol de sus dirigentes. Al resto de la sociedad, porque la escenificación era tan buena y de tanta intensidad que hizo creíble, incluso entre sus adversarios, la idea de que la declaración unilateral de independencia era viable. Esta inmensa disonancia cognitiva no hubiera sido posible sin la participación de la división mediática Ítaca, algunos de cuyos miembros más activos nos están regalando últimamente unos actos de contrición que son todo menos creíbles.

La profundidad de la epidemia y la resistencia del virus fueron de tal intensidad que ha costado muchos años salir de esa burbuja, entre otras cosas porque algunos continúan instalados en la astucia. 

Es cierto que la ficción de la DUI se ha deshinchado, un cambio de tercio evidente para todos menos para los que contra ella luchaban mejor. Pero se mantienen otras de las señas de identidad de aquellos años. En primer lugar, lo que ha sido el motor del procés y ahora del postprocés, la pugna insomne por la hegemonía del nacionalismo catalán. A veces se nos olvidan las cosas muy rápido pero las amenazas de Junts de dinamitar la legislatura fueron antes ejecutadas por ERC, con su voto en contra de unos presupuestos que forzó la convocatoria anticipada de las elecciones y luego con el voto en contra de la reforma laboral de Yolanda Díaz, salvada in extremis. 

Esta pugna insomne entre el nacionalismo catalán sigue, ahora con un mayor protagonismo de Junts, decidida a abusar de la astucia hasta los límites de lo insostenible. Eso es exactamente lo que ha sucedido estos días con las negociaciones para la convalidación de los tres Decretos Leyes. Poniendo diversas y mutantes condiciones para votar a favor y excusas para su voto en contra, Junts recordaba las excusas del PP para no acordar la renovación del Consejo General del Poder Judicial. 

En su astuta escenificación han ido utilizando todo tipo de perchas. Algunas, como la propuesta de penalización de las empresas que no quieran volver a Catalunya, nos ha recordado la genética profundamente intervencionista del nacionalismo catalán. Con una diferencia, Pujol la practicó durante años con la cultura y la identidad, pero nunca se atrevió con las cosas del comer, el tejido económico. Junts, como es una amalgama sin raíces, se puede permitir este tipo de fuegos de artificio. 

Al final, Junts ha encontrado la coartada perfecta para convertir su no en abstención. Han elegido la delegación por ley orgánica (artículo 150) a Catalunya de las competencias del estado en inmigración. 

Con este astuto tacticismo consiguen dos objetivos en uno. De un lado, ocupar un espacio que preocupa a una buena parte de las bases de Junts, el de la inmigración, intentando taponar la vía de agua que les llega desde Ripoll por la más que prevista irrupción en las próximas elecciones de la xenófoba Alianza Catalana de Silvia Orriols. 

De otro, escenificar ante el mundo independentista que ellos sí que son buenos negociadores, que no se dejan engañar fácilmente por los partidos españoles, como si le sucede a ERC. En el fondo no deja de ser una inmensa cortina de humo para tapar el cambio radical de estrategia y la renuncia a sus planteamientos. Lo hacen para taponar otra posible sangría de votos, la de los independentistas que se sienten traicionados por todos. 

Lo de esta semana puede ser interpretado como una victoria de la astucia de Junts. Y algo de eso hay, sobre todo por el clima de incertidumbre y expectación que supieron crear y el silencio sepulcral dentro del grupo sobre la orientación final de su voto. Hay que reconocerles que en escena son buenos actores. 

Pero esta puede terminar siendo una victoria pírrica. Para ganar esta batalla del relato Junts ha vuelto a deteriorar la credibilidad de sus interlocutores. El grado de desconcierto, incluso entre los más comprensivos con los movimientos tácticos de Pedro Sánchez está adquiriendo dimensiones de difícil digestión y gobierno. 

No se trata tanto de lo que el Gobierno o el PSOE cede sino del cómo se cede. Lo que se cede está por ver. Conviene recordar que el artículo 150 de la Constitución, base de lo que se ha pactado con Junts, reserva para la Ley orgánica los límites de las competencias transferidas, así como las formas de control que se reserva el estado. Y todo eso queda en manos del PSOE.

Pero el problema está en cómo se ha conseguido este acuerdo. El abuso de la astucia y la escenificación que le gusta tanto a Puigdemont, ofreciendo la imagen de tener pillado a sus interlocutores por sus partes nobles, provoca el deterioro de la interlocución política. A este paso Junts se puede quedar sin interlocución. Y sin interlocutores se acaba el rédito de la astucia para tapar sus renuncias y disputar la hegemonía nacionalista a ERC. Todas las virtudes, incluso la astucia, en exceso, se acaban convirtiendo en un problema.  

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