Leonardo DiCaprio es el algoritmo de Tinder
Hacía calor y apoyábamos los codos encima del mantel como si nuestros omóplatos pesasen lo mismo que dos bloques de hormigón. A mí ese día me preocupaba la plaga de cucarachas que había reaparecido en mi edificio y a Julia que desde que se cortó el pelo solo le salía gente extraña en su portal de citas. Mi amiga, bella hasta la extenuación, se hizo Tinder siguiendo mi consejo: “Pruébalo, tú tienes el control. Cuando te harte, te marchas y punto”.
Tras descargarse la aplicación que quienes no han usado se imaginan como el hotel de los solteros pelagatos de Langosta, Julia quiso completar su volantazo vital con un cambio de look. Entre una cosa y otra transcurrió exactamente una semana.
En siete días las conversaciones interesantes desaparecieron de la misma forma que lo hicieron esos 40 centímetros de pelo. La diferencia es que los nuevos especímenes no valían ni para donarlos. Barrer, acumular y tirar a la basura. El contraste era abismal y, si no se hubiesen cruzado El algoritmo del amor y Judith Duportail en nuestros caminos, habríamos pensado que se debía a la sequía vacacional y al aumento de idilios de verano. Pero no. El libro explicaba que el azar es solo un espejismo en la era de Tinder.
Julia sabía que cortando su melena había disminuido su poder como Sansón, lo que en lenguaje tinderiano significa perder puntos en el “ranking de deseabilidad” patriarcal que maneja su algoritmo. En ese momento le intenté quitar hierro al asunto. Yo, que me había leído la investigación de Duportail hasta la última mota de tinta, le dije que Tinder hacía también una estimación del coeficiente intelectual, y no existe peluquero capaz de rasurar el de Julia.
“Una semana más y lo cierro, tía”. Pagamos las cañas, levantamos nuestros omóplatos de plomo y nos fuimos. Me quedé pensando en la mala suerte de mi amiga y en lo injusto que es que existan mujeres hermosas y fuertes como ella o Judith -la periodista que se obsesionó con su nota de deseabilidad y descubrió los oscuros secretos de Tinder- castigadas en cierto terreno de las citas por culpa de una inteligencia artificial machista. Mala suerte, nada más. A mí no me pasó en su momento. ¿O sí?
Hace unos días, Reddit realizó una infografía sobre las novias de Leonardo DiCaprio. Desde que empezó a salir en los tabloides rosas, allá por 1999, nunca se le ha conocido una pareja que supere el cuarto de siglo. Ni cuando tenía 24 ni ahora, con dos décadas más. Si esto fuese una película de las Wachowsky, mis ojos se habrían puesto en blanco y en la pantalla habrían aparecido dos déjà vu borrosos.
El primero sería el capítulo de El algoritmo del amor donde Judit Duportail explica que, en la patente de Tinder, los fundadores establecieron que la aplicación favoreciese el encuentro entre hombres mayores y mujeres más jóvenes. ¿Pero cuánto de jóvenes? Por debajo justo de los 25 años, pero en general si superamos los 21 ya se nos considera el eslabón más precario del mercado.
El segundo correspondería a muchos meses antes, cuando me sorprendí porque solo me saliesen estudiantes con menos pelo en la cara que un Baby Born. Aclaración: me encontraba en la mitad de mis 26. Ya que no estaba en condiciones de conquistar a un soltero madurito o, en palabras de Duportail, “dominante en términos de dinero, de estudios o de edad”, la aplicación decidió catalogarme en el grupo de las cougar (adultas cazayogurines).
No hay nada de malo en que las mujeres se sientan atraídas por hombres mayores. Ni en que Leonardo DiCaprio les siga resultando deseable a chavalas que posiblemente compitan en patrimonio con el niño mimado de los 90. El problema es que una aplicación de citas democrática haga que la anécdota que hoy inspira una infografía graciosa sea la norma y que cualquier pelagatos (ahora sí) pueda tener ínfulas de Leonardo DiCaprio.
Da igual que la razón para perder puntos sea la edad o deshacerte de un cabello sedoso y brillante como el de los anuncios de champú. En ambos casos se compara el físico de la mujer con el intelecto y el nivel adquisitivo del hombre. Así que, cuando veamos la infografía de las novias de un actor famoso, pensemos en que otro Leonardo DiCaprio es hoy dueño y señor del algoritmo que controla el destino de Julia y el de más de un millón de citas a la semana en 190 países distintos.