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Male Tears

Barbijaputa

Ayer, este diario tradujo un artículo de The Guardian llamado “Yo no elegí ser hombre blanco y heterosexual” ¿Los hombres modernos son el sexo débil?“ de Rose Hackman. La autora, decidió dar su espacio en el periódico (que como dice en su artículo suele usar para hablar de temas de género) a un buen puñado de hombres que se quejaban de la mala suerte que supone ser un hombre blanco heterosexual en un mundo hecho para hombres blancos heterosexuales. Asegura Hackman que es algo que no podía dejar pasar, porque realmente se están sintiendo agraviados. Para contestar a algunos de los lamentos, se apoya en un sociólogo, Michael Kimmel, y en Treva Lindsey, profesora en la Universidad Estatal de Ohio.

Ambos rebaten las quejas de los “afectados” pero lo hacen de forma genérica, no ciñéndose a los ejemplos que Rose Hackman publica, por lo que el artículo ha sido compartido por muchos machistas en sus redes sociales como una victoria (también en España), y han encontrado en esas quejas de The Guardian similitudes a cómo se sienten ellos. No han parecido entender que tanto Kimmel como Lindsey han comparado su actitud con la de los seguidores de Trump. Quizás porque la autora hace comentarios como éste:

“Explica Michael Kimmel: ”Antes el mundo entero era como nuestro vestuario masculino. Podíamos decir lo que nos diera la gana con total impunidad. Ahora muchos hombres tienen que cuidarse mucho de lo que dicen. Eso les resulta muy duro“. Pero para muchos de los hombres que entrevisté, elegidos por su diversidad, su apertura al diálogo, su honestidad y su respeto hacia las mujeres, el tema iba más allá de poder hablar libremente. Las frustraciones parecían ser mucho más profundas”.Pero para muchos de los hombres que entrevisté, elegidos por su diversidad, su apertura al diálogo, su honestidad y su respeto hacia las mujeres, el tema iba más allá de poder hablar libremente. Las frustraciones parecían ser mucho más profundas“.

Acto seguido, Hackman escribe varios párrafos citando a un carnicero de 32 años de Seattle: “No entiende por qué se le puede hacer responsable de problemas que son sistémicos y a los que no contribuyó necesariamente. 'Puede ser que me sienta más cómodo caminando solo por la noche. Puede ser que me sea más fácil conseguir empleo, pero no soy necesariamente la causa de ninguna de esas cosas. Uno nace con ese privilegio, pero no hemos hecho nada para que ese privilegio exista'”.

Tras varias perlas así, la autora decide no rematar con ningún comentario propio y pasa a otro ejemplo de hombre blanco heterosexual afectado por el feminismo.

Me dejó un poco confusa que dejara ejemplos como éste sin contestar, realmente me parece importante que si das tu espacio (que como mujer no es mucho) al sector privilegiado del mundo, que ya copa todos los espacios, está bien que desmontes sus quejas una a una, o puedes darle cancha a quienes piensan como él, que se sentirán más legitimados que nunca a quejarse de su “mala suerte” (como de hecho ha pasado).

Cuando Coss, que así se llama el carnicero de Seattle, dice “puede ser que me sienta más cómodo caminando solo por la noche. Puede ser que me sea más fácil conseguir empleo, pero no soy necesariamente la causa de ninguna de esas cosas. Uno nace con ese privilegio, pero no hemos hecho nada para que ese privilegio exista”, de verdad me asombra. Me asombran dos cosas, que él y otros como él merezcan un altavoz como el de The Guardian, y también que, una vez publicado, la autora no le recuerde que se puede pelear contra los privilegios. Que en vez de lamentar tener privilegios, puede dedicarse a afear la conducta de todos aquellos que le rodean y hacen bromas machistas, que silban a mujeres, que las acosan. Pero no, le dan un espacio privilegiado como el de The Guardian para que él se lamente de la maldición que es no tener miedo, para que nos pongamos en su piel. Pues verán ustedes, ojalá, ojalá pudiéramos ponernos en su piel y saber qué es eso de vivir sin miedo, sin ser sexualizada, sin que nunca te hayan agredido.

Pero sigue con más relatos de hombres privilegiados tristes:

“Yo realmente siento que las mujeres están dominando el mundo,” asegura Ishwar Chhikara, un oficial de inversiones de 36 años que trabaja en un banco de desarrollo internacional, citando estadísticas que muestran que actualmente en Estados Unidos más mujeres que hombres tienen títulos universitarios. Lo dice entre risas, aparentemente sin ironía. “Me sabe mal por los hombres, especialmente los que no tienen estudios. El sistema está cambiando drásticamente con la era informática. Ya no se trata de tener fuerza, sino de tener cerebro (...) Es por este sentimiento de privilegio. Si creces convencido de que hay una inclinación intrínseca a favor de los hombres, y de pronto te la quitan, pues no es fácil.”

Vaya por Dios. Un drama. Siente pena de que se valore el cerebro en vez de la fuerza, y también por todos esos hombres sin estudios. Porque no hay mujeres sin estudios, al parecer. Y sí, las mujeres dominamos el mundo, sólo hay que ver cualquier foto del G-20 para darse cuenta. O la última estampa española que las mujeres hemos contemplado como una vaca mira pasar el tren. Sí, de todas todas este hombre necesitaba un altavoz, se escucha poco a los hombres.

De Coss me hace particular gracia esta parte: “Coss se siente frustrado porque las personas parecen sólo prestar atención al género y la raza como formas de opresión, algo que siempre le dicen que él no podría entender. ”Si queréis que hablemos de privilegios, para mí la gran división son las clases sociales, mucho más que el género y la raza“.

Vamos, que como él es obrero pero blanco, hombre y heterosexual, sólo ve la opresión de clase. La autora tampoco matiza nada aquí, lo deja tal cual. No explica que los módulos de opresiones son interseccionales, que se cruzan entre sí, que no son independientes, y que de la misma forma que los ricos oprimen a los pobres, los hombres oprimen a las mujeres. Y que por eso la pobreza está feminizada, porque las mujeres pobres son las más pobres de entre los pobres. Coss no ve tampoco que la raza también es una herramienta usada para la opresión, él como blanco no lo ve, claro. Supongo que tendrá que venir un día un rico a su carnicería a decirle: mira, yo de verdad que no pedí ser rico, es que no me entendéis, no sabéis lo duro que es heredar un imperio. Pero no veo opresión en esto, más bien veo opresión de los guapos hacia los feos, no sabes lo que duele no ser guapo“. Quizás así entienda lo ridículo de su discurso.

Otro caso:

José Oliveras, un mensajero de 26 años, dice que le resulta difícil saber cómo hablarle a las mujeres que le gustan. El feminismo lo ha hecho dudar de las galanterías y prefiere quedarse callado. “No se puede decir ni hola, no se puede decir cumplidos, como no tengas un as en la manga, vas muerto”. Oliveras asegura que una mujer una vez se mostró molesta porque él le dijo simplemente “disculpa”.

Maldito feminismo, que está consiguiendo que las mujeres no sean abordadas por desconocidos por la calle. Y, fíjense qué mala la mujer aquella que se enfadó por un “disculpa”, seguro que sí, que se enfadó por eso, porque si lo dice José Oliveras, debe de ser verdad y hasta recurrente. Todas locas.

“Yo estoy a favor del empoderamiento de la mujer, pero es que a veces parece que quieren empoderarse tanto que quieren eliminar a los hombres de la ecuación”, dice Oliveras, y especula con que las mujeres actualmente no tienen interés en crear vínculos de intimidad pues ya no dependen económicamente de los hombres.

La autora aseguraba que había elegido a estos hombres por su diversidad, su apertura al diálogo, su honestidad y su respeto hacia las mujeres. Me van a perdonar, pero a mí me recuerdan a los comentaristas de mis artículos (después de quitarle los insultos). Parece que a Oliveras (y a muchos Oliveras del mundo) le gusta más cuando una mujer lo aguanta porque no tiene dónde ir, porque es dependiente económicamente. Parece que el hecho de que los vínculos que se creen estén basados sólo en los sentimientos y no debido a la violencia económica que sufren las mujeres le viene mal a Oliveras. Él y los demás Oliveras, claro, estaban más seguro antes, cuando controlaban la situación, cuando sabían que no ibas a ser abandonados porque económicamente era imposible. La autora tampoco responde específicamente a esta reflexión.

Al final del artículo, sin embargo, Michael Kimmel, el sociólogo, está especialmente brillante contestando a otro de los ejemplos de hombres blancos heterosexuales tristes, comparando su sentimiento de pérdida de privilegios con los seguidores de Trump: “Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande” como eslogan claramente apela a la nostalgia por un prestigio autoproclamado y con pretensiones de superioridad, y a la percepción de su pérdida. “Creo que hay una relación directa. Si miras el eslogan ”recuperemos el país“ o ”hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande“, lo que tenemos es la definición misma de pretensión de privilegio. Los únicos estadounidenses que podrían decir algo así son los aborígenes”.

La conclusión que saco de este artículo es que se le sigue dando espacio a los hombres, incluso desde tribunas feministas, empatizando con ellos aun cuando se trata de hombres que claramente son un obstáculo en la lucha feminista. Me parece bien que no se ignore que existe este sentimiento en hombres que sienten amenazados sus privilegios, pero quizás echo en falta mucha más contundencia contra ellos y no artículos tibios. Al menos, no desde el lado del feminismo.

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