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Mejora tu experiencia de otoño

¿Te parece que alguien podría venderle a Bette Davis “experiencias”?

Begoña Huertas

Cabría suponer que la experiencia es lo último que podría comprarse, ya que, por definición, es lo que uno mismo aprende de un acontecimiento al vivirlo en primera persona. ¿Cómo te van a proporcionar algo que sólo tú puedes experimentar? ¿Cómo van a vendértelo? Pues sí. Resulta curioso cómo algo tan íntimo e intransferible ha sido captado y hecho suyo por el lenguaje comercial. Hace ya mucho tiempo que dejaron de vendernos objetos para vendernos experiencias. O eso dicen. Así, una experiencia de otoño ideal podría lograrse esparciendo unas hojas secas por el suelo y sosteniendo un libro entre las manos (da igual cuál puesto que se trata únicamente de recrear una experiencia de lectura) frente a una chimenea (no importa si eléctrica, la vivencia del fuego es lo que cuenta). Foto y a la red.

La semana pasada tuvo lugar en Madrid lo que antes se denominaba Cibeles Fashion Week y ahora es Mercedes Benz Fashion Week. Este cambio de nombre responde a la estrategia de marketing que se utiliza para desarrollar una experiencia de marca. Igual que la estación de metro de Sol es ahora Vodafone Sol o el Palacio de los Deportes ha pasado a ser Barclayscard Center. Mediante esta táctica, Barclayscard pretende que se le asocie con el deporte, queriendo transmitir una sensación de juego limpio, una experiencia sana y vital. Mercedes Benz, por su parte, apuesta por identificarse con belleza de élite y vanguardia. Vodafone... En realidad no me queda muy claro qué pretende Vodafone, si ni siquiera en “su” línea de metro hay cobertura. En cualquier caso esta nueva técnica comercial consiste en vincularnos emocionalmente a la marca, asociando ésta con una vivencia personal.

El filósofo Emilio Lledó todavía recuerda con emoción a su primer profesor de literatura porque, en lugar de imponer su experiencia de lectura de El Quijote, fomentaba las de sus alumnos, enseñando de paso a aquellos niños de nueve años la experiencia de la libertad. El valor que tienen las auténticas vivencias, claro está, no tiene precio. Sin embargo ahora la figura del profesor como transmisor de experiencias ha sido sustituida por el comercial de turno.

La experiencia de vida se vende en libros de autoayuda. La experiencia de libertad consiste en contratar un cursillo en algún deporte de riesgo. La experiencia de uso justifica el aumento de precio en gadgets electrónicos. La gourmet experience te da menos por más. “¡Regala a alguien esta experiencia!” se lee en una web utilizada como plataforma para vender diferentes packs vivenciales, entre ellos experiencias de shoppingshopping en diferentes ciudades.

Las tiendas Pop up son auténticas máquinas de generar “experiencias”. En Estados Unidos ya hay tiendas de ropa de baño donde los dependientes van en bañador para recrear un día de playa. Otras semejan discotecas, con luces de colores y música alta. Pero, después de comprar en ellas… ¿has ido a una discoteca?, ¿has estado realmente en la playa? Por más caro que sea el precio al que nos venden estas vivencias, sus enseñanzas son cada vez más anodinas y, claro está, no dejan huella. La palabra experiencia ha abaratado su sentido.

La política, siempre atenta a las argucias de la publicidad, también ha adoptado estas estrategias, intentando crear una vinculación emocional entre el ciudadano y el candidato. En este caso la experiencia de democracia resulta muchas veces igual de barata y engañosa, porque, después de depositar tu voto en una urna, ¿puede decirse que te has involucrado políticamente? La democracia no es votar cada cuatro años.

El secretario general del PSOE, por ejemplo, al negarse a debatir con el líder de Podemos, nos hurta la experiencia política y la sustituye –yendo a un programa de televisión de entretenimiento- por una experiencia de ocio. Casi un circo:

Presentador de TV: “Berlusconi, 77 años: La oposición dice que me vaya a mi casa ¿A cuál? Tengo 20.” (Risas del público)

Pedro Sánchez: “Jajaja. Buenísima, qué tío, qué crack.” (Más risas del público)

Más que experiencia política se ofreció un discurso hueco (“Hace falta darle vuelta a la tortilla”. El de político es un trabajo “divertido”. Es bueno que haya “españoles” al frente de las instituciones) que a lo máximo que podía aspirar era a provocar simpatía (involucrar emocionalmente) en el público. Al fin y al cabo se trataba de alguien risueño, agradable, dinámico, joven, con dos hijas. Cómo no empatizar con él.

¿Pero es posible que ésa sea la experiencia de democracia en el siglo XXI, con toda la tecnología participativa de la que disponemos? Si antes se trataba de escoger un candidato u otro como si fuera un detergente en virtud del colorín y las frases hechas de su envase, ahora la elección se realiza en virtud de la vivencia emocional que nos ofrezca. Sigue siendo marketing.

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