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Mirando el dedo

Doña Cristina residirá en Suiza por trabajo y Urdangarin seguirá en Barcelona

Elisa Beni

Mirando el dedo y no la luna que señala. Así, en un gesto tan español, nos hemos quedado. Ruido y manifas e indignaciones de Twitter ante una Justicia que gritan está gripada. No se le ha entregado al pueblo el monigote para el manteo. Motín y coplas de los Borbones. España de siempre y tan dolorosa. Todos mirando el dedo y no la luna.

La Justicia está sufriente, nadie lo duda, pero nos arranca gritos cuando quizá sean menos necesarios. Creo haber escrito y dicho en infinidad de ocasiones que la Justicia funciona de forma independiente y profesional -sin medios y hecha una mierda, eso sí- hasta que le mete el dedo en el ojo al poder. En ese momento todo el sistema comienza a chirriar y el poder intenta utilizar todos los mecanismos que ha logrado controlar para minimizar los daños. Lo llevamos denunciando todo este tiempo en que hemos asistido a la lucha por purgar de forma legal la corrupción que ha convertido nuestro país en un lodazal.

En el caso Nóos, España hierve, y es curioso, no por la absolución de la Infanta sino porque no se haya modificado la situación personal de Urdangarin a la espera de que su sentencia sea firme. No se cuestiona al tribunal que absuelve a una, y condena levemente a otros, y que afirma que no hay delito en todos los políticos que entregaron el dinero. Aceptamos pues la independencia del tribunal cuando dicta sentencia y ¡ay! nos indignamos ante el mantenimiento de las cautelares que hasta ahora había. Quizá algo de culpa tenga el fiscal que declaró muy seguro, tal vez en un calentón, que pediría la prisión incondicional, incluso antes de conocerse la sentencia, y luego hizo otra cosa .

Miramos el dedo, pero la luna muestra que la sentencia ha tenido unas condenas mucho más leves que las pedidas dramáticamente por las acusaciones. La luna exige que nos preguntemos si éstas hicieron bien su trabajo que no era otro que lograr probar en un juicio que sus tesis eran ciertas. Probar. No hablar ni dar declaraciones ni entrevistas ni ir a la tele.Probar. Era tarea de Horrach probar que Urdangarin merecía 19 años de prisión. Era tarea de Horrach probar que la trama valenciana era culpable. La luna. Mientras miramos el dedo, obviamos también que el tribunal afirma en la sentencia que había una manifiesta carencia de material probatorio sobre la cooperación de la Infanta en un delito fiscal. Un delito que sólo sostenía la acusación de Manos Limpias. Dice el tribunal que ante tamaña falta de prueba, que competía recabar a la acusación, ésta tendría que haber cambiado en conclusiones su petición de pena y, como no lo hizo, le impone el pago de costas. A esa acusación popular. Sigamos pues mirando el dedo.

Y gritemos. Gritemos para una vez que un tribunal se ciñe al principio de que la libertad es tan sagrada que debe ser restringida sólo en caso de estricta necesidad en tanto no haya condena firme. Eso sí, callemos cuando la violación de ese sacrosanto principio es manifiesta. No vayamos a Sol ni hagamos caceroladas cuando se ingresa en prisión preventiva a unos titiriteros y se les califica de FIES -presos peligrosos de especial seguimiento- aunque luego haya que archivar su caso porque es escandaloso. Ahí, no gritemos. No lo hagamos tampoco porque la semana que viene vaya a haber siete juicios en la Audiencia Nacional por lo que se considera enaltecimiento del terrorismo en tuits, cánticos y expresiones varias. Un terrorismo que ya ni existe. Asistamos a cómo pretenden atemorizarnos para que nos autocensuremos y ahí, ahí no protestemos.

Indignémonos porque Urdangarin aún no va a ingresar en prisión pero no lo hagamos porque llamar mafiosos a los Borbones en una canción conlleve tres años y pico de cárcel. No lo hagamos por vivir en un país en el que el delito de injurias a la Corona se utiliza para acallar y amordazar la crítica a la monarquía. Aullemos porque el sistema no funciona pero no critiquemos que los delitos de corrupción tengan penas bajas porque los políticos así lo han querido. El dedo, otra vez. Tampoco nos planteemos que tenemos un monarca inviolable que no puede ser perseguido criminalmente pero al que tampoco se le puede demandar nada en la jurisdicción ordinaria. Sigamos con la copla de que Urdangarin se va de rositas, aunque sea falsa, al menos de momento. 

Yo, sigo esperando a ver cómo acaba un procedimiento judicial que intentaron por todos los medios que fracasara. No lo ha hecho. Sigue su curso y lo seguirá hasta la segunda instancia a que todo español tiene derecho. Somos un pueblo curioso. Asistimos a como el sistema judicial, a trancas y barrancas, consigue sustraerse a los manejos del poder que intentaron por todos los medios que no se juzgara a la hija/hermana del Rey y en lugar de celebrar la sentencia nos enzarzamos con una cuestión transitoria que, después de lo que hemos visto, no deja de ser normal. Vemos como una publicación de este diario saca a la luz las tarjetas black y cómo logramos condenar a 64 beneficiarios de éstas y , en vez de celebrar el control de la prensa y el funcionamiento del sistema, nos quedamos con que Blesa y Rato es posible que aún no vayan a prisión.

Quizá nuestro problema sea que nos gustan mucho los dedos.

Deberíamos añorar la luna.

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