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Izquierda: del dios Sol al ave fénix

La secretaria general de Podemos, Ione Belarra, interviene durante una sesión de control al Gobierno, en el Congreso de los Diputados, a 10 de diciembre de 2025, en Madrid (España).
27 de diciembre de 2025 20:19 h

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Los países en que se celebran elecciones comparten una gran fragmentación política. Este es uno de los efectos de la crisis de todas las estructuras de intermediación -no solo partidos- y del desorden que está provocando.

Los ejes a partir de los que se expresa políticamente esta fragmentación son diversos. Al tradicional entre izquierdas y derechas, se suman otros. La aceptación o rechazo de la democracia liberal y el conflicto territorial rural/urbano, entre otros, tienen expresión partidaria en muchos países.

En España, el factor más determinante es el propiciado por nuestra peculiar estructura político territorial. La evolución autárquica del estado autonómico y la ausencia de pegamento federalista han generado un mapa electoral muy complejo y altamente fragmentado. En algunas Comunidades como Aragón se entrecruzan diferentes ejes: derecha/izquierda, nacionalismo y la España vaciada, lo que aumenta la fragmentación.

Solo dos partidos (PP y PSOE) mantienen estructuras con capacidad de representación en el conjunto de CCAA y ni así consiguen cubrir todo el país.

Los populares, con una organización muy verticalista y su negacionismo de la pluralidad nacional, sufren dos inmensos boquetes en Catalunya y Euskadi. En otros momentos lo compensaron con acuerdos con los partidos nacionalistas de esas comunidades, pero la descomposición de CIU, la competencia entre PNV y Bildu, y la irrupción de VOX les ha complicado el cambalache.

El PSOE es quizás el partido que mejor ha sabido combinar diversidad con unidad. Pero no ha podido impedir que en algún territorio otras fuerzas políticas le hayan arrebatado la condición de primer partido de la izquierda. Además, el hiper liderazgo de Pedro Sánchez, un fenómeno propio de nuestros tiempos ha convertido su federalismo en más nominal que real.

Quienes más sufren la fragmentación son las izquierdas no socialistas. La crisis del PSUC y PCE, anticipando lo que más tarde sucedió en otros países, dejó ese espacio desvertebrado.

Los intentos de reconstrucción, por parte de Izquierda Unida primero y luego Podemos comenzaron generando ilusión y expectativas, pero no fructificaron. Las causas son múltiples y diversas, entre ellas los impactos que la digitalización y el auge ideológico del neoliberalismo han provocado en forma de desvertebración social y crecimiento de identidades excluyentes.

Si destaco estos factores materiales es para no caer en la trampa de centrar todas las explicaciones en las “culpas” de los actores políticos. Pero como las meigas, culpas “haverlas, haylas” Entre ellas, la narcisista obsesión de algunos por ser, desde su nacimiento, el “núcleo irradiador” de las izquierdas, una especie de versión laica de la “luz que ilumina”.

La realidad, aunque se pretenda negar, es que, en ese espacio político, con el que muchas personas nos sentimos identificadas, no hay ninguna fuerza que esté en condiciones por sí sola de vertebrar los intereses y esperanzas de una parte significativa de la ciudadanía.

Reconstruir ese espacio es vital para mantener las políticas de progreso, el PSOE en solitario no puede, por muchas y falsas expectativas que se generen. También es importante para la democracia, porque la orfandad política propicia la desafección democrática.

El factor determinante de la “balcanización” de ese espacio es que el vacío dejado por una estructura política federal ha generado tendencias centrífugas, que se han cubierto en cada CCAA como cada cual ha sabido o podido hacer. Lo más preocupante es que muchas de estas fuerzas le han cogido gusto a su estéril autarquía y otras insisten en querer ser el nuevo “eje vertebrador”.

Cualquier intento de reconstruir una opción, aunque de momento solo sea electoral, requiere asumir algunas premisas de partida. La primera y fundamental es que ninguna fuerza por sí sola está en condiciones de hacerlo, por mucho que algunos de sus dirigentes saquen pecho, presentándose ilusoriamente como los únicos con presencia en toda España.

La segunda, consecuencia de la primera, pasa por abandonar el confort de las burbujas autonómicas, en algunos casos locales, en que algunas fuerzas se han instalado. Ayudaría disponer de un horizonte compartido, el federalista, lo que excluye los cantos de sirena de Rufián. El más decisivo de los requisitos es que nadie se crea con el derecho a vetar a otras fuerzas políticas.

Para intentar reconstruir ese espacio no se me ocurre otra opción -al menos en el papel porque luego la vida es más compleja- que comenzar la andadura con un compromiso para ir en coalición y bajo el mismo paraguas en las elecciones generales.

Esa fue la exitosa experiencia de Sumar en las elecciones del 23 de julio. Aunque la marca ha quedado quemada creo que la idea continúa siendo útil. Pero para ello debería transitarse del modelo “matrioska”, en el que cada “refundación” comporta una nueva muñeca que engloba a las ya existentes, a una fórmula confederal de relación.

No será fácil porque unos se sienten cómodos en su autarquía (Comunes, Más Madrid, Compromís, CHA, Més Mallorca) y otros pretenden ser el “eje vertebrador” desde su escasa implantación en esas y otras CCAA. El panorama se complica aún más porque el mapa de esa galaxia política es distinto en cada territorio. No hay dos CCAA que se parezcan entre sí.

Es evidente que este acuerdo para las generales no será viable si por el camino se repiten rupturas autonómicas, como la de Aragón. Mucho me temo que impedir una candidatura unitaria para las generales sea el objetivo último de la dirección estatal de Podemos. Eso sí, como si se tratara del juego de “susto o muerte” dejan escoger a las otras fuerzas entre veto o ruptura.

Es frecuente que las verdaderas intenciones se vistan con coartadas políticas, incluso ideológicas. Una de ellas, la más peligrosa, consiste en hacer creer a los propios que para resucitar hace falta morir antes. Quizás por ello, quién creyó ser el Dios Sol ahora juega a presentarse como Ave Fénix, sin importarle que los derechos y las esperanzas de millones de personas acaben en cenizas.

La cultura de hacer de las derrotas el humus de una futura victoria es ancestral y anterior a la política, pero el mito del Ave Fénix no sirve para superar la fragmentación de las izquierdas. Nos jugamos mucho y aquí no vale esperar al veredicto de la historia.

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